Nunca se debe ir solo de escalada, pero Aron Ralston, un alpinista estadounidense de 27 años, lo hizo. Se fue al cañón de Blue John, en Utah, Estados Unidos, con la intención de practicar su deporte favorito. Su objetivo, recorrer alrededor de 21 kilómetros y no estar más de ocho horas de excursión. Cinco días después, nadie sabía nada de él. Una roca de 363 kilogramos se desprendió y le atrapó el brazo derecho. En su mochila, un par de barritas energéticas y tres litros de agua. Desesperado y al borde de la extenuación, tomó una decisión drástica: amputarse el brazo para poder liberarse. Antes de hacerlo, una foto para la posteridad.
Y después, otra al brazo segmentado, sangrante, chorreando vida. Ya estaba libre. Ahora solo le quedaba sacar fuerzas de donde no había para andar gateando diez kilómetros por un cañón que se extendía junto a un precipicio. Cuando le encontró un grupo de alpinistas, estaba a solo tres kilómetros de una carretera.
Material ‘de precisión’.
Una navaja multiusos que le regalaron al comprar una linterna de 15 dólares fue el utillaje quirúrgico que Aron Ralston utilizó para cercernarse el brazo.