No sabemos si el cantante Robbie Williams vio espíritus celestes cuando escribió Angels; lo que sí hizo, después de triunfar con esta canción en medio mundo, fue confesar el miedo que sentía a la oscuridad. Al parecer, la culpa la tiene su madre, que vive instalada en el mundo sobrenatural y a quien le fascina barajar sin descanso las 78 cartas del Tarot que predicen el futuro. Cuando cae la noche y apaga las luces, Robbie no logra conciliar el sueño y despierta sobresaltado entre sombras, se siente atrapado por los recuerdos que protagoniza su madre cuando exploraba en casa la dimensión que habitan los muertos. Esta situación le ha llegado a provocar angustia, e incluso insomnio. Pero de pronto, la vida del cantante ha cambiado tras descubrir cómo resolverá tanto tormento a la caída de la luz. Ha decidido pedir ayuda a Jason, un joven londinense de 23 años que se hizo famoso cuando confesó que había sido abducido por extraterrestres en varias ocasiones. Robbie cree que, con el talento de Jason para desenvolverse entre ovnis y planetas, logrará curar su miedo a la oscuridad. Quizá el dedo iluminado de ET tenga la clave a tanto misterio; quién sabe. Pero lo que no es una chaladura, y un grupo de científicos acaba de descubrirlo, es la relación que existe entre insomnio y oscuridad.
El desvelo de los científicos
Se trata de un fenómeno que ha investigado recientemente un equipo de profesores de la Universidad de Ryerson (Canadá). Para el trabajo eligieron a un grupo de 93 universitarios que rellenaron un cuestionario sobre sus hábitos de sueño. De todos ellos, 42 admitían sufrir insomnio y los 51 restantes manifestaron que dormían a pierna suelta. Ahora bien, y aquí está el dato significativo: de los insomnes, la mitad reconoció sentir pánico a la oscuridad. Después del cuestionario, llegó la parte práctica de la investigación. Los 93 universitarios ingresaron en una habitación oscura a la espera de recibir, sin saberlo, un sonido fuerte e inesperado. Los que confesaron problemas para conciliar el sueño reaccionaron mucho más deprisa, con sobresaltos, cuando escucharon el inquietante sonido. Por su parte, los alumnos sin desvelos actuaron igual dentro de la habitación oscura que en otra iluminada. “Sí. El miedo a la oscuridad puede producir insomnio. En el caso de los adultos, la oscuridad representa el vacío, es el lugar privilegiado donde proyectar nuestras fantasías y temores. Conforme vamos creciendo, construimos defensas mentales que nos alejan del miedo infantil a la oscuridad, pero si este temor persiste, crea un estado de alarma que puede acabar en insomnio. Habría que evaluar los problemas cotidianos concretos que sufrimos y la intensidad en cómo se gestionan para determinar sus consecuencias posteriores”, apunta la psicóloga clínica Carmen Ferrer Román.
El desasosiego que provoca verse de pronto sin luz es una fobia innata, parecida al temor que provocan las serpientes y las arañas. Son miedos que compartimos con otros primates y cuyo origen radica en una conducta adaptativa que ha favorecido la supervivencia de nuestra especie. La oscuridad representa el peligro porque los depredadores, con mejor visión nocturna, actúan con sigilo durante la noche. Sin la presencia del sol, el hombre se siente expuesto al peligro de verse devorado. “Hoy en día, el miedo patológico a la oscuridad lo experimentan pocas personas. Algunas encuestas sugieren que la cifra no alcanza el 10%. Este hecho puede corresponder a temores infantiles no superados o bien a situaciones vinculadas al estrés y al sufrimiento emocional. La separación de la pareja o la viudedad vinculan el miedo a la oscuridad al hecho de sentirse solo en el mundo. Asimismo, es posible que pacientes con trastornos psiquiátricos o psicológicos como la depresión, donde aparece el insomnio o la crisis de ansiedad nocturnas, desarrollen este tipo de fobia”, explica Narcís Cardoner, psiquiatra del Hospital Universitario de Bellvitge (Barcelona).
Por su parte, el filósofo José Antonio Marina, autor de la obra Anatomía del miedo (Anagrama), considera que: “Somos la especie más asustadiza que existe sobre la faz de la tierra. El miedo a la oscuridad es atávico, procede de nuestros antepasados más lejanos y no me parece necesariamente vinculable al insomnio ni a otros problemas del día a día. Sólo se me ocurre decir que sí hay ancianos o enfermos que a oscuras, cuando llega la hora de dormir, se esfuerzan por mantener los ojos abiertos. Tienen miedo de cerrarlos porque les invade la sensación de que igual ya no despertarán nunca más. No le tengo miedo a la oscuridad, pero sí recuerdo una vez, de pequeño, cuando me quedé encerrado en el Monasterio de Silos. Permanecí allí un buen rato y la situación no fue del todo cómoda. Frío, oscuridad, las escenas bíblicas representadas… Al final, el sacristán me encontró, aterrorizado, sobre las seis de la mañana”.
La llegada del fuego
Las aldeas primitivas vivieron una primera expansión hace 200.000 años. Y aun así, resultaba complicado mantener a la población segura de depredadores nocturnos, como leones, leopardos y hienas. El león, sobre todo, infunde pánico. Su rugido se oye en un área de casi 207 kilómetros cuadrados. En la actualidad, casi cien africanos mueren cada año devorados por leones hambrientos. Del mundo antiguo carecemos de estadísticas; sin embargo, han surgido teorías basadas en registros fósiles que proponen que aproximadamente del seis al diez por ciento de los primeros humanos fueron comidos por depredadores. Este argumento lo refuerza el hecho de que se han encontrado cicatrices en fósiles humanos de agresiones de hienas y grandes felinos.
Los guerreros masái siguen compartiendo la responsabilidad de mantener a la tribu segura. Su aldea, llamada manyatta, se protege con una valla construida con palos y ramas espinosas. Los jóvenes, armados con una lanza y un garrote, pasan la noche en vela vigilando. Si resultara necesario, darían su vida en defensa del resto del grupo. “El fuego acabó con la oscuridad del ser humano. De pronto, se descubrió que aportaba calor, alargaba el día y le dio además al hombre la oportunidad de comer de otra manera, cocinando. Hasta que consiguió el control del fuego, el Australopithecus subía a los árboles cuando llegaba la noche. Pensemos que los nidos de los grandes primates se encuentran, precisamente, en los árboles. El chimpancé, como el ser humano, siente miedo de los ruidos desconocidos que surgen en la oscuridad. Por otra parte, hoy sabemos que el hombre, gracias al control del fuego, empezó a buscar la oscuridad del fondo de las cuevas para trazar sus pinturas rupestres. Este hecho ocurre con la llegada del hombre de Cromagnon, durante el Paleolítico Superior, hace 40.000 años”, dice Josep Maria Fullola, catedrático en el área de Prehistoria de la Universidad de Barcelona (UB).
Las experiencias traumáticas de Robbie Williams sirven para explicar otra teoría acerca del miedo a la oscuridad. Nuestros antepasados temían que los muertos maltratados aprovecharan la noche para atormentar a los vivos. Hay mucha tradición popular expresada en forma de leyendas sobre fantasmas que pueblan la noche. Por ejemplo, el cementerio de Greyfriars, en Escocia, tiene fama de ser uno de los lugares más aterradores del mundo. Muchos de sus visitantes se han quejado de haber sufrido arañazos. El culpable: el espíritu del abogado George Mackenzie, enterrado allí en 1691. Desde aquí sugerimos una idea a Robbie Williams. Si no queda satisfecho con el tratamiento de Jason, puede contratar los servicios del abogado Mackenzie, capaz de interpretar como nadie las leyes y castigos más sobrenaturales.