El pasado mes de julio la organización Ecologistas en Acción presentó una denuncia por el robo de arena en la playa gaditana de Valdevaqueros para venderla luego en Gibraltar. Dicha arena era posteriormente utilizada en el Peñón para crear playas artificiales con las que ir ganando terreno al mar. Pero lo que en un principio parecía un suceso de ámbito local no es un hecho aislado. El robo y la venta ilegal de arena es un fenómeno que se ha generalizado a nivel mundial. De hecho, el Informe Mundial sobre el Estado de las Playas, elaborado anualmente por la ONG Fudena (Fundación de Defensa de la Naturaleza), afirma que casi una cuarta parte de las playas del planeta evidencian ya los efectos de la extracción masiva de arena.
¿Y cuál es la causa de este expolio? La arena se ha convertido en el segundo recurso natural más demandado, por detrás del agua. Según un informe de la organización International Union of Geological Sciences, el tráfico mundial de este material ronda los 18.000 millones de toneladas. Por encima del petróleo, cuyo consumo se queda aproximadamente en 3.400 millones de toneladas. La arena se ha hecho imprescindible en la actividad industrial. Desde la construcción hasta el sector tecnológico (de ella se extraen minerales como el silicio, que se usan para fabricar móviles).
Esta voraz necesidad de arena ha provocado que se extraiga de los lugares más insospechados. Y el mejor ejemplo lo tenemos en Indonesia. Las autoridades afirman que veinticuatro pequeñas islas de su litoral han desaparecido bajo las olas a causa del dragado de arena del fondo marino. ¿Y adónde ha ido a parar? A Singapur.
Como crecer dos veces el tamaño de Manhattan.
Desde 1960 hasta la fecha, esta pequeña ciudad estado del Sureste asiático ha crecido casi un 20% de su tamaño original; el equivalente a dos veces la isla de Manhattan. Y lo ha hecho ganando terreno al mar con la arena extraída del litoral indonesio, y también de la vecina Malasia.
Singapur comenzó su plan de expansión utilizando arena de sus propias montañas, hasta que estas quedaron planas. Fue entonces cuando empezó las extracciones en los litorales malayo e indonesio. Según explica Nada Faza Soraya, portavoz de Maritime Education Foundation, organización que vela por la conservación del patrimonio natural en el Estrecho de Malaca: “Las provincias indonesias de Riau y Bangka-Belitung venden a Singapur una media de 300 millones de metros cúbicos de arena anuales. La extraen del fondo marino y de la cuenca de los ríos. Es un negocio ilegal, casi auténtica piratería, que ha sido posible durante años debido a la desidia de las autoridades y a la corrupción de los oficiales, que miraban hacia otro lado”.
Actualmente, Indonesia y Malasia han adoptado una postura más firme y han prohibido toda venta de arena a Singapur. Aunque la ciudad-estado ha encontrado un nuevo suministrador: Birmania.
Los granos del desierto no sedimentan
El de Singapur no es un caso aislado. Dubái, en los Emiratos Árabes, ha sido hasta hace bien poco otro insaciable consumidor de arena. En 2001, la ciudad inició un ambicioso proyecto, la construcción de Palm Islands, un archipiélago artificial formado por siete islas distribuidas para construir la imagen de una palmera, y en las que está previsto instalar lujosos resorts. Y se necesitaron cien millones de metros cúbicos de arena solo para construir las dos mayores.
En un principio podría pensarse que a una ciudad rodeada por un insondable desierto no le faltaría esta materia prima. Pero paradójicamente, los granos de arena que forman las dunas del desierto arábigo son de una variedad que no sedimenta bien; en cambio, la de las playas y los fondos marinos es idónea para este proyecto.
Dubái ha estado importando arena de dos focos principales. El primero de ellos, Australia. Este país se lanzó al negocio de la venta de dicho recurso a finales de la II Guerra Mundial. Inicialmente, los yacimientos en los que se realizaban las extracciones estaban en la península de Kurnell, pero en 1990 esta área costera estaba ya totalmente arrasada, y sus espectaculares playas habían quedado reducidas a un puñado de dunas. Desde 1998, los nuevos yacimientos se han instalado en Strandbroke, y desde alli, las empresas australianas abastecen no solo a Dubái, sino también a Reino Unido y a Dinamarca.
El otro país que abastece a Dubái es la India. Según un estudio realizado por la Bombay Natural History Society en 2012, la minería ilegal de arena se ha convertido en la mayor amenaza medioambiental del país; por encima incluso de la contaminación. Dubi Goenka, portavoz de la organización hindú Conservation Action Trust, asegura que: “La imparable demanda de arena tanto para la industria local de la construcción como para la exportación ha generado una auténtica mafia. En la provincia de Kerala, hay cientos de personas cuyo medio de vida es extraer la arena de los cauces de los ríos con sus palas y cubos”. Dicha actividad es ilegal, pero la connivencia de ciertas autoridades corruptas la favorece. “En febrero de 2012, la Corte Suprema sentenció a una red de altos funcionarios locales que se enriquecían con los sobornos que los traficantes de arena les pagaban para extraer a sus espaldas”, relata Goenka. “Solo es la punta del iceberg. Los mafiosos locales han descubierto que el contrabando de arena es un negocio tan rentable como la prostitución y la droga”.
Del Sáhara a Canarias
A miles de kilómetros de allí, el Sáhara se ha convertido en la principal despensa de arena para Marruecos. Según la organización Obsevatorio de Recursos del Sáhara Occidental, el país norteafricano exporta anualmente 500.000 toneladas de arena –cuyos principales destinatarios son España, Cabo Verde y Estados Unidos–, la cual es extraída de los territorios saharauis ocupados. Tal y como nos contó a Quo Dolores Padrón, una de las portavoces de dicha organización: “El comercio de arena procedente del Sáhara ocupado es ilegal, como reconoce la propia ONU, porque esta región es aún zona en período de descolonización y se están expoliando sus recursos”.
Parte de la arena extraída del Sáhara recala en España. Concretamente, en Canarias. La primera vez que se utilizó en nuestro país arena procedente de dicha región fue en 1971. En aquella época, el Sáhara aún era colonia española, y se importaron 70.000 toneladas para construir la playa artificial de Las Teresitas. La operación costó en aquel entonces 400.000 euros. La misma playa se volvió a rellenar con otros 140.000 metros cúbicos de arena saharaui en 1998, cuyo coste entonces fue de dos millones de euros. Desde esa fecha, cada año la arena del Sáhara acaba en alguna otra playa canaria; un negocio millonario que engorda las arcas marroquíes. “Cada semana, al menos dos cargueros repletos de arena recalan en Tenerife”, informa Dolores Padrón. “Material que, además de servir para rellenar playas, abastece a la industria de la construcción. Por supuesto, la población del Sáhara no percibe ni un euro de este tráfico”.
Viviendas… a pie de playa
La demanda de arena a nivel mundial está multiplicando la extracción ilegal en prácticamente todo el planeta. Otro de los lugares más afectados es Jamaica. Allí, entre 2008 y 2012 desapareció casi por completo la playa de Coral Spring. Cuatrocientos metros medía esa playa de arenas blancas que fue progresivamente expoliada. “Quinientos camiones cargados llegaron a salir en una sola semana”, según informó Mark Shields, el comisionado para el Crimen de la isla y responsable de la investigación de este suceso, que ha obligado al Gobierno a endurecer las penas contra este tráfico.
Ni siquiera EEUU se libra de esta plaga. Tal y como explica un informe de la Geological Society of America, las zonas turísticas de Baja California han estado extrayendo arena de las playas situadas más al norte para rellenar las suyas. ¿La consecuencia? “El mar ha ganado terreno en las áreas afectadas”, explica Walter Álvarez, profesor de Geología de Costas de la Universidad de Berkeley y uno de los autores de la investigación. “Casas que estaban situadas a muchos metros del mar ahora se encuentran a apenas cinco”.
Según un estudio de la Universidad de Carolina (EEUU), 36 países ya evidencian las consecuencias de la explotación indiscriminada de este recurso: playas arrasadas, barreras de coral destruidas… “De momento, ningún país ha ido a la guerra por la arena”, explica el investigador Denis Delestrac, autor de un aclamado documental sobre el tema, Sand wars. “Pero si la voracidad de ciertos lugares como Singapur continúa, ¿llegaremos a ver, por ejemplo, a los indonesios defendiendo sus playas a tiros?” El tiempo lo dirá.
Vicente Fernández López
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