En tiempos de crisis prima la creatividad para inventarse maneras de ganar dinero. Los ciudadanos estamos asfixiados y me pregunto cuánto podría ganar vendiendo aquello sobre lo que tengo absoluta potestad: mi cuerpo.
Mi pelo no es virgen
Las ovejas dan lana, yo doy pelo. Tengo una larga y abundante melena. Podría cambiar de look, cortármelo y venderlo. El pelo humano es un material preciado. Sirve para hacer pelucas, postizos y extensiones, que están de moda.
Llamo con ilusión al almacén de cabello humano más grande del mundo, el de Justino Delgado, en el madrileño barrio de Carabanchel Alto. “El pelo debe estar virgen, sin teñir ni pemanentar”, me informan. “Como mínimo debe tener una longitud de 40 cm. El precio depende de la calidad del cabello. Los más valiosos son coletas largas de 50-70 cm, sin castigar, con el mayor número de cabellos enteros, sin romper ni capear”, casi recita. Desde que comenzó la crisis somos muchas las que llamamos.
La densidad de la coleta también cuenta, por eso se pesa. El precio varía entre 15 y 70 euros los 100 gramos. Hoy mi pelo tiene mi tono natural, pero bajo la apariencia castaña hay ocultas mechas rubias y un tinte pelirrojo. Mi coleta no supera los 30 cm y está capeada. Mi pelo vale cero euros. Vaya chasco.
Busco otra tasación en las webs de compraventa de pelo, algunas de las cuales contemplan el comercio de pelo no virgen. En una de ellas valoran el mío en 84 dólares. Algo es algo.
Me desnudo por el bien del arte
En la película El artista y la modelo, de Fernando Trueba, una chica escapada de un campo de refugiados conoce a un escultor que la acoge en su taller. A cambio, ella posa para él. En el filme no parecía complicado posar mientras el artista tomaba nota de las formas del cuerpo. Pero ella se quejaba por lo incómodo que resultaba mantener una postura largo tiempo.
Aunque fuera legal vender sangre en España, no cumplo uno de los requisitos: pesar más de cincuenta kilos
Por eso, pienso que quizá sea necesario tener una preparación previa para mantener posturas forzadas. Aun así, intentaré vender mi cuerpo al arte y posar para los estudiantes. En la facultad de Bellas Artes me explican que este trabajo se consigue por oposición y que no hay convocatorias en perspectiva. Pruebo con una escuela privada y me dicen, para mi satisfacción, que no necesito experiencia previa ni ninguna característica física especial. Pagan 20 euros a la hora y se suele trabajar dos a la semana. Ahora tienen modelo, pero puede fallar, así que dicen que les envíe mi currículo.
Dispuesta a convertirme en almohadanauta
Cuando era estudiante, algunas compañeras se ganaban un buen dinero como conejillos de Indias humanos. Participaban en ensayos clínicos en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid. “Se compensa económicamente según la duración de cada estudio”, leo entusiasmada en su web. Mi alegría acaba pronto. Me explican que los ensayos están diseñados para personas entre 18 y 35 años. Supero la edad máxima. Me sugieren contactar con el Hospital Universitario de la Princesa, donde cogen gente más mayor. “Hasta 50 años”, me dicen desde la Unidad de Ensayos Clínicos. Bien. “A las 15:30 horas hacemos reuniones informativas. ¿Te apunto?”, me apuran. “Voy a tuitear la convocatoria y esto se llena enseguida”, aseguran. “Sí, sí, apúntame. Gracias”. Abro Twitter y busco la cuenta @UEC_Princesa, y leo, a las 13:19: “Periodo de reclutamiento abierto! Reuniones mañana. Tenéis que llamar al 91.520.22.47. NO FUMADORES”. Unos pocos minutos después, a las 13:37: “Periodo de reclutamiento CERRADO!!!!” Sí que aprieta la crisis, me digo.
Me he ofrecido hasta para posar desnuda y hacer de conejillo de Indias clínico
En la reunión somos 10 personas. Nos detallan la información sobre el ensayo. Se trata de comprobar que la concentración en sangre de un fármaco genérico para la arritmia es la misma que el comercial tras administrarlo. El ensayo dura 22 días, pero solo dormiré dos noches en el hospital. Me pagan 560 euros. No está mal.
Otra posibilidad es enrolarme en un experimento espacial. La Agencia Europea del Espacio convoca a voluntarios para participar en ensayos para conocer la reacción del cuerpo a la falta de gravedad. Uno de sus experimentos estrella consiste en estar tumbada 21 días seguidos cuatro veces en un año. Me convertiría en una almohadanauta si me pagaran. “Hay compensación económica según la regulación de tu país y el tiempo que dure el experimento”, me explica Oliver Angerer, coordinador de las investigaciones sobre el espacio con humanos de la ESA. Lamentablemente, entre los requisitos exigidos leo uno que me impide participar: padezco migrañas.
¡Que me saquen la sangre!
¿Puedo ganar dinero vendiendo mi sangre? El cuerpo humano está constantemente renovándola, así que mientras esté sana es un bien inagotable del que puedo disponer. Sin embargo, no es fácil venderla, puesto que el objetivo de la Organización Mundial de la Salud es lograr que en 2020 todas las donaciones sean no remuneradas.
En España está prohibido vender la sangre desde 1985. En Europa aún queda algún país, como Grecia y Albania, que da incentivos a sus donantes, pero no en forma de dinero. En EEUU sí que pagan 35 dólares por donación de plasma, uno de los componentes de la sangre. Se pueden realizar un máximo de dos cada semana, con al menos dos días entre cada donación. Pero aunque fuera legal vender sangre por dinero en España, no cumplo con uno de los requisitos: pesar un mínimo de 50 kilos.
Demasiado mayor para donar óvulos
La misma legislación me encuentro a la hora de donar médula ósea. “Por ley, la donación es libre, anónima y gratuita. Se realiza para cualquier paciente del mundo que lo necesite y no se recibirá compensación económica alguna”, subrayan en la Organización Nacional de Trasplantes. Si miro de nuevo hacia EEUU, sí me ofrecen dinero a cambio de mi cuerpo: 93 euros por 25 mililitros de médula y 336 por 100.
El resto de los órganos de los que puedo prescindir sin morir, como un riñón o un trozo de hígado, siguen el mismo principio de no retribución económica. Tanto es así que ni siquiera me pagarían los gastos por baja laboral.
¿Y mis óvulos? Podría vender estas células que tanta utilidad tendrían para mujeres con problemas de infertilidad. Pero no ganaría más dinero que el de “las molestias físicas y los gastos de desplazamiento que se puedan derivar de la donación”, explican en el Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI). En clínicas privadas como esta me compensarían entre los 600 y los 1.000 euros, según las molestias. Tendría que someterme a análisis exhaustivos durante semanas, tratamiento hormonal y, finalmente, a la extracción de los óvulos. Podría donar varias veces, hasta alcanzar el número máximo de 6 hijos nacidos con mis células, según la Ley de Reproducción Asistida española.
Pero en EEUU sí que es posible ganar dinero vendiendo óvulos. Entre 3.000 y 7.500 euros llegan a ofrecer. De todas maneras, para donar debo tener entre 18 y 34 años. Una vez más no cumplo los requisitos.
Me sobra… ‘buena leche’
Tampoco soy madre en plena lactancia, ¿pero cuánto podría ganar si lo fuera? Puedo prolongar la subida de leche más allá de los seis meses, el tiempo que el bebé necesitaría este alimento, así que su venta podría convertirse en un ingreso regular. “No, no, no. Esto es una donación altruista”, insisten desde el Banco de Leche Materna del Hospital 12 de Octubre de Madrid. En la red sí puedo hacer negocio con ella. En las webs de compraventa se vende a 2 dólares la dosis de 30 ml. Un bebé de 6 meses toma 30 dosis al día. Consume, por lo tanto, 1.800 dólares al mes. Si consigues un cliente fiel, llegarías a vender 10.000 dólares en seis meses.
Pongo un anuncio en una de estas webs: “Soy madre primeriza, llevo una dieta equilibrada, no fumo, no bebo, ni tomo café. Tengo un bebé de tres meses. Me sobra leche y la he almacenado para venderla a las mamás que lo necesiten”. Horas después ya tengo un posible comprador: “Necesito con urgencia 6 litros. ¿Cuál sería el precio? Mi bebé tiene 5 semanas, pero me van a operar del pecho y no podré darle de mamar. Pago a través de cheque”. La verdad, desconfío de esta respuesta tan rápida. En la web pone que los pagos han de hacerse vía PayPal, y mi posible compradora me ofrece un cheque.
¿Quieres comer conmigo?
Mi vientre podría gestar un bebé para mujeres con problemas de infertilidad o parejas de homosexuales. Pero en España la maternidad subrogada no es legal. No podemos gestar el bebé de otra pareja, pero sí podemos inscribir como españoles a los hijos gestados en un vientre de alquiler en los países donde sí es legal. Por ejemplo, en Reino Unido, donde pagan 6.000 euros, o en EEUU, donde llegan a los 22.000. Los requisitos para ser madre de alquiler son tener entre 21 y 38 años, y haber dado a luz al menos una vez. Vaya, aunque no fuera española y pudiera ejercer este derecho, no cumplo los requisitos: no he parido nunca.
Como última opción, recurro a una bastante poco deseable: vender mi cuerpo como objeto sexual. Son 300 euros por comer con un cliente y hacer de pareja en eventos sociales. La tarifa sube a 500 si quieren llevarte de copas. Los límites están muy desdibujados en este intercambio de dinero por deseo.
Prefiero no entrar en el juego. Llegados a este punto, hago cuentas y resulta que mi cuerpo no vale un colín en España. Aquí, mi cuerpo no es mío. Las leyes me limitan el comercio con mis fluidos y anatomía. Pero si viviera en EEUU, valdría mi peso en oro.
Redacción QUO