Cuenta la leyenda que el emperador chino Wu-Ti (140-87 a. C.) sentía un dolor inconmensurable por la muerte de su esposa Wang. Nadie podía consolarle, pero un día se presentó en la corte un artista, Sha-Wong, quien afirmaba que podía revivir a la bella Wang. Colocó ante el emperador una tela y le hizo prometer que solo la miraría, pero que nunca la tocaría. El soberano asintió, y entonces el artista hizo aparecer ante él la silueta de una mujer que empezó a hablarle sobre los felices momentos que habían pasado juntos.
Durante cada noche se repitió aquel espectáculo, hasta que en una ocasión el emperador rompió su promesa y apartó la tela; así descubrió que todo era un montaje del artista, que agitaba una marioneta de mujer delante de una lámpara mientras impostaba una voz femenina. Según el relato, así fue como nació el teatro de sombras.
Esta forma de espectáculo llegó a Europa en 1772 de la mano de Dominique Séraphin, un jesuita francés que había estado de misión evangelizadora en China y que montó el primer teatro de sombras europeo en Versalles.
Ahora, los integrantes del espectáculo Shadowland se han convertido en los herederos de este arte y han depurado su oficio hasta convertirlo en la expresión de la fantasía en su estado puro.
La oscuridad se filtra a través de un panel blanco que va adquiriendo diversos colores según las necesidades de la figura y la imagen recreadas.
Alicia en blanco y negro.
Como la heroína de Lewis Carroll, la protagonista de Shadowland es conducida a un mundo de imágenes oníricas: como ver brotar en apenas unos minutos una extraña flor carnívora. El teatro de sombras chinescas nació en China, en el año 100 a. C., y se considera el antecedente de la animación moderna.
Detrás de la exótica flor hay nueve cuerpos asombrosos. Cada coreografía, cada figura del espectáculo, requirió al menos cuatro meses de preparación. Los bailarines fueron sometidos a un duro entrenamiento físico y psicológico, hasta que fueron capaces de alcanzar la sincronía perfecta en sus movimientos.
¿Cómo se prepara cada coreografía?
Primero se dibuja el contorno de la figura que se quiere recrear. Luego, también sobre el papel, se hace un story-board de
cuántos cuerpos humanos y en qué posturas serán necesarios para componerlo. Durante la función, y tras la pantalla, los bailarines tienen un monitor para comprobar que están realizando la postura y los movimientos correctos.
Las sombras de Shadowland también recrean situaciones macabras que nos recuerdan nuestras pesadillas infantiles.
Interpretar sin el rostro.
“Me llevó tres semanas convencerme de que mi codo era el hocico”, cuenta Molly Gawler, la bailarina que se esconde tras esta silueta perruna. “He tenido que aprender a actuar con los pies, las manos y con cada músculo.”
El espectáculo cuenta la historia de una niña que al quedarse dormida es trasladada a un mundo donde todo es posible.
Shadowland no tiene diálogos. La fuerza de las imágenes creadas con als sombras chinescas, los movimientos de los bailarines y la música son los tres elementos con los que se cuenta la historia.
Para crear esta imagen de una cabeza gigante, además de la sincronización de los cuerpos de los bailarines, se necesita todo un despliegue técnico, incluyendo un foco de unos 125 vatios situado a 3,5 m de la pantalla. Si estuviera más cerca, los contornos de la sombra no se apreciarían, y parecería una mancha informe; y más lejos, haría que la silueta fuese poco nítida.
La sombra no se puede deformar directamente, sino alterando el cuerpo o la fuente de luz que la manifiesta. Paradójicamente, la sombra, inmaterial, solo es tocable en otra dimensión, la física.