Admitámoslo. A casi todos se nos empieza a fruncir el ceño a última hora del domingo. Tener que volver a madrugar y regresar al trabajo el lunes, no sientabien. Y muchos expresan en secreto el deseo de que: «Ojalá los lunes no fueran laborables». Pero, aunque cueste creerlo, hubo un tiempo en el que fue así.
A finales del siglo XIX, durante la revolución industrial, los trabajadores de Inglaterra (y del resto del mundo) solo disponían de un día libre, el domingo. Y hemos mencionado Inglaterra porque fue allí donde nació una curiosa festividad no oficial: El Saint Monday (San Lunes). Tal y como se relata en el libo The industrial revolution de T.S. Ashton: «De forma espontánea, los trabajadores empezaron a dejar de acudir a su puesto los lunes. Esta costumbre no oficial comenzó en las minas y de ahí se extendió a las empresas textiles y a casi todo el tejido laboral británico».
Sorprendentemente, los patronos también acabaron aceptando aquella costumbre, y el lunes pasó a ser un día oficiosamente festivo, aunque no existiera ningún documento legal que así lo recogiese. La actividad de las empresas cesaba casi por completo, quedando ese día reservado para recibir o entregar pedidos.
La costumbre del San Lunes se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, y se extendió a otros muchos países, como México. También llegó a Francia, donde se acuñó un dicho popular que rezaba: «El domingo es el día para la familia e ir a misa. Y el lunes, para cultivar la amistad».
Actualmente, trabajamos el lunes pero disfrutamos (salvo en algunos sectores, como la hostelería) de dos días de descanso: generalmente sábado y domingo. Pero comienzan a surgir voces que plantean que ya es hora de pelear por un tercer día festivo. Dudo mucho, sinceramente, que lleguemos a verlo. Pero, imaginemos por un momento que sucede el milagro y llegamos a gozar de tres días (dos para los que ahora solo tienen uno) de descanso semanales. ¿Qué preferiríais que fuera? ¿El lunes o el viernes?
Técnicamente no habría diferencia entre una opción y otra, ya que en ambas seguiríamos contando con tres días libres. Pero si fuera el lunes existiría un beneficio extra a nivel psicológico. Tal y como explica Arthur Stone, profesor de psiquiatría de la Universidad de Stony Brook de Nueva York: «A volver a trabajar el martes, la semana se haría subjetivamente más corta. Y, aunque el viernes, estaríamos más agotados, ese día el ánimo seguiría siendo positivo por la cercanía del fin de semana». Eso sí, esa sensación de bienestar y optimismo se iría diluyendo a partir de los dos o tres años de instaurar el nuevo día festivo, cuando la sociedad ya no lo percibiese como algo escepcional. «A partir de entonces, todo volvería a ser como ahora. Y el malestar que ahora sentimos el lunes, se trasladaría al martes».
Redacción QUO