Todas las sociedades humanas, sin excepción, son coitocéntricas. Todavía, en el siglo XXI, la sexualidad se sigue entendiendo y explicando en función del coito. Pero esa realidad, que parece muy práctica y natural, lleva aparejada una grave desventaja, especialmente para el varón, ya que su papel está mediatizado por la expectativa del “rendimiento” sexual óptimo, o lo que es lo mismo: de ser capaz de provocar el orgasmo a su pareja. Los investigadores William Masters y Virginia Johnston, dos pioneros de las terapias sexuales, ya dejaron bien claro en un estudio realizado en 1970 que la ansiedad creada por el miedo a no “cumplir” durante el coito era el origen de muchos de los problemas sexuales que afectaban a algunos varones. Esa autoexigencia desmedida hace que muchos hombres se conviertan en jueces de su propio funcionamiento sexual. De esa manera, el componente lúdico del erotismo, el deseo de disfrutar dando y recibiendo placer, puede quedar relegado a un segundo plano, lo que convierte al coito en un mero trámite en el que el hombre se limita a examinar su propio vigor sexual.
Redacción QUO
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