El partido del Atlético contra el Bayern de Munich ha provocado una explosión de alegría entre los seguidores del equipo madrileño (y, prácticamente, entre la mayoría de los aficionados españoles). El encuentro ha dejado numerosas imágenes para comentar una y otra vez. Aunque la más polémica ha sido la que muestra al entrenador colchonero, el Cholo Simeone, perdiendo los nervios casi al final del partido, y dándole un «sopapo» a uno de sus ayudantes, por un cambio de jugadores que no se produjo en el momento que él esperaba.
Aquí no vamos a juzgar al Cholo. Para eso están los tertulianos deportivos, que saben latín. Seguro que alguno de ellos invoca ese célebre dicho de: «El fútbol es así». Y, precisamente, porque es así, y porque este tipo de comportamientos se da en los campos con cierta frecuencia, hemos tratado de averiguar qué pudo pasar en la cabeza del entrenador para sufrir una reacción semejante.
Y todas las pistas parecen apuntar a una culpable: la testosterona. Tal y como nos explicó Manuel Martín-Loeches, profesor Titular de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid y coordinador del Área de Neurociencia Cognitiva del Centro Mixto UCM-ISCIII de Evolución y Comportamiento Humanos: «La testosterona es una hormona que cumple mucha funciones, pero que también está vinculada con la agresividad. Las personas involucradas en el mundo de la alta competición deportiva, generan unos niveles muy elevados de testosterona». Y la consecuencia es que: «Las reacciones humanas son fruto de una pugna entre diversas regiones de nuestro cerebro. Lo que ocurre es que, cuando se segrega tanta testosterona, se acaba inhibiendo el área del cerebro vinculada a las decisiones racionales», explica Martín-Loeches. Por ese motivo, el neurólogo considera que, seguramente, la reacción del Cholo no fue premeditada ni deseada. «Se podría decir que casi no tenía otra opción que reaccionar así debido al bombardeo de testosterona que sufría su cerebro».
De una opinión bastante similar es Concha Caraballa, psicóloga especializada en temas forenses y en tratar a víctimas de la violencia. «Se suele decir que tenemos tres tipos de cerebros. El anfibio, el mamífero y el propiamente humano. Pues bien, la reacción del Cholo sería fruto de ese cerebro mamífero, que es el que nos prepara para defendernos, huir o pelear, ante una situación de peligro», explica la experta. «Habría que estudiar en profundidad el caso del entrenador, pero no es arriesgado pensar que su cerebro, por la tensión del encuentro, interpretaba el fallo de su ayudante como una amenaza para el triunfo de su equipo».
Pero, ¿qué ocurre en el organismo de los jugadores y entrenadores profesionales? ¿Han «aprendido» a producir más testosterona que el resto de las personas? ¿O es que ya vienen así de fábrica, por decirlo de alguna manera? Pues bien, Martín-Loeches se inclina por la segunda opción. «Digamos que estas personas, al tener unos niveles de testosterona más elevados de lo normal, pueden dedicarse a la alta competición deportiva. Si no fuera así, probablemente no tendrían ninguna posibilidad en un mundo tan competitivo», explica.
De todas formas, las hormonas no son las únicas culpables de este tipo de reacciones agresivas. Y es que parece haber también una causa conductual. «El deporte profesional es un mundo muy jerarquizado. Tanto como el ejército. Donde el entrenador se comporta casi como un general y ejerce un tipo de liderazgo autocrático, en el que sus decisiones nunca son cuestionadas por sus subordinados. En ese tipo de estructuras, las reacciones agresivas o despreciativas, sin tener que ser algo habitual, tampoco son tan extrañas», explica Concha Caraballa.
Manuel Martín-Loeches también comparte una opinión similar. «El deporte profesional es una vía para canalizar la competitividad y la agresividad que conlleva. Yo siempre digo que, actualmente, hay menos guerras que en el pasado, pero eso se debe a que gran parte de nuestro comportamiento violento se canaliza a través del deporte. Y en el caso de las competiciones de élite, vemos que existen unas jerarquías muy marcadas. El entrenador es el líder supremo, incluso se viste de una forma distinta, generalmente con traje y corbata, para dejar bien patente su estatus superior».
Lo cierto es que Simeone no es el único entrenador que tiene la mano larga. Hace un año, el portugués José Mourinho (que no es precisamente Mister Simpatía) protagonizó un polémico episodio cuando le dio un empujón a un aficionado de catorce años en la ciudad de Liverpool. Lo que nos lleva a hacernos la pregunta del millón: ¿Cualquier persona sometida al nivel de presión que sufren los entrenadores de fútbol reaccionaría igual, o es que ellos tienen cierta predisposición?.
Pues hay opiniones encontradas. Por un lado, Concha Caraballa, cree que no todo el mundo reaccionaría igual. «Habría que estudiar el historial de cada entrenador para ver si ese tipo de conductas son habituales o si se trata de hechos aislados. Pero, si se repiten con frecuencia, sí se podría deducir que existe una cierta predisposición a la agresividad, ya sea por causa de un trauma, por haber recibido una educación demasiado autoritaria, o por otras razones. En cambio, para Manuel Martín-Loeches, cualquiera que estuviera enfrentado al estrés constante de los partidos, tendría muchas papeletas para reaccionar de forma similar.
De cualquier forma, no queremos darle a este incidente más importancia de la que tiene. El sopapo que el Cholo le dio a su subordinado, no pasaba de ser un vulgar cachete. Por eso, no debió de dolerle mucho. Lo peor debió de ser lo humillante que tuvo que resultarle.
Vicente Fernández López