Pero hasta bien entrado el siglo XX por “agote” se conocía a los miembros de una raza maldita y despreciada, sin que se sepa a ciencia cierta cuál era el origen de esta maldición. El rechazo se traducía en que se les destinaba un sitio aparte en la iglesia, no podían subir al altar a hacer la ofrenda durante la misa, tenían un aguamanil para ellos solos y entraban en el templo por otra puerta. Un agote no podía ser ordenado sacerdote, y en sus casas se colocaban escudos para distinguirlos. El nacido de padre agote, aunque su madre no lo fuera, era considerado agote. En alguna época, incluso, si se encontraba a algún agote andando descalzo por los sembrados, se le quemaba el pie con un hierro candente.
La propia palabra, agote, se ha empleado frecuentemente como un grave insulto.
De ellos se han dicho desatinos tales como que eran unos empedernidos ladrones, que poseían un aliento nauseabundo, que sufrían gonorrea, que carecían de lóbulos en las orejas, que éstas eran más cortas de lo normal y que tampoco poseían mucosidad nasal. También se afirmaba que eran descendientes de leprosos.
La realidad constatada es que los agotes llegaron al valle navarro de Baztán desde el otro lado de la frontera pirenaica y se instalaron en Bozate, donde trabajaron para los señores de Ursua, en una relación feudal de vasallaje. Aunque se ha especulado mucho, el origen de estas personas sigue siendo un misterio.
¿Descendientes de godos, asentados en el Suroeste galo? ¿De sarracenos? ¿De origen judío? Incluso una teoría moderna asegura que eran restos de los ejércitos albigenses, traídos de Italia por alguien de Baztán. Tampoco se ha descartado que procedan de los españoles que, huyendo del dominio árabe, siguieron a Carlomagno; o descendientes de los primitivos cristianos del Pirineo; o un pueblo que vivía en esa zona con anterioridad a los cántabros.
Redacción QUO