Cuando la única forma de conseguir comida era correr detrás de ella lanza en ristre, las piernas y el brazo derecho eran tremendamente fuertes y resistentes a las fracturas en los hombres. A medida que fueron aprendiendo a cultivar la tierra y a vivir en asentamientos permanentes, esos miembros empezaron a perder lustre muy poco a poco. Mientras tanto, las mujeres presentaban gran potencia en ambos brazos, seguramente por el esfuerzo que dedicaban a tareas como la molienda del grano con piedras.
Ambos procesos se aprecian comparando las secciones transversales del húmero y el radio en distintos esqueletos.
En la época medieval, los hombres volvieron a necesitar desarrollar sus huesos y músculos. La proliferación de núcleos de población en los que se requerían herreros, canteros y albañiles exigía hombres fornidos. Tanto como la nobleza, adiestrada desde la infancia para sostener y manejar armaduras, escudos y espadas bajo cuyo peso nos doblaríamos sin piedad los mortales de hoy en día.