En 1936, el jerarca nazi Heydrich (a la derecha) fundó en Berlin el infame Salon Kitty, un burdel de lujo en el que los secuaces de Hitler invitaban a diplomáticos extranjeros a solazarse con hermosas jóvenes. Las chicas no eran prostitutas profesionales, sino simpatizantes del partido nazi que se ofrecieron voluntarias para desempeñar esa misión. Se las eligió por su belleza, cultura y dominio de idiomas, y fueron instruidas en el arte de sonsacar con técnicas sexuales a sus “clientes”. Todo lo que se decía en la intimidad de aquellos dormitorios era grabado por los cientos de micrófonos sembrados por todo el
Redacción QUO
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