Qué nos une y nos separa de un gorila. La descripción de su carga genética constituye uno de los secretos que probablemente desvelará el nuevo año. Junto a la de muchas otras criaturas, especialmente en el marco del proyecto Genoma 10K, que dio comienzo en 2009 y se propone crear un banco de tejidos y descifrar el genoma de nada menos que 16.203 especies de vertebrados. El esfuerzo reúne a centros, instituciones y científicos de todo el mundo y su objetivo final es aportar material a la reconstrucción del complejo camino evolutivo que nos ha traído desde el bisabuelo ancestral común a todos los seres vivos hasta la multifacética biodiversidad de nuestros días. Entre 500 y 600 millones de años de mutaciones, adaptaciones y especialización en el fascinante abanico de la vida. “La mayoría de los eventos esperables en este ámbito vendrán definidos por el avance tecnológico en la secuenciación genómica”, augura Carles Lalueza, investigador del Instituto de Biología Evolutiva del CSIC.
De hecho, ese ritmo vertiginoso hace que los descubrimientos se limiten en un principio a datos meramente descriptivos: cuántos genes tiene una especie, cuáles comparte con nosotros y poco más. Estas serán las semblanzas que recibiremos también sobre Ötzi, el Hombre de Hielo que murió en los Alpes hace 5.000 años y se ha conservado momificado, del que Lalueza sospecha que se observarán “genes relacionados, por ejemplo, con el color de los ojos”. En ese formato recopilatorio de material genético se presentarán también muchas publicaciones relacionadas con el proyecto 1.000 Genomas, que ya ha rebasado su propio nombre y se encamina a secuenciar el ADN de 2.500 humanos de los más diversos rincones del planeta. “En ellos se localizarán genes implicados en rasgos físicos externos, como la pigmentación y la estatura, y quizá, en enfermedades complejas más frecuentes o virulentas en ciertas poblaciones”, opina el biólogo.
Pero la información realmente jugosa, que irá conformando las características más precisas de una especie, sus variaciones, su lugar en los árboles genealógicos y lo que podemos aprender de la interacción entre las distintas ramas de los mismos necesita más tiempo de investigación. Por eso, los avances en estos aspectos se referirán a especies cuyos genomas ya cuentan con versiones secuenciadas previamente, como los neandertales; en su genoma se profundizará en las regiones que codifican proteínas y no tanto en lo que se solía denominar ADN basura. “Hasta ahora se habían mirado sobre todo regiones relativas a su relación con nosotros”, afirma Lalueza. “A partir de aquí se atenderá también a las que hablan de la evolución de la propia especie, de los cambios morfológicos que se observan en sus esqueletos.”
Según el experto, no serán los únicos homínidos que captarán la atención en los próximos meses. Nuevas muestras de ADN de los denisovanos, de los que ya existe un genoma completo y dos mitocondriales, podrían aportar luz sobre este gran misterio. De momento solo se han hallado tres fósiles (un dedo de la mano y dos molares) de tres individuos diferentes de esta especie que vivieron hace unos 50.000 años en la cueva de Denisova, Altai Krai (Rusia).
Pilar Gil Villar
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