Hay varias versiones que explican el origen de esta conocida frase, y lo más curioso es que buena parte de ellas coinciden en una cosa: se refieren a la tradición de que los novios pasaran el ciclo lunar siguiente a su boda bebiendo alguna bebida en la que la miel tenía un papel protagonista. El padre de los novios babilónicos regalaba cerveza con miel a la pareja y los teutones hacían lo mismo con licor de miel.
Durante el Renacimiento europeo, la bebida tradicional era el hidromiel, elaborado con vino y el dulce néctar que producen las siempre atareadas abejas. También se ofrecía sola, sin formar parte de un preparado, en las culturas romana y egipcia. Parece que la finalidad de la costumbre era animar al matrimonio a incrementar las probabilidades de que el enlace culminara en un embarazo.
Redacción QUO