Una leyenda cuenta que en el año 959 un herrero llamado Dunstant recibió la visita de un ser que le encargó unas herraduras para sus pies, que se parecían a pezuñas de cabra. Aquel detalle le hizo sospechar que era el demonio. Por eso, Dunstant le encadenó y le torturó moldeando las herraduras con hierro fundido sobre sus pezuñas. El diablo sufrió tanto que, a cambio de que cesara el tormento, prometió que nunca haría daño a quien usara una herradura como protección. Desde entonces, esa pieza de metal es uno de los amuletos más usados. El almirante Nelson clavó una en su camarote de la goleta Endurance antes de la batalla de Trafalgar, y el presidente Harry S. Truman tenía otra en su despacho de la Casa Blanca. Aunque no les sirvió de mucho. Nelson perdió la vida en el combate, y Truman no logró un segundo mandato.
Redacción QUO