Unos años atrás Stuart Meloy, experto en tratamientos de dolor estaba realizando una intervención de rutina y mientras ubicaba los electrodos en la columna de una paciente, esta comenzó a manifestar sensaciones de placer muy lejanas al dolor que había experimentado hasta ese momento y muy cercanas al orgasmo: de hecho, lo experimentó de tal modo que le pidió a Meloy que le enseñara lo que había hecho a su marido.
Fue en ese momento cuando Meloy comprendió que allí había algo importante para tratar diferentes trastornos sexuales y comenzó a investigar en el desarrollo de un dispositivo que pudiera desencadenar orgasmos a voluntad. Para ello realizó un estudio en el que convocó a 11 voluntarias de entre 32 y 60 años, diagnosticadas con anorgasmia, que utilizaron el dispositivo para estimular mediante corrientes eléctricas una región específica de los segmentos intervertebrales L1 y L2. De las 11 voluntarias, que pudieron usar el dispositivo durante 9 días a voluntad, 10 de ellas volvieron a experimentar orgasmos.
El dispositivo fue patentado, pero aún no se ha resuelto su estudio por la Agencia Federal de Medicamentos (FDA) principalmente debido a falta de fondos y a que el dispositivo tiene un precio que está por encima de los 20.000 euros.