Rotundamente no. Sí es cierto que nuestros progenitores eran bastante terribles a la hora de amenazarnos con los efectos de las golosinas, pero esto se pasaba un poco de rosca. El chicle, ni se pega en las paredes del estómago, ni puede obstruir vías respiratorias, ni tampoco tarda siete años en digerirse.
La realidad es que pasa con la misma pena y gloria por el proceso digestivo que un pedazo de pan.
*Publicado en la sección Quonectados.
Redacción QUO