Pero volvamos al siglo XX. Además de la ficción, también la ciencia ha formulado propuestas que, si bien en su origen eran planteadas bajo criterios rigurosos y en el marco de la promoción de la salud, más tarde fueron convertidas, transformadas –o mejor dicho, “deformadas”– en mitos sexuales. El doctor Gräfenberg (este sí, un científico real) publicó en 1950 un artículo que más tarde sería muy famoso: El punto G (se llama así por su inicial). Gräfenberg criticaba los estudios estadísticos realizados sobre frigidez femenina porque metían en el mismo saco a aquellas mujeres que no habían sido estimuladas adecuadamente y probablemente no tenían ningún problema en su respuesta sexual. Este ginecólogo alemán proponía como auténtico “orgasmatrón” la caricia y estimulación de la cara anterior de la vagina en relación con la uretra y las áreas parauretrales (o próstata femenina, como se la denominaba antiguamente). Para aquellos/as que no tengan buena orientación, digamos que se encuentra a unos cinco centímetros de la abertura de la vagina, en su interior, justo detrás del hueso del pubis. Es como una habita, porque realmente el punto G corresponde al bulbo uretral y contiene una fina capa de tejido esponjoso muy similar al clítoris, que se erecta más o menos como el miembro viril. Hasta aquí, la ciencia. Pero, como ocurre con frecuencia, de la ciencia se pasa a la ciencia ficción; y curiosamente, en las mismas fechas en las que Milo Manara publicó su historia de El clic es cuando saltó a la fama el increíble y sorprendente punto G. Imagínate cómo se recibió la noticia: “¡Extra! ¡Extra! ¡Un punto en la vagina que, si lo encuentras, te regala el mayor orgasmatrón de tu vida!” Sin embargo, este ídolo de masas poco tiene que ver con las formulaciones científicas de Gräfenberg. Pero ¿por qué se ha creado todo un mito acerca del placer? El ser humano tiende a convertir en leyenda lo que no comprende bien, lo que es importante y para lo que necesita una respuesta. El mito recurre a la ciencia o a la magia para desencadenar aquello que al varón le resulta inexplicable, como esos secretos que encierra la sexualidad femenina: esas notas que hay que tocar para desencadenar en ella el gemido del placer. Pero la particularidad de estos mitos también responde a algo que en los años cincuenta tanto pensadores como científicos defendían y que se ha repetido hasta la saciedad. Nos referimos a aquello de que que no hay mujeres frías, sino ineficazmente estimuladas. Cada persona tiene una forma única de ser excitada. Somos exquisitamente particulares. Además, mujeres y hombres se diferencian no solo en la forma que tienen de responder sexualmente, sino también en el tipo de estímulos que provocan su excitación sexual y la valoración que hacen de esta excitación. Una de estas diferencias es la mayor importancia que para el hombre tienen los estímulos visuales (ver un cuerpo desnudo) y para la mujer los auditivos (palabras románticas o/y obscenas). Por otra parte, tenemos una idea demasiado reducida y simplista acerca de la estimulación sexual. Con frecuencia entendemos que estimular es friccionar. Dependiendo de cómo, cuándo y dónde, esto puede “calentar motores” o enfriarnos hasta convertirnos en un iceberg. Por ejemplo, los varones tendemos a creer que necesitamos una erección muy potente y mantenida para poder friccionar suficientemente la vagina; sin embargo, la vagina no es el principal órgano erógeno en todas las mujeres, lo es sobre todo el clítoris. Hay evidencias en la historia de la literatura universal en este sentido, como también las hay científicas en el último siglo. Aunque es de la ciencia de comienzos del XX de la que arranca la idea de que la vagina es el órgano sexual fundamental de la mujer madura. Probablemente, una idea preconizada en la teoría de la evolución sexual de Freud. Por el camino, esa diana equivocada es el origen de tantos disparos fallidos de los hombres, y también de las mujeres, que han terminado por convertir el orgasmo femenino en todo un mito. Hombres y mujeres buscan erróneamente una respuesta vaginal que con frecuencia esquiva sus propios sentimientos. Claro, que mientras unos y otras buscan desesperadamente a Wally, algo se va aprendiendo. Todo el que se precia de buen amante alguna vez se ha planteado, sobre todo en el inicio de sus relaciones, qué excita a las mujeres. ¿Qué botón hay que tocar? ¡Cuidado! En cuestión de puntos erógenos no se puede teorizar de forma tan genérica. De hecho, deberíamos ser cautos y, si decimos que a la mitad de la población femenina le excita que le acaricien los pezones, también deberíamos aclarar que la otra mitad prefiere otro tipo de estímulos. Por eso, lo ideal es preguntarles a ellas.
Redacción QUO