Fue el 23 de marzo de 1766. En Madrid y otros puntos de España más de 40.000 personas participaron en la revuelta que pasaría a la Historia como el «Motín de Esquilache», revuelta en la que los ciudadanos estuvieron muy cerca de poner en peligro la figura del Rey Carlos III quién había confiado su gobierno a ministros traídos del extranjero, lo que no le gustó demasiado al pueblo.
Para buscar el detonante, no hay más que acudir al contexto de hambre y escasez de entonces. A causa de las constantes subidas de precio de productos de primera necesidad y de la falta de fiabilidad de la política realizada por Carlos III, se gestó un caldo de cultivo perfecto para la revuelta. La gota que colmó el vaso a esta incomodidad de los ciudadanos fue la publicación de una norma municipal que regulaba como debían vestir los madrileños.
En realidad, los sublevados no estaban contra la nobleza o el poder real. Estaban ofendidos y molestos por la escasez de alimentos y la subida de precios ocasionadas por las medidas tomadas por el marqués de Esquilache. Para que os hagáis una idea: el pan, elemento más que fundamental en la dieta, en tan solo cinco años había duplicado su precio. Además, las malas cosechas y la liberación del comercio del trigo a causa de un decreto aceptado en 1765, estaban detrás de tal escalada. Los acaparadores del trigo, (clero y nobleza) se beneficiaban de la falta de un mercado interior ágil. Al no haber competencia ni ningún incentivo para vender más barato, esperaban a que el precio subiera al máximo para vender.
El pueblo, respondiendo a su estado de hartazgo y su sensación de abandono, acabó ajustando cuentas con los que consideraba responsables, por lo que exilió a la fuerza al Secretario de Hacienda y precursor del edicto de la forma de vestir de los madrileños, el marqués de Esquilache. En un principio Esquilache, lejos de arrepentirse, ordenó a los soldados que ayudaran a las fuerzas de seguridad a que el edicto se cumpliera, por lo que las multas no tardaron en llegar. La indignación crece.
En la mañana del domingo 23 de marzo de 1766, coincidente con el Domingo de Ramos, se desencadena el motín en la plaza de Antón Martín. Esquilache se refugia en el palacio con el Rey. El Lunes Santo, el pueblo se entera y se dirige a la residencia real para pedir explicaciones. La guardia real abre fuego y asesina una mujer, lo que termina de enardecer a los sublevados. Gracias a un sacerdote, que consigue templar los ánimos, se le transmiten una serie de exigencias de los ciudadanos al Rey. Son las siguientes:
1.Destierro del marqués de Esquilache y su familia.
2.Que no existan ministros extranjeros.
3.Desaparición de la Guardia Valona.
4.Bajada de los precios de los comestibles.
5.Desaparición de las Juntas de Abastos.
6.Retirada de las tropas a sus cuarteles.
7.Sea conservado el uso de la capa larga y el sombrero de ala ancha.
8.Que el rey «se digne salir a la vista de todos para que puedan escuchar por boca suya la palabra de cumplir y satisfacer las peticiones».
El Rey acepta las peticiones y «pasa olímpicamente» de lo que su guardia le aconseja: acabar con la revuelta y los sublevados. La calma parece llegar, pero el Martes de Ramos, el rey, asustado por lo ocurrido, marcha hacia Aranjuez con su familia, lo que hace que el pueblo sospeche de él. Pronto el rumor de que el Rey estaba organizando al ejército para sublevar al pueblo se apoderó de las calles. Una revuelta mucho peor que la del domingo anterior tuvo lugar, hasta que el Rey, mediante una carta que hace leer en las calles de Madrid, aclara la situación. La gente vuelve a casa gritando: ¡viva el Rey!.
Redacción QUO