Diciembre de 2006. El astronauta Christer Fuglesang, de la Agencia Espacial Europea, flotaba mecido por la ingravidez, con los ojos cerrados, en su saco de dormir. De repente vio un punto de luz blanca de gran intensidad que le hizo despertar. Aquella minúscula estrella se desvaneció en un instante, pero Fuglesang se dio cuenta inmediatamente de lo que era. “Había oído hablar de estas cosas y por fin experimenté una”. Esa luz es, en los foros ufológicos, la prueba fehaciente de que existe vida inteligente en el espacio. Y que nos envía mensajes. Pero los científicos terrícolas tienen otra explicación más convincente. Aldrin y Armstrong informaron por primera vez de estos flashes durante la misión Apolo 11. Desde entonces, docenas de astronautas los han experimentado. En aquellos años, una investigación de la NASA alejó toda sospecha de marcianitos enviando señales luminosas. La conclusión fue que las causantes de los fosfenos son partículas de alta energía, muy probablemente rayos cósmicos, que atraviesan el globo ocular de los astronautas, afectan al sistema visual y hacen que el cerebro genere una “ilusión óptica”, con una forma parecida a la de una estrella.
Más allá del destello
En la Tierra estamos protegidos de estas partículas gracias al Campo Electromagnético Terrestre (CEMT). Pero cuando el astronauta abandona esta bondadosa influencia, su sistema visual se expone a un bombardeo incesante. En un experimento en la estación espacial Mir se registraron hasta 233 flashes en 26 horas. La cifra se redujo en un recuento posterior realizado en la Estación Espacial Internacional (ISS). Unos 20 flashes por astronauta en 7 horas. Pero, ¿por qué se producen estos destellos? ¿cómo actúan estas partículas para que los astronautas vean más estrellas de las debidas?
Redacción QUO