En 1888, el British Museum, le encargó al egiptólogo y filólogo inglés Ernest Wallis Budge la compra de un papiro, de tres mil años de antigüedad, que había reposado en la Tumba de Ani (escriba real), en Tebas, Egipto, y lo trasladó a Londres. Al desplegar los casi 24 metros, los expertos se encontraron frente a un ejemplar de El Libro de los Muertos y lo bautizaron el Papiro de Ani . Este tratado era una obra fundamental en el antiguo Egipto, ya que contenía un compendio de pautas, conjuros, oraciones, fórmulas mágicas y recitaciones que los egipcios, una vez fallecidos, debían seguir hasta presentarse en el juicio de Osiris, el dios egipcio de la resurrección, la vegetación y la agricultura. Rodeado de 42 jueces, se dirimía la pureza de su alma, lo que le garantizaría o no, el paso a la vida eterna. Más allá de su valor económico, pues un rollo de papiro podía suponer la mitad de la paga anual de un campesino, El Libro de los Muertos era crucial para garantizar la futura resurrección del difunto.
Inicialmente, durante las Dinastías V y Vll, los jeroglíficos se plasmaban sobre las pirámides, los conocidos como “Textos de las Pirámides”. Más tarde, los grabados se inscribieron sobre los sarcófagos donde reposaban los cuerpos momificados en respuesta al temor de los egipcios a la descomposición. Fue en este periodo cuando la práctica de inmortalizar los textos grabados se extendió a nobles y altos funcionarios. Esta práctica, con el paso de los años, se democratizó y los textos fueron copiados sobre papiros que yacían en la tumba junto al cadáver y el resto de su ajuar mortuorio. Ese fue el origen de lo que hoy se conoce como El Libro de los Muertos, una obra que influyó en los judíos, griegos, romanos y finalmente en la Europa cristiana. Y ahora la editorial española CM ha logrado crear el primer facsímil.
Estos tratados solían pertenecer a miembros de la élite social, ya que costaban una fortuna, e inicialmente sólo estaban reservados para los componentes de la familia real. Teniendo esto en cuenta, el Papiro de Ani nos da una idea de la posición social y las riquezas del escriba.
Si bien es un testimonio artístico de enorme valor, que relata el tránsito de Ani y su esposa Tutu ( una sacerdotisa de alto rango), esta versión se distingue por algo más. “No hay ningún Libro de los Muertos que sea igual a otro – nos confirma en conversación telefónica Daniel Díez, director editorial de CM, la editorial responsable de la reproducción de este texto que se imprime por primera vez a nivel mundial – . La calidad de sus imágenes demuestra que este rollo se confeccionó de forma especial: normalmente se adaptaban las imágenes al texto, pero en este caso se adaptó el texto a las imágenes debido a la belleza de las mismas. Esto convierte a esta versión de El Libro de los Muertos en la más destacada de todas cuantas han sobrevivido”.
Esta no es la primera vez que se intenta reproducir El Papiro de Ani. Pero hasta ahora la tecnología no había avanzado tanto como para conseguir recrear los colores y las texturas propias del soporte original. “El Papiro de Ani es de un material que es imposible imprimir sobre él – confirma Díez – y tampoco había un sustituto que lo permitiera. Pero unos años atrás descubrimos una posibilidad de hacerlo. Trajimos papiro de Egipto, hicimos pruebas y comenzamos a pedir los permisos al Museo Británico para reproducir la obra”.
Todo el proceso tomó casi tres años, entre permisos, pruebas, viajes, etc. A eso hay que añadir la dificultad para ser fiel a los tonos con los que ilustraron el texto original. “Después de las primeras imágenes – afirma Díez – hemos reforzado el blanco, por ejemplo, ya que los egipcios usaban un blanco muy fuerte. Básicamente usaban pigmentos naturales, el blanco se obtenía de cal, por ejemplo. En la naturaleza hay dos fuentes para el azul: el lapislázuli, y el cobalto, mientras que el rojo se obtiene a partir de arcillas y el verde de pigmentos naturales. En cuanto a la textura y la densidad de este tipo de pigmentos, el objetivo era recrear ese aspecto vivo, por eso buscamos con tanta insistencia una técnica que nos permitiera reproducir este aspecto de 3D por decirlo de algún modo. Con el papiro, que es un organismo vivo, hay que tener cuidado, se nos arrugaba y tuvimos que desarrollar una caja completamente plana para evitar que entrara la humedad. Hasta hemos diseñado una caja, como un sarcófago para albergar el libro y un atril para que el lector pueda pasar las páginas”.
La reproducción consta en total de las 37 secciones en las que Budge dividió el rollo. Una decisión muy controvertida, aún hoy. “En total son 37 fragmentos en los que está compuesto – señala Díez –. Originalmente era un rollo, pero desplegar 24 metros, solo para estudia una parte, era peligroso y Budge tomó la decisión de cortarlo en 37 secciones y así se puede estudiar. En el museo de Turín por ejemplo, hay un libro de los muertos que no fue cortado y tiene los 27 metros: ocupa todo un pasillo y es imposible estudiarlo así. La de Budge fue una decisión muy polémica”.
En total se han elaborado 999 ejemplares de esta primera edición facsímil, que cuenta con traducción al español y una explicación pormenorizada de cada detalle de las imágenes. También incluye la participación de Zahi Hawass, antiguo ministro de antigüedades de Egipto.
Indudablemente, la parte técnica fue una de las más complejas. No solo el papiro, los colores y la textura debían ser analizadas al detalle, las imágenes también debían reproducir la Historia. Desde la nitidez hasta las hebras del papiro.
“El proceso de tratar los rotos propios de cada sección podía llevar días – nos cuenta Díez –. Cada fotografía tiene una resolución que oscila entre los 150 MP y los 200 MP. Hace 10 años era impensable conseguir esto. Las cámaras que usamos para ello son gigantes, como escáneres, de hasta 5 metros, que nos permiten obtener esta calidad de imágenes. El montaje del escáner nos puede tomar un día”.
Y qué habéis aprendido tras convivir tanto tiempo con El Libro de los Muertos, le preguntamos a Díez. “Siempre creí que eran una civilización obsesionada con la muerte – nos confiesa el editor –, pero para nada, a los egipcios les importaba mucho la vida. No pasaban de los 30 años y les preocupaba seguir viviendo. Por ello se esmeraban tanto para conseguir una nueva oportunidad”.
Juan Scaliter