Hoy, además de aburrido, tengo el día de un pedante que asusta. Por eso, apreciados lectores, les voy a deleitar con ejercicio de cine-teatro comparado, para celebrar que acaba de comenzar septiembre. Y se preguntarán ustedes, ¿pero que narices hay que celebrar si ya se acaba el verano? Pues si tienen en cuenta que un servidor comienza sus vacaciones en octubre, comprenderán que lo que festejo es que ya me queda menos. Pero corto el rollo y voy al grano.
Les presento dos clásicos del suspense. Uno, a mi juicio, absolutamente sobrevalorado, La huella, y otro, no infravalorado, pero no apreciado en su justa medida, Sola en la oscuridad.
La huella fue originalmente una obra de teatro escrita por Anthony Schaeffer y llevada al cine en 1972 por Joseph L. Mankiewicz, con Lawrence Olivier y Michael Caine como protagonistas. Por su parte, Sola en la oscuridad, es otra pieza teatral, en este caso de Frederick Knott. Fue estrenada en Broadway por Arthur Penn con Lee Remick como protagonista, llevada al cine en 1967 por Terence Young y con Audrey Hepburn como actriz principal, y tuvo una versión teatral española producida y protagonizada por Cristina Higueras, actriz a la que ya saben que tenemos en muy alta estima en esta sección.
Vaya por delante que nunca he visto La huella sobre un escenario. Solo la conozco a través del cine. Y es muy probable que en el teatro su retorcida trama funcione muy bien. Pero sinceramente (y es una opinión completamente subjetiva), en formato de película me parece un desastre. Su primer acto no está mal, incluso roza la brillantez (aunque en mi opinión no la alcanza). El personaje de Michael Caine recibe una invitación para visitar a un escritor de novelas de intriga interpretado por Lawrence Olivier. Descubrimos entonces que el primero de ellos es amante de la esposa del segundo. El marido ofendido, que parece no estarlo tanto, le propone al primero participar en un delito que les reportará a ambos sustanciosos beneficios. Caine acepta pero acaba cayendo en una trampa tendida por Olivier que culmina con la brutal humillación del seductor. Hasta ahí todo perfecto.
Los problemas vienen en el segundo acto. Con la venganza de Caine que vuelve a escena disfrazado y haciendose pasar por policía. Es probable que en el teatro con una buena caracterización del actor y gracias a la distancia que separa el patio de butacas del escenario, el truco funcione y el público crea realmente que se trata de un policía interpretado por otro actor. Pero en la película los primeros planos son demoledores y desde que Caine vuelve a aparecer en la pantalla ya sabes que es él pese a la caracterización.
La verosimilitud de la historia se viene en ese momento abajo sin remedio. Pero lo peor es que La huella aún reserva un tercer acto en el que Caine afirma haber cometido un asesinato. Todos los espectadores sabemos sin necesidad de que nos lo explique nadie, que es mentira, que todo es un nuevo truco del personaje para vengarse de su rival. Por eso resulta increíble que el personaje de Olivier, tan aparentemente inteligente, resulte tan idiota como para creérselo. Y, finalmente, Mankiewicz cierra el filme con un último giro que quiere ser cínico y fatalista, pero que se queda, como mucho, en un chiste grosero.
Ya digo que puede ser que en la versión teatral todo lo contado funcione bien. Pero en el filme no es así. Y el único aliciente que le queda al espectador es disfrutar con las brillantes interpretaciones de dos actores excepcionales. Que no es poco.
Por el contrario, Sola en la oscuridad es una obra de una honestidad asombrosa. Si La huella juega con cartas marcadas (engaños y giros de guión tramposos), Sola… coloca las cartas boca arriba desde el primer instante. Aquí no hay sorpresas inesperadas. El suspense se crea a partir de una situación inicial realmente amenazadora: una mujer invidente recibe la visita inesperada de un grupo de individuos. Son un grupo de criminales, cosa que ella ignora pero que el espectador si sabe. La historia sigue así la máxima de Alfred Hictchcock para crear una buena trama de intriga: que el espectador tenga más información que el personaje central.
¿Cómo se crea entonces el suspense? Pues por la tensión creciente del relato. La mujer ignora inicialmente que corre peligro y además, el ser invidente le da una vulnerabilidad añadida. Pero poco a poco su intuición y su inteligencia la harán comprender que los intrusos son gente peligrosa. Por otra parte, en un principio los criminales no buscan hacerle daño a ella (salvo uno, que es un sádico), tan solo encontrar algo que hay escondido en su casa. Pero conforme avance la trama, la idea dequitársela de en medio irá cobrando forma. Por eso, la intriga nace de ver como esta mujer decidida y atrapada en las tinieblas se las ingeniará para sobrevivir al asalto y para convertir esa oscuridad que en principio la hace vulnerable, en la aliada que le permita derrotar a los criminales.
No he visto la versión teatral dirigida por Penn, pero la película dirigida por Terence young me parece magnífica, aunque podría haber sido aún mejor si la hubiera firmado el ya citado Hitchcock. Lo que si me parece insuperable (o lo dejamos en casi) es la versión teatral de Cristina Higueras. El juego escénico es magnífico, el suspense mantiene durante todo el relato, en un crescendo, en un festival que va de menos a más. Y con respecto a su interpretación me limitaré a decir que es asombrosa, y de hecho el crítico teatral de El Mundo escribió en su momento: «Cristina Higueras no es que haga de ciega. Es que parece ciega». Vamos, una interpretación mimada hasta el más mínimo detalle.
Ignoro si a Cristina le gusta La huella (es posible que si), pero creo recordar haber leído que Sola en la oscuridad era de todas las obras que había producido, su preferida.
¿Y ustedes? ¿han visto ambas historias? ¿Con cual se quedan? Dejo abierto el debate y espero sus opiniones.
PD. Ah, si… La foto no pertenece a ninguno de los títulos comentados, pero alegra la vista que es de lo que se trata, ¿no? Por cierto, las autoridades sanitarias avisan que no se recreen mirándola más de cinco minutos seguidos. Puede producir Síndrome de Stendhal. Avisados quedan.
Vicente Fernández López
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