No ha cumplido un año y ya ha sido víctima de un secuestro. Es probable que viera cómo su madre y otros familiares morían a manos de sus raptores al intentar defenderle. Afortunadamente, la policía de Gisenyi (Ruanda) puso fin a su semana de cautiverio el pasado 7 de agosto, antes de que el pequeño gorila Ihirwe terminara como mascota doméstica. A cambio de 18.000 dólares, según confesaron sus cazadores.
Y también por suerte, la policía ruandesa avisó de inmediato a miembros del Proyecto Veterinario Gorila de Montaña (MGVP), una ONG encargada de velar por la salud de estos animales en su entorno natural. Aunque su trabajo habitual consiste en detectar gorilas enfermos en el medio silvestre y acudir allí a propiciarles los cuidados necesarios, también recogen en sus instalaciones a los pequeños huérfanos confiscados a traficantes, o cuyas madres han resultado “daños colaterales” de los conflictos armados de la zona.

Tras un período de observación y adaptación en el centro de cuarentena del MGVP, y si no se le detecta ninguna enfermedad infecciosa, Ihirwe será trasladado al santuario de Sekwekwe, en el Parque Nacional de Virunga (RD del Congo), donde viven otros cuatro ejemplares con su misma historia. Los cuidadores confían en que la convivencia trence entre ellos los lazos característicos de una familia, y pretenden liberarlos una vez que el macho mayor del grupo haya adquirido su espalda plateada.

“Los gorilas necesitan un macho adulto maduro que proteja al grupo”, explica Molly Feltner, responsable de comunicación de MGVP. Solo así tendrán posibilidades de sobrevivir una vez devueltos a su libertad. Hasta entonces, Ihirwe recibirá mimos y cuidados destinados a devolverle la confianza en este mundo, también suyo.

Algo especialmente importante, porque en él sólo quedan unos 780 gorilas e montaña, distribuidos en parques nacionales de la República Democrática del Congo, Ruanda y Uganda, que comparten con otras subespecies de gorilas, como el oriental de llanura. Una de las principales amenazas para su supervivencia son las enfermedades humanas, transmitidas por contacto directo o indirecto, el aire y los insectos. Por eso, los turistas deben mantenerse a una distancia mínima de 7 m y los trabajadores de la zona se someten a controles que detecten posibles fuentes de contagio. En 1985, los veterinarios del MGVP detuvieron a tiempo un brote infeccioso que podría haber sido sarampión.

Pilar Gil Villar