En este mundo, no todo es decoroso, ni confesable. Ni tampoco la Historia filtra siempre las grandes glorias de la Humanidad para desechar las majaderías. Y algunos de esos residuos prescindibles a veces toman forma de fiesta o competición popular.
El caso de los Summer Redneck Games (juegos de verano de garrulos) de la Georgia estadounidense es hasta vocacional. Baste leer la web de su orgulloso fundador, Mac Davis: “Cuando Atlanta iba a albergar los Juegos Olímpicos de 1996, se hacían muchas bromas sobre lo paletos que iban a quedar. […] Así que pensé en darles lo que estaban esperando”.
Total, que los organizó con pruebas tales como el lanzamiento en plancha sobre charco de barro y se le presentaron 5.000 participantes de todo el país, cuando Davis esperaba 500 oriundos. Mucho más legendario, pero igual de inconfesable es el caso de las Carreras con Esposa a Cuestas (Akankanto en finés) que se celebran en medio mundo occidental.
Se dice que el “ilustre” Rankainen el Ladrón imponía una prueba semejante a sus aspirantes a compinche en la Finlandia del siglo XIX. Se trataba de correr 250 metros cargados con un pesado fardo. Con los años, se sustituyó la saca por una mujer, en memoria de otro feo “deporte” de la época: robar mancebas de otras aldeas.
Hoy es una disciplina que causa furor en las áreas rurales de Escandinavia, este y norte de Europa, y Estados Unidos.
Olimpiadas de misoginia
Lo cierto es que, sobrevolando el mapa de los juegos tradicionales hay varios puntos negros, y todos con forma de mujer. Aparte del pesado papel de las “esposas-fardo” escandinavas, encontramos la azarosa tradición de la secular Pancake Race británica (carrera de panqueques).
Desde hace más de 500 años, los Martes de Carnaval las inglesas se baten a zancadas durante 400 metros provistas de una sartén caliente y una especie de crêpe que voltean un número determinado de veces antes de llegar a la meta.
Para justificarlo, cuentan que un día como ese, de 1445, un ama de casa preparaba unos panqueques en la villa de Olny cuando oyó redoblar las campanas de la iglesia para urgir a las rezagadas a confesarse. Tanto efecto le hizo la llamada que salió pies en polvorosa sin soltar el guiso, y así se presentó en el templo.
Ahora bien, el campeonato (si lo hubiere) de idea peregrina se lo llevaron los keniatas en 2004. Todo era alegría y alborozo porque las apasionantes carreras de caballos de Ngong (en Nairobi) y sus jugosas apuestas cumplían un siglo. “¿Y?cómo lo celebramos?”, debieron pensar. No te lo crees: con una carrera de avestruces. Para que luego se rían porque aquí nos lanzamos tomates por toneladas.
Redacción QUO