Sabes que hay cien posibilidades contra una de que tu teoría esté equivocada?”, dijo Nora. “Cielo, cuando los crímenes sean cometidos por matemáticos, serán matemáticos quienes los resuelvan. Mientras tanto, los detectives nos encargamos de ello. Así que si yo digo que ese tipo la mató, cortó su cadáver en pedazos y los fue sacando en bolsas de la ciudad, seguro que ha sido así.” Tan tajante se mostraba el detective Nick Charles cuando su esposa Nora trataba de usar el cálculo de probabilidades para desmontar una de sus teorías. El fragmento pertenece a El hombre delgado, relato publicado en 1934 por Dashiell Hammett, un mito de la novela negra.
Hammett no tuvo una formación cultural sólida. Dejó la escuela a los 13 años y pasó parte de su vida trabajando como detective para la agencia Pinkerton. Su innata habilidad para escribir le permitió convertir aquella experiencia en obras que hoy son auténticos clásicos (El halcón maltés, Cosecha roja…). Pero, tal y como contó su pareja, la escritora Lillian Hellman, el novelista se aficionó a leer libros científicos, lo que le llevó a escribir un tratado titulado The boundaries of science and philosophy. En él, Hammett defendía la necesidad de que la ciencia estuviera ligada a la filosofía, para que esta no acabara perdiéndose “en disquisiciones vacías sobre la nada”.
El criminal que se adelantó a Einstein
Su caso demuestra que el género negro y la ciencia están más ligados de lo que parece. De hecho, existen autores que, al tiempo que novelistas, fueron hombres de ciencia, como Arthur Conan Doyle, creador del detective más célebre de todos los tiempos: Sherlock Holmes.
Doyle había estudiado medicina y se codeaba con algunos de los investigadores más prestigiosos de la época, como el astrónomo Simon Newcomb, a quien tomó como modelo para crear al profesor Moriarty, el enemigo mortal de Holmes. Doyle describió a Moriarty como un cerebro ilustre que con 21 años logró una cátedra en Oxford gracias a la publicación de una obra titulada La dinámica de los asteroides. Esta, según cuenta Conan Doyle, contenía unos cálculos matemáticos y unas ecuaciones de tal complejidad que ningún otro científico podía comprenderlos. Por supuesto, dicha obra sobre los asteroides solo existe en la ficción, pero han sido muchos los pensadores que han tratado de imaginar cómo sería su contenido.
Entre ellos, Isaac Asimov, quien, tomando las escasas referencias que Doyle hace sobre el ensayo, aventuró en su relato The ultimate crimeque tal vez el personaje holmesiano fue el primero en intuir la Teoría de la Relatividad.
“–Tal vez Moriarty se apartó por completo de Newton. Tal vez llegó a Einstein. Einstein revisó la Teoría de la Gravedad.
–La amplió –dijo Drake– en la Teoría General de la Relatividad.
–Correcto. Cuarenta años después del ensayo de Moriarty. Supongamos que el profesor se hubiera anticipado a Einstein…
–¿En 1875? –inquirió Drake–. Eso sería antes del experimento de Michelson-Morley. No creo que pudiera hacerse.
–Sí, si se tuviese el genio necesario. Y en el universo sherlockiano, Moriarty lo tenía.”
Pero Moriarty no ha sido el único astrónomo de la literatura policíaca. El novelista Raymond Chandler, creador del detective Philip Marlowe, publicó durante los años 20 una columna de astronomía en el diario Citizen-Times. Además, en su novela El olor del miedo hace gala de sus conocimientos. Marlowe conduce a la chica del relato, una secretaria de la policía que se revelará como la asesina de la historia, a un observatorio en Los Ángeles. Allí le hace una descripción minuciosa de la bóveda celeste con todos sus astros, hasta llegar a: “Sirio… La estrella más brillante de todas. Aunque no tanto como tu ojo derecho en estos instantes”. “¿Solo el derecho?”, pregunta ella extrañada. “Sí, porque el izquierdo está ahora mismo en otra galaxia, calibrando en qué lugar del cuerpo va a meterme un balazo cuando salgamos de aquí.” En fin… Marlowe era un romántico a su manera.
A Alfred Hitchcock, la astronomía no le interesaba demasiado, pero sí las matemáticas; y por eso las utilizó en algunas de sus películas. En Extraños en un tren (1951), los protagonistas coinciden en el vagón con un profesor borracho que viene de dar una conferencia sobre Diferenciación, que es el proceso que se sigue para encontrar una derivada. Hitchcock utiliza la referencia matemática como recurso humorístico porque luego dicho personaje, que declara como testigo en un juicio por asesinato, es incapaz de diferenciar al criminal de un falso culpable.
Pero un papel más crucial desempeñan las matemáticas en Cortina rasgada (1966). En este relato de espionaje, el personaje encarnado por Paul Newman (un físico nuclear) traza en la arena el símbolo de pi, que es la señal acordada para contactar con un grupo secreto que opera en Berlín Este. Luego, en las aulas de una universidad, Newman se enfrenta con un profesor alemán a un duelo de ecuaciones en una pizarra.
Se supone que los cálculos son los de un avanzado sistema de propulsión de misiles, pero la fórmula que los actores escriben en el encerado es la “ecuación del movimiento armónico simple”, un concepto básico en el mundo de la Física.
la dictadura matemática
Más extremo en el uso de los números fue Jean-Luc Godard en Lemmy contra Alphaville (1965). En ella, el detective Lemmy Caution (Eddie Constantine) busca a un científico desaparecido, Von Braum (en alusión al sabio alemán que creó las bombas voladoras V1), y le encuentra en una ciudad, Alphaville, donde el fugado ha creado una dictadura matemática. Las vidas de todos sus habitantes están regidas por un computador llamado Alpha 60, que hace que los pensamientos de las personas sean fruto de sus ecuaciones. Godard preña el filme de imágenes de fórmulas, entre ellas la famosa ecuación de Einstein (e=mc2), y pone en la boca del profesor demente (Howard Vernon) la tesis de la obra: “Las matemáticas son disciplina, porque no son producto de las emociones”.
Y no estaría bien cerrar este apartado sin citar la magistral La jungla de asfalto (1950) de John Huston. En ella, el actor Sam Jaffe interpreta a Doc, un matemático que ha puesto su cerebro privilegiado al servicio del delito. Curiosamente, el actor fue elegido para este papel por su parecido con el científico. Igualmente curioso es que, antes de dedicarse a la interpretación, Jaffe había sido profesor de matemáticas. Chocante resulta ya que Einstein dijera en una ocasión que: “Cuando las leyes de las matemáticas se refieren a la realidad no son ciertas. Y cuando son ciertas, no se refieren a la realidad”. Doc hace suya la máxima del científico, retorciéndola al estilo de la serie negra, y cuando su compañero (Sterling Hayden) le dice: “Las matemáticas pueden ayudarnos a aumentar las probabilidades de ganar en las carreras”, Doc le responde con cinismo: “Las matemáticas solo van a aumentar nuestras probabilidades de acabar en prisión”.
Heisenberg como coartada
¿Puede la física cuántica servir de tapadera para el crimen perfecto? Los hermanos Coen pensaron que sí en su película El hombre que nunca estuvo allí. En ella, un barbero (Billy Bob Thornton) cuya esposa tiene un lío con un político decide chantajear al amante. Discute con él y, sin proponérselo, acaba matándole. El hombre es llevado a juicio, pero su hábil abogado construye su defensa sobre el principio de incertidumbre de Heisenberg: “Es como en la Física: cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce sobre su movimiento lineal… Pues en este caso sucede igual… Cuanto más analizamos este asesinato, menos lo entendemos”.
Con tal argumento, el abogado siembra la duda en el jurado, que absuelve al culpable. Irónicamente, la policía convierte entonces en sospechosa a su esposa infiel, que acaba en la silla eléctrica. Gracias a Heisenberg, el protagonista ha cometido dos crímenes perfectos.
Todo lo anterior es solo un apunte de un tema que daría para más, pero permitidme cerrarlo aquí con una reflexión del mismo Einstein, quien comparaba la ciencia con una novela policial: “Se trata de un misterio no resuelto y del cual no podemos estar seguros que tenga solución. El libro viene a ser la naturaleza, todo lo que existe. A medida que lo leemos, vamos conociendo más acerca de sus personajes, descubrimos pistas, etc. Podemos explicar ciertos datos de manera coherente, pero surgen otros que nos hacen cambiar de parecer. En las novelas policiales llega un momento en el que se dispone de todos los datos; en la novela de la naturaleza nunca se tienen todos. Tampoco se puede ir a la última página del libro a ver la solución. Además, el científico no cuenta con un crimen ya cometido, tiene que cometerlo él para investigarlo”. ¿Hace falta decir más?
Redacción QUO