Cuando Hernán Cortes y sus hombres conquistaron Tenochtitlan, la capital del imperio azteca (y el germen de la actual México D. F), quedaron horrorizados al ver una gigantesca estructura a la que los mexicas llamaban Tzompantli. Y lo que la hacía tan espantosa es que se trataba de un enorme altar en el que lucían centenarios de cráneos humanos. Así lo recogió en su relato Andrés de Tapia, un soldado español que acompañó a Cortes y que contó unos diez mil cráneos.
Pues bien, el año pasado, un equipo de arqueólogos encontró una parte de ese altar. Se trataba de los restos de una especie de torre, en los que estaban incrustadas unas 650 calaveras. Muchas de ellas, de mujeres y niños. Pero, ahora, los investigadores han descubierto que ese enorme altar formaba parte de una estructura mucho más grande.
Y es que los arqueólogos han hallado los restos de un enorme muro hecho también con cráneos humanos, que tenía unos 35 metros de longitud, el equivalente a una cancha de baloncesto. Los cráneos tenían orificios en sus extremos, que servían para colocarlos en maderos como si se trataran de las cuentas de un collar.
La construcción de tzompantlis, que es el nombre que recibían los altares como este, era algo habitual entre los pueblos mesoamericanos. Los historiadores creían que tenía una doble función. Por un lado, la más evidente, que era la de infundir terror a sus enemigos. Y, por otro, el de honrar a los dioses con ofrendas humanas.
La primera evidencia de que los tzomantlis no eran una simple leyenda apareció en 1951, cuando se encontraron los restos de uno de estos altares en las ruinas de Chichén Itzá. Desde entonces han aparecido algunos más.
Pero los historiadores están convencidos de que el de Tenochtitlan fue el más grande de todos. Según sus estimaciones, Andrés de Tapia pudo quedarse corto al contar los cráneos, ya que creen que debía haber unos 60.000. Lo dicho, aterrador.
Fuente: LiveScience.
Vicente Fernández López