A finales del siglo XX, un equipo de arqueólogos del Hartwick College de Inglaterra, descubrió en los montes Urales los restos de un asentamiento de unos 4.000 años de antigüedad vinculado con un pueblo de la Edad de Bronce conocido como la cultura de Srubna. Todos los hallazgos realizados en dicho yacimiento revelaban que aquel era un lugar vinculado a cultos espirituales o religiosos. Pero hubo dos descubrimientos que resultaron especialmente enigmáticos. El primero fueron los restos de unos cincuenta perros con marcas que revelaban que habían sido sacrificados y mutilados. Y el segundo, numerosas tumbas de niños. Y, ahora, los investigadores británicos han publicado un estudio en el que aclaran este misterio arqueológico.
Según sus conclusiones, aquel era un lugar consagrado a la infancia. Por un lado, era el sitio elegido por los miembros del pueblo Srubna para enterrar a los hijos que fallecían prematuramente. Pero, por otro, también era un sitio en el que se realizaban sacrificios rituales. ¿Y qué pintan los perros en esta historia? Los miembros de esta cultura era básicamente cazadores, y los perros eran por tanto sus principales aliados.
Los arqueólogos han comprobado que los restos de todos los animales descubiertos pertenecían a ejemplares que ya podían considerarse viejos. Piensan, por tanto, que los perros eran sacrificados en ceremonias de iniciación en las que los niños pasaban a convertirse en cazadores y guerreros. Los investigadores creen también que eran los propios muchachos quienes mataban y mutilaban (todos los cráneos descubiertos estaban partidos en pedacitos de idéntica manera) a los animales para luego comer su carne y beber su sangre.
Los autores del studio creen también (aunque esto es más una hipótesis que un hecho confirmado) que este ritual podría ser el germen de las leyendas de hombres lobo. Los Srubna eran guerreros fieros, y acostumbraban a cubrirse con pieles de estos animales. Por eso, es fácil pensar que otros pueblos vecinos creyeran que aquellos rituales servían para transformarse en lobos.
Vicente Fernández López