Solo una línea negra bajo los ojos. Ese es todo el maquillaje de los soldados actuales. Pero al contrario que los sioux, comanches y otras tribus que habitaron el Oeste estadounidense hasta el siglo XIX y se pintaban el rostro con diversos colores para atemorizar a sus rivales, los mercenarios de hoy lo hacen para evitar que les ciegue el reflejo del sol.
Cuando hablamos de pintura en la cara, todo tiempo pasado fue distinto. Muy distinto.
Y ese tiempo pasado se remonta al Neolítico y nos sitúa en África. Todavía se conservan en Chad petroglifos de 10.000 años de antigüedad que muestran a las Niola Doa (bellas mujeres); cuerpos femeninos adornados con líneas geométricas que aún hoy se observan entre las mujeres locales.
Pero esto ocurría en todo el mundo. Recientemente, arqueólogos vietnamitas han encontrado en la provincia de Cao Bang una cueva habitada por la cultura Son hace 8.000 años. Entre sus restos hallaron cristales molidos, minerales y diversas herramientas que utilizaban para pintarse el rostro.
Para niños y niñas
En nuestra cultura, las mujeres comienzan a pintarse en la adolescencia, un claro rito iniciático; como los jóvenes Nuba, del África subsahariana, se cubren el cuerpo de cenizas para señalar el paso a la pubertad. En las tribus nómadas del desierto, las mujeres, para su boda, se dibujan con henna, un tinte que se lleva utilizando más de 9.000 años. En otras circunstancias sirve para enfatizar rangos sociales, como es el caso de las castas de la India.
Cuenta Julio César en La Guerra de las Galias que: “Los britanni (refiriéndose a los celtas) se tiñen el cuerpo de azul” (¿recuerdas al William Wallace de Mel Gibson?).
Y es que estas tribus, en especial en Escocia, atribuían al tinte de la Isatis tinctoria, demás de un poderoso influjo para atemorizar al enemigo, un efecto protector contra el frío… Hasta que hizo su aparición el índigo, en el s. XVI, el único tinte azul en Europa era la Isatis.
La pintura también desempeñó un papel equivalente a los libros en sociedades que no contaban con escritura. Las tribus de los valles aislados de Papúa cuentan su génesis por medio de su rostro. Una de estas comunidades, los wahgi, considera que cuanto más luminoso luzca un diseño, mayor será la suerte que recibirá de sus dioses.
Y los colores, del mismo modo que los que hoy lucen los hinchas del fútbol en las batallas dominicales, siempre han sido mensajes cifrados: los seminoles, antiguos habitantes de la península de Florida, en Estados Unidos, usaban el blanco para establecer treguas con sus enemigos, el verde les daba el poder de la visión nocturna y el amarillo representaba la muerte (el color de los huesos viejos). Y lucían el negro para prepararse para la batalla.
Redacción QUO