El 7 de noviembre de 1980, falleció Steve McQueen. Fue una de las tres estrellas más taquilleras de los años 70 (junto a Paul Newman y Clint Eastwood) y uno de los grandes iconos del cine de acción. Carismático, ágil y con un físico de cualidades casi felinas, Steve sigue siendo icono inmortal. Hoy se le considera la esencia de lo cool en su versión masculina. Pero entre los aficionados al cine sigue siendo un actor inmortal. Y sus películas aún cosechan records de audiencia cada vez que son emitidas en alguna cadena de televisión.
McQueen descubrió su vocación de actor actuando en obras amateurs durante su estancia en los marines y tras licenciarse logró acceder al prestigioso Actor´s Studio. Su debut se produjo en 1955, interpretando un breve papel en un filme, Marcado por el odio, protagonizado por Paul Newman, quien encarnaba al boxeador Rocky Grazziano. Su vida y su carrera son de sobra conocidas y no pienso detenerme en detalles tan divulgados. Pretendo tan solo rendir homenaje a su memoria haciendo un repaso, subjetivo y muy personal, a lo que considero lo más destacado de su carrera. Así que ahí va mi lista:
Los siete magníficos (1960). Fue su primer gran filme con estatus de estrella. Un western inspirado en Los siete samurais de Akira Kurosawa, y en el que compartía cartel junto a Yul Brynner (ya convertido en todo un astro) y a otros actores que estaban a punto de alcanzar la categoría de celebridades: James Coburn, Charles Bronson, Robert Vaughn… McQueen realiza aquí una interpretación casi minimalista. Apenas pronuncia quince frases de diálogo en todo el filme, pero deja constancia de que su presencia física no pasa nunca desapercibida, moviéndose como un gato en las escenas de acción.
La gran evasión (1963). Aquí, el actor, ya es el rey definitivo de la función. Aunque comparte protagonismo con Sir Richard Attenborough (magnífico en su papel de Mister X) y el simpático James Garner, y vuelve a coincidir con sus viejos compañeros Bronson y Coburn, McQueen es quien se lleva el gato ala gua. En esta deliciosa odisea carcelaria, sobre la fuga de doscientos prsioneros aliados de un campo de concentración alemán, el astro se luce con sus habilidades para conducir motocicletas. Las escenas en las que con su moto va saltando una tras otra alambradas de un tamaño cada vez mayor, las rodó el mismo sin doble alguno. Y nadie olvidará sus escenas en la «neverra» (la celda de castigo de los alemanes) matando las horas muertas con una pelota de beisbol mientras en su rostro luce una impaganle expresión de resignación digna del mejor Newman.
El rey del juego (1965). La mejor película sobre poker jamás rodada. Steve es Cincinatti Kid, un maestro en el manejo de las cartas que pretende medirse con el mejor jugador del mundo, interpretado por el soberbio Edward G. Robinson. Un duelo de talentos en el que el joven aspirante demuestra estar a la altura del maestro (interpretativamente… jugando, la cosa cambia).
El Yang Tse en llamas (1966). De toda su filmografía, esta es una de mis tres películas preferidas . La historia de un marinero sin suerte enrolado en un buque de guerra americano (el San Pablo, capturado a los españoles durante la guerra de Cuba) e inmerso en la convulsa China prerevolucionaria. El filme se rodó en Hong Kong y me gusta tanto que, durante mis abundantes visitas a dicha ciudad, he tratado de localizar los lugares donde se filmó encontrando algunos de ellos. Es una epopeya antiheroica, de más de tres horas de duración, con una de las mejores batallas que he visto filmadas nunca: el barco americano tiene que romper un bloqueo de buques chinos atados con cadenas, y los soldados de ambos bandos se lanzan al abordaje enzarzándose en una carnicería atroz. Y (si alguien no quiere conocer el final, que no siga leyendo el párrafo), McQueen demuestra que es uno de los actores que mejor ha sabido morir en la pantalla. Siempre he considerado que su rostro refleja a la perfección como debe sentirse uno cuando le meten un balazo en pleno estómago.
Bullit (1968). Uno de los thrillers míticos de la época. Famoso especialmente por su espectacular persecución atomovilísticapor las calles de San francisco. Fuera de esa escena, realmente soberbia, la película siempre me ha parecido fría y confusa. Pero sin duda es uno de los títulos icónicos de su carrera.
Junior Booner, rey del rodeo (1972). Mi segundo filme favorito de entre todos los suyos. Un western contemporáneo en el que McQueen es una vapuleada estrella del rodeo (una de las últimas) que regresa a su ciudad natal. Allí se reencuentra con su padre (una interpretación magnífica de Robert Preston), un soñador incorregible que ha desperdiciado media vida buscando infructuosamente oro en Alaska, y que ahora sueña con irse a buscarlo a Australia. La escena final en la McQueen, con el dinero ganado en el concurso de rodeo, le compra el billete para las antípodas y pide que lo envíen a casa de su padre, y la chica de la agencia le pregunta: «¿De parte de quien?», y él responde, «Dígale que… de Junior», es una de las cumbres interpretativas de este inolvidable actor.
La huida (1972). Definitivamente, mi preferida. Un thriller no apto para cardíacos dirigido (igual que Junior Booner) por el gran Sam Peckinpah. McQueen es Doc McCoy, un ladrón de bancos que sale de la cárce gracias a que su esposa se ha acostado con un senador corrupto. El político pretende además ocultar un desfalco haciendo que Doc atraque el banco donde se esconden las pruebas de sus tropelías. A partir de ahí, Peckinpah compone un filme frenético, triste, romántico y crepuscular, en el que Doc y su esposa (encarnada por Ali McGraw, que sería su pareja en la vida real), se pelean, se separan y velven a enamorarse liquidando a tirosa todo el que intenta detenerles en su desesperada huída hacia México. El filme tiene además dos escenas memorables. La primera, McQueen desmontando a tiros un coche de policía. Y la segunda, el viaje en camioneta con el viejo cowboy (el veterano Slim Pickens), que les ayuda a cruzar la frontera mexicana. El anciano sabe que son dos atracadores, pero lo unico que le preocupa es si realmente están casados. Cuando ellos le confirman que si, él se relaja, y sin tener en cuenta que son dos delincuentes, les dice: «Eso está bien, casarse… los jóvenes de hoy ya no creen en el matrimonio». Una auténtica lección de moral fronteriza, por llamarla de alguna manera.
Papillón (1973). Adaptación de la célebre autobiografía de Henri Charriere y de su relato de la fuga de un penal en la Guyana francesa. Es cierto que no es la mejor adaptación posible de un libro fascinante, pero es un filme realmente entretenido, y las escenas de McQueen semienloquecido tras meses encerrado en una celda de aislamientos confirman su talla como actor. Además, su duelo interpretativo con Dustin Hoffman demuestra que entre ambos había una química excelente.
El coloso en llamas (1974). El filme de catástrofes por excelencia. McQueen, que había debutado haciendo un brevísimo papel en un filme de Paul Newman, vuelve a coincidir aquí con él, aunque ya ambos en calidad de estrella. De hecho, cuando se confeccionó el poster de la película hubo un pequeño conflicto de egos: ¿qué nombre debía aparecer primero? Se solucionó escribiendo antes el nombre de Steve McQueen, pero poniendo debajo de él la foto de Paul Newman, y luego el nombre del segundo con la foto de Steve. Ni el rey Salomón lo habría hecho mejor.
Un enemigo del pueblo (1978). Irreconocible con una poblada barba. McQueen quiso demostrar todo su potencial como actor en esta adaptación del célebre drama de Ibsen, sobre un médico considerado persona non grata por sus vecinos, tras descubrir que las aguas del balneario del que vive toda la localidad, están contaminadas.
Tom Horn (1980). El western más triste y telúrico que recuerdo. Biografía de un personaje legendario: fue cazador de recompensas, explorador y además el soldado que capturó a Gerónimo. Pero le acusaron de un crimen que no había cometido y… Es una película de la que los chavales salíamos con mal rollo tras verla. Y eso que aún ignorábamos que el actor estaba gravemente enfermo de cáncer.
Cazador a sueldo (1980). Su película póstma, al menos para el público español ya que aquí se estrenó tras su muerte. Si Tom Horn era un filme casi elegíaco, McQueen se despidió del cine con una cinta divertida y cargada de acción (la bografía de Ralph Papa Thorson, el último cazarecompensas de EE UU), donde daba lo mejor de si mismo: su simpatía y su carisma. Además, la enfermedad aún no había hecho mella en su físico y se permitió el lujo de rodar personalmente una de las secuencias de acción más largas y espectaculares que recuerdo. Una persecución por las calles de Chicago que comienza a pie, a carrera limpia, continúa sobre el techo de los vagones del metro, prosigue en coche y termina de manera catastrófica en el último piso de un parking. Una despedida digna a la altura de la estrella.
Vicente Fernández López