Ponerle nombre de un hijo se ha convertido en una decisión de urgencia. Lo ha descubierto Robert Goldstone, profesor de psicología y neurociencias de la Universidad de Indiana (EEUU). El investigador y su equipo han repasado las partidas de nacimiento de su país de los últimos 127 años, y se han dado cuenta de que las modas de nombres más populares son cada vez más efímeras.
Hasta mediados del siglo XX, los padres preferían nombrar a sus niños de modo muy corriente, probablemente para evitar el riesgo de significarles con nombres que podían pasar de moda. Por lo tanto, la lista de nombres habituales crecía muy lentamente, se fomentaba poco el “riesgo”.
Pero el psicólogo y su equipo han detectado ahora que ese patrón ha cambiado. Ahora la elección del nombre se realiza teniendo en cuenta muchos más parámetros muy ligados al entorno social del momento concreto del nacimiento: “Como ocurre en el mercado bursátil, los ciclos de bonanza y desplome se atienen a muchos factores sociales que se influyen unos a otros continuamente”, detalla Goldstone.
En una palabra: el hecho de que los progenitores oigan hablar de un personaje público con un nombre poco frecuente (por ejemplo, Penélope), o encuentren en pocos meses –y aunque se por primera vez en sus vidas– dos o tres casos a su alrededor, basta para impulsarles a llamar a su hijo del mismo modo.
Otro hallazgo del estudio reside en que se prefieren nombres que parecen estar ganando popularidad antes que otros que comienzan a estar en declive… lo cual, realmente, origina un efecto de “profecía autocumplida”.
Redacción QUO
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