A principios de los años ochenta se hizo famoso un cómic que su autor, el dibujante italiano Milo Manara, tituló El clic. El argumento de esta obra resultó muy sugerente y tuvo mucho éxito: un científico y médico de familia enamorado de la joven Claudia Christiani, que se manifestaba fría e inaccesible a cualquier estímulo sexual (es decir, frígida, que dirían nuestros abuelos) diseña un dispositivo que, una vez instalado en el cerebro de aquella mujer objeto de su deseo, puede provocar en ella un proceso de erotización intenso. A modo de vendetta, o de aprendizaje forzado, el frustrado varón, ante la frialdad de la joven, accionaba el dispositivo en las situaciones más comprometidas, de forma que ella se excitaba tremendamente y satisfacía su tensión sexual sin importarle el contexto, lo comprometida que fuese la proposición o el desenlace de aquel episodio sexual. De esta manera, siempre brusca e inesperada, la joven Claudia promovía acercamientos, estimulaciones, tocamientos y proposiciones con frecuencia tremendamente directos, pornográficos y muy comprometidos. Al principio, ella sentía un lógico rechazo ante aquellos sentimientos sexuales tan intensos e inoportunos que descubría nuevos, pero conforme avanzaba la historia, la joven conseguía desenvolverse cada vez con menos disgusto e incluso llegó a desear estos inesperados episodios.
Una experiencia intensa
Una década antes, en 1973, Woody Allen realizaba una sátira futurista en la que su protagonista, Miley Monroe, propietario de una tienda naturista, hibernaba durante 200 años. En 2174, cuando por fin Miley era despertado por unos revolucionarios con la misión de destronar al “jefazo”, encontraba una sociedad dictatorial y tecnológica donde las mujeres, curiosamente frígidas, necesitaban entrar en el “orgasmatrón”, pequeña cabina que estimulaba de forma intensa su excitación sexual para conseguir frenéticas y exageradas experiencias orgásmicas. Esta idea, la de una experiencia sexual intensa, de acceso universal, conseguida a través de la tecnología y para la que no se requiere aprendizaje, es posible que constituya un importante mito moderno, que podríamos denominar el mito del orgasmatrón. Si continuamos este pequeño viaje a través del tiempo y de las fantasías masculinas, podemos comprobar que parte de estas historias tiene su origen en los personajes e ideas de Donatien Alphonse François de Sade, aristócrata libertino y dramaturgo del siglo XVIII. El marqués de Sade, que inspiró el término “sadismo”, promulgaba en sus obras y en la realidad la búsqueda del placer por medio de diversos aprendizajes, con frecuencia extremos y dominados sobre todo por las fantasías masculinas. En sus obras es frecuente encontrar mujeres que se adiestran para las experiencias eróticas intensas de forma sumisa y gratuita.
Redacción QUO