Probablemente primero se extinguirán las abejas, y los osos polares, y a los humanos nos quedará un cuarto de hora de cortesía cósmica antes de pasar a engrosar la lista de especies extintas. Algo después, la Tierra se hará añicos sin que quede nadie para lamentarlo. El universo es un lugar violento en el que las catástrofes suceden con frecuencia. Por los sistemas planetarios vagan cometas y asteroides que chocan con los planetas, las estrellas explotan al final de sus vidas, las galaxias más grandes devoran a las menores. Y en el abismo de los agujeros negros se precipita la materia inexorablemente.

Algunos peligros nos acechan a corto plazo (la destrucción de la capa de ozono, el impacto de un gran meteorito, la explosión de una supernova cercana, etcétera). Y hay otros riesgos que, a muy largo plazo, causarán la destrucción total del planeta. He aquí algunos de ellos.

Expansión indefinida del cosmos

Algunos cosmólogos especulan sobre la posibilidad de que a la fase de expansión del universo pudiera suceder otra de implosión que acabaría en un Big Crunch, un fenómeno de colapso opuesto al Big Bang. Como efecto rebote de tal colapso cósmico se produciría entonces un nuevo Big Bang, y el universo podría ser así un sistema oscilante en el que se sucediesen fases de expansión y de contracción. El universo estaría, pues, sumido en un eterno retorno. Sin embargo, las estimaciones más recientes de la densidad del universo indican que la expansión actual continuará de manera indefinida y que no habrá un Big Crunch. Así pues, el panorama a muy largo plazo no parece hoy muy alentador: la expansión indefinida de un universo frío constituido por grandes agujeros negros embebidos en un tenue gas de fotones, electrones, positrones y neutrinos.

Desintegración de protones: el fin de la materia

El protón es una partícula tremendamente estable y nunca se ha observado experimentalmente su desintegración en partículas elementales más ligeras. Sin embargo, aunque en escalas de tiempo enormes, algunas teorías de gran unificación (GUT) predicen la desintegración de los protones. Si sucediera, estas partículas pesadas deberían producir otras más ligeras, entre ellas neutrinos. Así pues, si los protones llegan a desintegrarse, lo harán al cabo de al menos unos 100.000 quintillones de años y generarán una serie de partículas más ligeras como muones, piones, positrones y neutrinos. La materia quedaría entonces reducida a una “sopa” muy diluida, algo radicalmente diferente de la materia con la que estamos familiarizados aquí y ahora.

El nacimiento de un mega agujero negro supermasivo

La materia de las galaxias, desprovista de la capacidad de fusión nuclear, prácticamente inerte, se aglomerará en forma de grandes agujeros negros supermasivos que irán “devorando” poco a poco el material galáctico, proceso que se iniciará a partir de las regiones centrales de las galaxias. Más adelante, al cabo de aproximadamente unos 1.000 cuatrillones (1027) de años, los efectos gravitatorios entre galaxias de un mismo cúmulo, reducidas ahora esencialmente a la forma de agujeros negros supermasivos, podrán dar paso a la formación de nuevos agujeros negros aún más masivos que los anteriores, en las regiones centrales de los cúmulos. Tales regiones actuarán como descomunales sumideros en los que se precipitarán los agujeros del entorno para contribuir a la formación de uno todavía mayor.

Escasez de estrellas por falta de hidrógeno

El hidrógeno es el combustible primordial de las reacciones nucleares que tienen lugar en el interior de las estrellas. Cuando una estrella se muere, devuelve parte de su material a las nubes del espacio interestelar, y en el interior de esas nubes se forman estrellas nuevas, con lo que se completa así, de manera inexorable, el gran ciclo cósmico con el que se renueva el universo. Sin embargo, según este ciclo se va repitiendo, el material interestelar se va empobreciendo paulatinamente en hidrógeno y enriqueciendo, por el contrario, en elementos pesados. El resultado será que al cabo de aproximadamente unos 100 billones de años, la cantidad total de hidrógeno interestelar será insuficiente y no se podrán formar nuevas estrellas dotadas de eficientes fuentes nucleares.

El Sol generará un gigantesco efecto invernadero

Según el Sol vaya consumiendo su hidrógeno mediante reacciones nucleares, el equilibrio estelar se irá modificando y su luminosidad aumentará. Un incremento del 10 % en su brillo (esperado para dentro de 1.000 millones de años) sería suficiente para generar en la Tierra un descomunal efecto invernadero que deje el planeta tan chamuscado y estéril como Venus. No obstante, al cabo de unos 5.300 millones de años, el agotamiento del hidrógeno en su interior hará que el Sol se infle espectacularmente para convertirse en una estrella gigante roja. En ese momento, los océanos se evaporarán, el disco solar ocupará un tercio de la superficie del cielo visto desde la Tierra, y las llamaradas solares podrán alcanzar la superficie de nuestro planeta.

Andrómeda versus Vía Láctea: colisión apocalíptica

A una distancia de unos 2,5 millones de años luz, Andrómeda se dirige hacia la Vía Láctea a una velocidad de más de un centenar de kilómetros por segundo. Podemos, pues,  prever la colisión entre las dos galaxias en el plazo aproximado de unos tres mil trescientos millones de años. Como resultado de la colisión, las ordenadas estructuras espirales se desdibujan y la población estelar resultante se distribuye en un gran elipsoide para formar así una nueva galaxia: Milkómeda (fusión de Milky Way, o Vía Láctea, y Andrómeda). En el proceso de colisión, las estrellas (entre ellas nuestro Sol) alterarán de manera errática sus trayectorias, y la Tierra podrá fácilmente salir despedida de forma violenta fuera de su confortable “zona habitable”.