Otro de los misterios de nuestra anatomía que la ciencia no consigue desvelar aún. No parece quedar clara la razón por la cual, cuando nuestros ojos miran en una dirección en concreto, los tímpanos se mueven de forma sincronizada hacia el mismo sitio. Un equipo de la Universidad Duke en Durham (Carolina del Norte) está buscando esa respuesta. Para ello, han colocado unos pequeños micrófonos en los oídos de varias personas para estudiar cómo cambian de posición sus tímpanos en el momento en que se producen los movimientos sacádicos (un movimiento brusco de nuestro ojo cuando cambiamos de enfoque visual de un lugar a otro. De hecho, hacemos varios de ellos cada segundo).
El equipo detectó cambios en la presión del canal auditivo que, probablemente, fueron causados por los músculos del oído medio golpeando en el tímpano. Estos cambios de presión demuestran que cuando miramos a la izquierda, por ejemplo, el tímpano izquierdo es empujado más hacia dentro, mientras que el derecho lo hace hacia fuera, antes de que ambos acaben balanceándose hacia atrás y hacia delante en varias ocasiones. Tras el estudio detectaron además, que estos cambios comienzan habitualmente 10 milisegundos antes de que los ojos empiecen a moverse y continúan otras decenas de milisegundos después de que los ojos se detengan.
Según la líder del estudio, Jennifer Groh, “creemos que antes de que se produzca el movimiento de los ojos, el cerebro envía una señal al oído para que le mande otra de vuelta con los grados que debe moverse hacia donde va la mirada”.De esta manera, entienden, el ser humano prepara al cerebro para escuchar los sonidos que provienen de una dirección en particular.
A pesar de que hay pocos estudios sobre el tema, Groh basa el suyo sobre la teoría de que los ojos y los oídos se mueven juntos de forma que ayudan al cerebro a entender aquello que vemos y oímos. El descubrimiento podría mejorar ahora la calidad de los audífonos, que actualmente amplifican los sonidos en la misma proporción sin importar de dónde vengan estos.
Fuente: NewScientist
Alberto Pascual García