El Archaeopteryx vivió durante el período Jurásico Tardío, hace unos sesenta millones de años, y exhibía una mezcla de rasgos de ave y reptil. Era del tamaño de un cuervo, y comparte muchas características anatómicas con algunos de los dinosaurios bípedos pequeños. El Archaeopteryx tenía plumas, claramente visibles en los fósiles, una calavera parecida a la de las aves y cráneo expandido, grandes cuencas oculares y un pronunciado pico, pero su esqueleto poseía forma de reptil. Los paleontólogos han sabido durante más de un siglo que los tetrápodos (anfibios, reptiles, aves y mamíferos) evolucionaron a partir de un grupo particular de peces, llamados crosopterigios. Y en 2006 fue descubierto Tiktaalik, intermedio casi exacto entre los peces y los tetrápodos (véase el recuadro). Los contemporáneos de Darwin preguntaban: si los seres humanos han evolucionado a partir de antepasados no humanos, ¿dónde está el “eslabón perdido”, la criatura intermedia entre los seres humanos y los simios? Este reto era razonable, pues en tiempos de Darwin no se conocía ningún fósil que pudiera haber sido uno de nuestros antepasados, nuestros parientes más próximos después de que el linaje humano se separó del de los simios. El eslabón perdido ya ha sido encontrado. No uno, sino centenares de restos fósiles de cientos de individuos homínidos se han descubierto desde la época de Darwin, y se siguen descubriendo a un ritmo acelerado. Los fósiles que pertenecen al linaje humano tras su separación de los linajes simios se llaman homínidos. Los fósiles de homínidos más antiguos que se conocen tienen entre 6 y 7 millones de años de antigüedad, proceden de África y son conocidos como Sahelanthropus y Orrorin. Estos antepasados eran predominantemente bípedos, pero tenían cerebros muy pequeños. Otros antepasados nuestros son Ardipithecus, que vivió hace unos 4,4 millones de años, y Australopithecus, un homínido que apareció hace entre 3 y 4 millones de años. El Australopithecus tenía una postura erguida humana, pero una capacidad craneal de menos de 500 gramos, comparable a la del gorila y el chimpancé, un tercio de la de los humanos modernos. Junto con un cráneo mayor, se han encontrado otras características humanas en el Homo habilis –que vivió hace entre 1,5 y 2 millones de años en África y tenía un cráneo de algo más de 600 gramos– y en el Homo erectus, que evolucionó en África hace algo más de 1,8 millones de años y poseía un cráneo que pesaba entre 900 gramos y algo más de un kilo. Poco después de su aparición en África, el Homo erectus se extendió por Europa y Asia, hasta llegar incluso al archipiélago indonesio y a China septentrional. Se han hallado restos fósiles de Homo erectus en África, Java, China, Oriente Medio y Europa. En España se han encontrado fósiles de hace algo más de un millón de años relacionados con Homo erectus. Además de muchos restos de Homo antecessor –que vivía hace varios cientos de miles de años– descubiertos en Atapuerca, en la provincia de Burgos. La transición de Homo erectus a Homo sapiens podría haber empezado hace unos 400.000 años. La especie Homo neanderthalensis apareció en Europa hace más de 200.000 años y persistió hasta hace 30.000. Durante mucho tiempo se ha creído que los neandertales eran antepasados de humanos anatómicamente modernos, pero ahora sabemos con seguridad que fueron una especie diferente de la nuestra. La biología molecular es una disciplina reciente, que surgió cien años después de Darwin, tras el descubrimiento en 1953 de la estructura de doble hélice del ADN, el material químico de la herencia. La biología molecular aporta las pruebas más sólidas de la evolución biológica y hace posible reconstruir la historia evolutiva con tanto detalle y precisión como cualquiera pueda desear.
Conocemos el árbol de la vida
Es posible afirmar hoy que ya no existen lagunas de conocimiento en la historia evolutiva de los organismos vivos. Las principales ramas del árbol de la vida han sido reconstruidas por entero y en muchos detalles. Cada mes se publican más detalles sobre más y más ramas del árbol universal de la vida en montones de artículos científicos. La prácticamente ilimitada información evolutiva codificada en la secuencia de ADN de los organismos vivos permite a los evolucionistas reconstruir todas las relaciones evolutivas que conducen a los organismos actuales, con tanto detalle como se desee. Si se invierten los recursos necesarios (tiempo y gastos de laboratorio), uno puede tener la respuesta a cualquier pregunta, con tanta precisión como se quiera.
El ADN y las proteínas han sido llamados “macromoléculas informacionales” porque son largas moléculas lineales constituidas por secuencias de unidades –nucleótidos en el caso de los ácidos nucleicos, aminoácidos en el caso de las proteínas– que incluyen la información evolutiva. Al comparar la secuencia de los componentes en macromoléculas de dos especies se determina el número de letras (nucleótidos o aminoácidos) que son diferentes. Debido a que la evolución normalmente ocurre cambiando una unidad cada vez, el número de diferencias refleja el grado de parentesco entre las dos especies. Por ejemplo, en los humanos y los chimpancés, la molécula de proteína llamada citocromo c, que desempeña una función vital en la respiración dentro de las células, se compone de los mismos 104 aminoácidos dispuestos exactamente en el mismo orden. Sin embargo, difiere del citocromo c de los monos rhesus por un aminoácido, del de los caballos por 11 aminoácidos adicionales, y del citocromo c del atún por 21 aminoácidos adicionales.
Redacción QUO