Hoy toca echarles una mirada (figurada, y solo si no acabas de comer o estás en ello) a las heces. Resulta que son algo más que un asco. Tomemos como ejemplo las deposiciones de una vaca. “Entre ácaros, nematodos, escarabajos… te puedes encontrar a lo mejor 50 especies viviendo ahí“, calcula Jorge Miguel Lobo, especialista en escarabajos peloteros del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC). Y no solo es una cuestión de alojamiento. El excremento constituye una auténtica fábrica cuyos inquilinos son también obreros, encargados de extraer los nutrientes y las bacterias, y aportarlos al suelo. Los peloteros están permanentemente enterrando heces en la tierra para depositar en ellas sus huevos y almacenar alimento. De paso, realizan una esencial labor de microarado y aporte de nitrógeno que podrá ser utilizado de nuevo por las plantas. De los 20 kilos de hierbas procesadas que puede deponer una vaca al día, ellos llegan a enterrar entre 5 y 10. También en un día. Tan esencial es su papel que, cuando se importó la oveja merina en Australia, la falta de insectos especializados en reciclar sus sobras acabó por agotar los pastos. Para solucionarlo, hubo que llevar escarabajos de todo el Mediterráneo.
Si esto ocurre en la escala de nuestros herbívoros de granja, imaginemos qué trajín de mercancía no constituiría la digestión de la gran fauna de la antigüedad: mamuts, mastodontes, dinosaurios y perezosos grandes como camionetas.
En Harvard preparan píldoras de heces para combatir una bacteria resistente a los antibióticos
Un equipo internacional encabezado por Christopher Doughty, de la Universidad de Oxford (Reino Unido) se ha dedicado a estudiarlo. Sus resultados, publicados en la revista PNAS, nos dicen algo que no habríamos sospechado. Una de las grandes pérdidas de la extinción de los dinosaurios y los grandes mamíferos, fueron sus (¿lo digo?), sí, sus señoras mierdas.
Igual que las de las ballenas diezmadas por la caza industrial. La desaparición o declive de estas especies ha alterado el ciclo nutritivo terrestre, en particular en un proceso en el cual los excrementos animales se trasladan de las profundidades de los océanos a tierra firme a través de aves migratorias y peces.
Menos fósforo en mar y tierra
Los autores del estudio de Oxford se han centrado en el fósforo. Sin intervención animal, los nutrientes de las plantas acaban por descomponerse y reincorporarse al suelo. Pero en un proceso muy largo y, en gran medida, en la misma zona. Los herbívoros suponen auténticas bombas de distribución, potenciadas por su corte de bacterias y las especies asociadas al excremento. Así que los investigadores han perseguido el reparto de fósforo en el planeta. Y han visto que la capacidad dispersora de los animales terrestres es hoy solo el 8% de lo que fue antes de la última Edad de Hielo. La del mar se ha quedado en el 5% desde que comenzamos a pescar cetáceos a gran escala. Solo los peces que pasan parte de su vida en el océano y parte en el río, y las aves marinas han pasado de sacar a tierra y al agua dulce 340 millones de kilos de fósforo al año a llevar solo 78. Como consecuencia, la agricultura, las pesquerías y los ecosistemas se empobrecen.
Cuidar las ballenas
“Hay que pensar que la Tierra es una bolita, con la única incorporación de elementos de fuera de los meteoritos. Se tiene que reciclar absolutamente todo para que esté otra vez disponible para las plantas. Así, ellas recogerán la luz del sol y volverán a hacer nutrientes. Alguien se las comerá y será comido por alguien y todo se reciclará otra vez”, explica Jorge Miguel Lobo. Los dos grandes aceleradores de ese proceso son los cadáveres (de todo tipo, también la hojarasca) y los excrementos. ¿Qué podemos hacer, entonces, para recuperar la capacidad perdida? En el artículo de PNAS se mencionan medidas como quitar vallas a los pastos para facilitar un movimiento más amplio del ganado, la ampliación de manadas de bisontes en las praderas americanas y, sobre todo, fomentar muchísimo la conservación de las ballenas.
Se calcula en 9.500 millones de dólares al año el valor del biogás que se obtendría de excrementos de la población
Precisamente, hace unas semanas Marcello Mannino, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig (Alemania), advertía de la seria amenaza que supone para ellas el cambio climático. Un fenómeno semejante hace 8.200 años aumentó de forma alarmante los varamientos de cetáceos. Para aumentar su protección, Andrew Pershing, de la Universidad de Maine, reclama créditos de carbono a las iniciativas que la fomenten. Su argumento: si las dejáramos recuperarse, sus cuerpos podrían secuestrar 9 millones de toneladas de carbono, es decir, lo que almacenan 11.000 km² de bosque templado o lo que expulsan 11.000 todoterrenos en marcha durante un siglo. Y Daniel Costa, de la Universidad de California, añade otro beneficio a esa opción: el hierro de las heces de los gigantes marinos podría abonar las algas, un alimento que haría crecer muchos más peces y cetáceos con carbono atrapado en sus cuerpos. De esta forma, podríamos evitar procesos como el acontecido cuando el ser humano empezó a extenderse por América del Sur. “Empezaron a desaparecer los abundantes mamíferos marsupiales, que consumirían enormes cantidades de materia vegetal, y su amplia cohorte de escarabajos consumiendo cantidades ingentes de excremento”, apunta Lobo.
Ese cambio probablemente supondría una evidente modificación del paisaje hacia lo que conocemos ahora. De igual modo, el investigador comenta que no sabemos exactamente cómo funcionaba la descomposición de las heces de dinosaurios. “Probablemente unas eran más fibrosas, parecidas a las de los rumiantes actuales, y otras similares a los dinosaurios actuales, las aves, que, al mezclarlas en la cloaca con la orina, tienen un alto contenido en nitrógeno y son muy difíciles de descomponer”. En ese caso, es probable que hubieran desempeñado un papel importante en la formación de los depósitos de crudo, “el que ahora mueve nuestros coches y toda la civilización occidental. Podríamos considerar, por tanto, que se mueve alrededor de la mierda”.
De las heces, hoy, podría extraerse gran parte de la energía necesaria para mover el mundo. Científicos de la Universidad de las Naciones Unidas y el Instituto para el Agua, Medioambiente y Salud de la ONU aseguran que esta propuesta también tiene grandes beneficios medioambientales, sociales y sanitarios. El biogás se puede elaborar a partir de diferentes clases de materia orgánica; entre ellas, estiércol y orín animal, y heces y orín humano. Se calcula en 9.500 millones al año el valor del biogás que se produciría aprovechando todos los excrementos generados por la población mundial.
¿Y qué hay de los humanos?
En los últimos años, nuestra digestión tiene una atención creciente. Las investigaciones para caracterizar el microbioma, esa ingente población de microorganismos que nos puebla, y sus funciones ha revelado nuestros intestinos y su producción como algo vivo y con muchos efectos. Algunos nocivos para otros. Por primera vez se ha demostrado que los humanos hemos transmitido a un invertebrado una enfermedad que acaba con él. El arma: la bacteria Serratia marcescens. A nosotros nos provoca infecciones, pero, al llegar a través del alcantarillado a un coral caribeño, lo fulmina. Esta especie ha disminuido casi un 90% en los últimos cinco años.
Sin embargo, también hemos descubierto que eso que olvidamos a golpe de cisterna contiene valiosos microorganismos. Los microorganismos de las heces y del canal del parto de la madres enseñan de golpe al intestino de un recién nacido a tolerar microbios amigos, los que le ayudarán a digerir y a combatir algunos patógenos. Mathias Hornef, de la Clínica Universitaria de Friburgo (Alemania), atribuye a eso la mayor propensión a la diarrea en su primer año de los bebés nacidos por cesárea. Aunque no hay que preocuparse, porque esa diferencia con los nacidos en parto vaginal se puede compensar más tarde.
Pero las bacterias del intestino también pueden salvar vidas. Las extraídas de un donante sano pueden suministrarse a una persona enferma a través de un trasplante realizado por un enema o una sonda nasal que llega al intestino. Y no tal cual, sino con un fluido que se obtiene tras un proceso de filtrado. Se están investigando para diversos trastornos, como la intolerancia a la insulina de pacientes con síndrome metabólico y la enfermedad provocada por el Clostridium difficile. Aunque solo en este último caso ha demostrado una clara ventaja frente a otros tratamientos.
Y hay que tener mucho cuidado a la hora de recurrir a ellos. La abundancia de la materia prima ha abonado la propagación de información en internet, incluso tutoriales para realizarlos en casa. Pero los médicos advierten de los posibles efectos secundarios adversos. En el trasvase, pueden colarse agentes que provoquen obesidad, hepatitis y VIH. En caso de duda, ya sabes, consulta a tu médico.
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