Con el arte hay que tener siempre mucho cuidado, como demuestran los siguientes casos de destrozos artísticos realizados (eso sí) sin mala intención. Aunque ya se sabe que de buenas intenciones los cementerios (artísticos) están llenos. Y ahora acabamos de conocer un nuevo caso: la restauración de una estatua de San Jorge en una iglesia de la localidad navarra de Estella.
El San Jorge de Estella
Una profesora de manualidades de la localidad de Estella en Navarra, ha sido la autora de esta polémica restauración de una estatua de San Jorge que se encontraba en la iglesia de San Miguel.
El Ecce Homo de Borja
En agosto de 2012, esta pintura mural de monasterio de Borja, en Zaragoza, se hizo mundialmente famosa, tras el intento de restauración (por llamarlo de alguna manera) que realizó una pintora aficionada llamada Cecilia Giménez.
El resultado fue tan cómicamente desatroso, que las imágenes de este desaguisado artístico corrieron por la red cómo la pólvora.
Un corresponsal de la BBC llegó a decir que la imagen resultante, más que un Ecce Homo, parecía: «el esbozo de un mono muy peludo vestido con una túnica de una talla inadecuada».
El castillo de Matrera
Las obras de reparación del Castillo de Matrera de Villamartín, en Cádiz, cuyo origen se remonta al siglo IX, han recibido durísimas críticas por parte de expertos en patrimonio histórico.El trabajo de consolidación de los muros de la torre del castillo, que se han levantado hasta su altura original con una superficie blanca, ha despertado las críticas de los expertos.
La prensa internacional la ha calificado como la peor restauración del mundo ya que, dicen el resultado se asemeja a un mamotreto de cemento modenro, más que a la torre de un castillo medieval.
Aunque, el autor de la restauración, el arquitecto Carlos Quevedo, se justifica afirmando que su trabajo ha servido para consolidar los muros. Por eso, se han completado con una reconstrucción que trata de dar idea de su volumen original, realizada con restos de los materiales originales, revestidos con mortero de cal blanco. Este material, habitual es las restauraciones, se eligió para distinguir la parte nueva de la original, como marca la ley.
La máscara de Tutankamón
Un grupo de empleados del Museo de El Cairo cometió la tropeza de romper la barba de la máscara mortuoria del faraón, mientras la limpiaban. Y no se les ocurrió mejor idea que pegarla de forma chapucera con algo de resina. Por supuesto, el destrozo no pasó desapercibido.
La gran muralla china
Ocho kilómetros de esta fabulosa construcción estaba tan deteriorados que fueron cerrados al público para restaurarlos. Pero a los encargados de dicha tarea no se les ocurrió peor idea que pavimentarlos con cemento. De esta forma destrozaron su aspecto único y original, y lo transformaron en un vulgar camino de cemento elevado.
El miembro perdido
Silvio Berlusconni nos tuvo acostumbrado durante años a todo tipo de payasadas. Pero ni siquiera el arte clásico escapó de sus inconmensurables extravagancias. Según cuentan, tras un viajer a China, el ex primer ministro italiano le preguntó a un amigo arquitecto: «¿Por qué las esculturas orientales parecen todas nuevas y a las nuestras les faltan brazos y cabezas?» Esta duda le llevó a tomar una decisión drástica: restaurar por las bravas y por medio de decreto ley dos estatuas romanas de Marte y Venus encontradas cerca de Ostia, y datadas en el siglo II antes de Cristo. Berlusconi ordenó nada menos que volver a colocar el pene que le faltaba a la figura masculina y las manos de la femenina. Lógicamente, su acto hizo poner el grito en el cielo a todos los amantes de arte clásico, pero Berlusconi se defendió diciendo que las piezas añadidas eran de quita y pon con lo cual: «Si no le gustan a alguien, cuando quieran pueden volver a quitarlas», y se quedó tan pancho.
Limpiar un Bansky
Ni cortos ni perezosos, los miembros de un equipo de limpieza urbana de la ciudad de Londres, vieron este graffiti, que recrea una escena de Pulp fiction, y se dijeron: «Vamos a dejar esa pared más limpia que los chorros del oro». Desafortunadamente, lo que no sabían es que el dibujo era obra ni más ni menos que de Bansky. Hay que señalar que no es la primera vez (y nos tememos que tampoco será la última) que borran por error una obra de este artista callejero. En 2010, limpiadores callejeros de Melbourne finiquitaorn con sus cepillos y sus productos químicos otra obra del pintor en la que se veía a un ratón saltando en paracaídas. A este paso, como se repitan más sucesos similares, van a acabar incluyendo la asignatura de arte vanguardista en las oposiciones a limpiador municipal.
Esa mugre acumulada
Hay empleados que se toman demasiado en serio su trabajo. Como la señora de la limpieza del Museo Ostwall, en Dortmund, Alemania. La buena mujer, con toda la mejor intención del mundo, dañó una obra de arte valorada en 800 mil euros. Se trataba de una pieza llamada Cuando empiece a gotear, y que consiste en una torre de 2,5 metros montada con tablas de madera por el artista alemán Martin Kippenberger, que la completó colocando una capa de goma negra. A la limpiadora le pareció que dicha capa (de una «sustancia clara», según sus declaraciones) que cubría la obra debía ser mugre. Por eso, dedicó todos sus esfuerzos hasta hacerla desaparecer. Lo que le costó lo suyo, todo hay que decirlo.
Zurcir un Picasso
En ocasiones, el torpe que está a punto de acabar para siempre con alguna obra de arte, es algún visitante del museo. Como ocurrió en 2011 en el Metropolitan de Nueva York, donde una señora estuvo a punto de destruir un cuadro de Picasso titulado El actor. La señora, que pesaba casi cien kilos, tropezo y con un brazo provocó una rasgadura de cincuenta centímeros en el lienzo. Lo peor de todo es que, al parecer, a la pobre señora no se le ocurrió decir otra cosa que: «¿Y no la pueden coser?». Y no es broma.
Impedir un adulterio
Las salvajadas que la censura española cometió con el cine de los años 40, 50 y 60 son innumerables. Tal vez el caso de Mogambo sea el más famoso. Pero menos conocidas son las chapuzas cometidas al intentar restaurar algunos de los filmes mutilados. El caso más sonado y cómico, por lo disparatado, es el de Las lluvias del Ranchipur (1955). Este clásico del melodrama trata del viaje de un matrimonio británico, interpretado por Lana Turner y Michael Rennie, a la India, y el romance que la mujer vive con un médico local, encarnado por Richard Burton, después de que su marido sea gravemente herido por un tigre. Para evitar que la historia fuera un adulterio, la censura obligó a alterar el diálogo del filme mediante el doblaje y a hacer que el marido muriera víctima del ataque de la fiera, convirtiendo así a la pobre Lana Turner en viuda. Lógicamente, también cortaron la escena final en la que Miss Turner y Mr Burton se despiden besándose bajo la lluvia, y ella entra en un coche en el que la está esperando su esposo, ya recuperado de sus heridas. El filme, por obra y gracia de los censores, finalizaba con el beso y justo antes de que ella entrara en el vehículo. En los 90 la película se repuso en España con una copia restaurada que recuperaba la escena cortada. Pero se olvidaron de doblarlo de nuevo. De esa manera, el marido seguía muriendo por el ataque del tigre. Pero ahora, la escena final era la original con lo cual, tras darle el beso de despedida a Richard Burton, Lana Turner entraba en el coche donde la estaba esperando su esposo. «¿Pero este tío no estaba muerto?», debieron preguntarse los espectadores no avisados. De esta manera , el torpe restaurador había convertido un melodrama interracial ¡en una historia de fantasmas!