Si algo tienen en común todos los protagonistas de este reportaje es la docilidad. Y la confianza en los humanos que les han adornado de esa guisa. Y que todos ellos descienden de feroces lobos, lejanísimos en el tiempo, que jamás se habrían dejado disfrazar de esa manera.
El proceso de domesticación que fue transformando tanto el físico como el comportamiento de aquellos depredadores se encuentra aún repleto de interrogantes, pero dos investigaciones publicadas esta semana contribuyen decisivamente a responder algunos de ellos.
La primera señala un cambio en los hábitos alimenticios como la razón que acercó físicamente los lobos a los hombres. Erik Axelsson, de la Universidad de Uppsala, y su equipo de investigadores revelan hoy en la revista Nature que, al aparecer los primeros asentamientos humanos e iniciarse la actividad agrícola, se formaron también los primeros vertederos, en los que abundaban restos de alimentos ricos en almidón. Los lobos de aquella época, hace unos 10.000 años, encontrarían en ellos un menú menos costoso que su carne habitual y comenzarían a frecuentarlo.
A partir de ahí la evolución habrían seleccionado los rasgos que propiciaban el uso más eficiente de esta nueva fuente de recursos y habría ido surgiendo una variedad de lobos especialmente dotados para rebuscar entre los desperdicios: los primeros ancestros de los perros modernos. Muy pronto habrían características como una menor agresividad y la modificación de las capacidades relacionadas con el conocimiento social, que diferencian a perros y lobos, y que habrían allanado el camino y acompañado a la domesticación. Al mismo tiempo, los cráneos, dientes y cerebros de aquellos lobos irían reduciendo su tamaño generación tras generación.
Otra posibilidad que se ha barajado para explicar el acercamiento a los humanos es que éstos, conscientes de las habilidades de los lobos, habrían empezado a capturar sus crías con el objeto de utilizarlas como guardianes de sus propiedades o ayudas de caza. En cualquier caso, los cambios evolutivos habrían sido los mismos.
Axelsson y su grupo han llegado a estas conclusiones a través del análisis genético de 12 lobos de distintas partes del mundo y 60 perros de 14 razas diferentes. Al compararlos, han descubierto diferencias originadas por la evolución en 36 regiones del genoma relacionadas con las funciones cerebrales, la digestión del almidón y el metabolismo de la grasa.
La segunda investigación que analiza la diferencia de docilidad en lobos y perros ha sido relizada por Kathryn Lord de la Universidad de Massachusetts en Amherst (EEUU) y atiende al crecimiento de las crías en ambas subespecies. Concretamente a una época llamada período crítico de socialización. Al inicio de las cuatro semanas que dura, estos animales empiezan a caminar y explorar el mundo sin miedo. Los objetos, personas u otros animales que vayan descubriendo les suscitarán una familiaridad que durará toda su vida. Pero a medida que va pasando el período crítico de socialización el miedo comenzará a ganar terreno en su experiencia y, una vez terminado, tomará el control ante nuevas imágenes, sonidos y olores que encuentren.
Sin embargo, Lord publica en la revista Ethology que esa época de socialización comienza en distintos momentos en las dos subespecies: mientras los perros la inician a las cuatro semanas de vida, en los lobos se abre a los quince días de nacer. Ello implica que la experimentan de forma totalmente distinta: los lobos la afrontan cuando su vista y su oído aún no han madurado. Cuando se ponen en funcionamiento, el miedo ya ha ido ganando terreno y los primeros sonidos y visiones suponen un sobresalto detrás de otro. El único sentido que utilizan con toda confianza es el olfato. Los perros, en cambio, oyen, ven y huelen cuando comienzan a explorar y por ello se familiarizan antes con otros seres. Esta capacidad supone una base fundamental en los procesos de domesticación.
Lord explica que, por eso, para socializar a un perro “bastan 90 minutos de contacto cuando el cachorro tiene entre cuatro y ocho semanas. Después nunca tendrá miedo de los humanos o cualquier otro ser que le presentes en esa época”. Con un lobo, sin embargo, “sólo se consigue un nivel similar de reducción del miedo con un contacto de 24 horas con un lobezno de menos de tres semanas, y aún así nunca se llegará a los mismos niveles de vínculo y falta de miedo”.
El trabajo de Lord se ha basado en distintas pruebas en las que se sometía a siete lobeznos y 43 perros ha diversos estímulos olfativos, sonoros y visuales.