Si hay un término del que abusan por igual poetas, abogados o deportistas es perder la cabeza. Decimos que esto ocurre cuando no somos capaces de razonar con claridad, cuando algo nubla nuestro entendimiento y hace que no seamos del todo conscientes de nuestros actos. Sin cabeza no se puede vivir, por eso perderla nos parece un grave asunto.
¿Quién dijo que eso de “Un día vas a perder la cabeza y no vas a saber dónde la has puesto es figurado? A lo largo de la historia hay ejemplos de gente que ha ido más allá, y la ha perdido en un sentido más literal. De hecho, en muchos casos, aun a día de hoy no ha aparecido la calavera en cuestión.
Pancho Villa, una reliquia profanada
El Centauro del Norte fue un guerrillero que devino en leyenda durante la Revolución Mexicana, cuando se convirtió en uno de los principales líderes políticos y militares del país. Fue el icono de los campesinos que veían en la Revolución una manera de acceder a mejores condiciones de vida, pues él mismo era de origen humilde. Varios de los sucesivos presidentes (Victoriano Huerta, Venustiano Carranza) usaron las tropas villistas como instrumento político y militar, hasta que fue asesinado por orden de los siguientes presidentes: Álvaro Obregón y Elías Calles.
Tal fue su importancia simbólica que, en 1966, alguien profanó su tumba. Y lo hizo para robarle la cabeza, dando pie a todo tipo de teorías: Desde que la robaron los norteamericanos para estudiarla en universidades hasta que sociedades secretas querían venerar privadamente a esta legendaria figura. No hay ningún dato que dé pistas sobre el destino de esta calavera, pero con cabeza o sin ella, la leyenda de Pancho Villa sigue viva en Mexico.
Arsínoe, cabeza traspapelada
Una de esas grandes figuras olvidadas por la historia, Arsínoe IV era la hermana menor de Cleopatra. Fue una figura de importancia política, pues consiguió organizar la resistencia egipcia contra los romanos de Julio César. Fue nombrada reina y consiguió una auténtica hazaña militar, pues con apenas veinte años acorraló en Alejandría al veterano Julio César. Los romanos respondieron liberando al rey legítimo, Ptolomeo XIII, para dividir políticamente a los egipcios. De este modo, César obtuvo refuerzos y conquistó Egipto finalmente, haciendo a Arsínoe prisionera. Años después, instigado por Cleopatra, Marco Antonio ordenaría su ejecución para que nadie pudiese disputarle el trono a su amante.
La tumba de Arsínoe se descubrió en territorio turco en 1904. Sus restos fueron trasladados a Viena, donde se procedió a su estudio con resultados inconcluyentes. La tumba se dató en 1994, e intentando confirmar la teoría de que se trataba del lugar de reposo de Arsínoe, cuando se pidió el cráneo al Instituto de Biología Humana, este había desaparecido. En 2009 las nuevas técnicas han confirmado que los restos encontrados eran los de Arsínoe. Ahora el misterio es qué pasó con su calavera.
Friedrich Schiller, el tamaño sí importa
Friedrich Schiller fue uno de los más importantes escritores de la tradición clásica alemana. Muy apreciado en el país germánico por sus baladas, Schiller moría en 1805 en la ciudad de Weimar, donde fue enterrado en una tumba masiva destinada a personalidades importantes. Veinte años después se intentó exhumar sus restos, para lo cual fueron extraídas de la tumba más de viente cabezas. En un alarde de raciocinio, el alcalde de la ciudad por entonces, Carl Leberecht Schwabe, decidió que el talento del literato era tal que solo podía caber en la calavera más grande.
180 años después, el estudio de los restos en laboratorio demostró que el cráneo conservado en la tumba del poeta no le pertenecía. Probablemente, el auténtico siga en esa masiva tumba. La pregunta que flota ahora en el aire es ¿Se iniciará un procedimiento para tratar de localizarlo?
Andrew Borden, se la dejó en el desván
John Katzenbach escribió aquello de que América es un país que venera a sus criminales, que convierte sus barbaridades en canciones y leyendas. Es el caso de Lizzie Borden, sospechosa y única acusada de haber asesinado a sus padres, Andrew y Abby, a hachazos en 1892, pero cuya culpabilidad nunca se pudo probar atendiendo a la duda razonable. La figura de esta solterona que sostiene su arma homicida ha dado lugar a canciones, leyendas urbanas y representaciones folcloricas (Por ejemplo, Lizzie Borden es la portavoz del famosos jurado de los condenados en Los Simpson)
Toda la historia de Lizzie Borden se tornó aun más macabra cuando, 70 años después de su crimen, aparecieron en el ático de su abogado el hacha utilizada supuestamente para cometer los crímenes y la calavera de Andrew Borden. Objetos de incuestionable valor simbólico, fueron una de las principales razones por las que se abrió un Bed & Breakfast en la antigua resistencia Borden, donde las historias cuentan que el fantasma decapitado de Andrew aparece para buscar su cabeza o Lizzie se pasea por las noches en busca de más víctimas.
Francisco de Goya, el misterio patrio
Uno de los grandes enigmas históricos de España ¿Qué pasó con la cabeza de Goya? Algunas hipótesis dicen que se la cedió a un médico amigo suyo para que lo estudiase, justo después de morir. Aunque la crónica que hizo Brugada sobre su muerte descarta este hecho. Otros creen que los masones, sociedad a la que supuestamente pertenecía el artista, se lo quedaron por el simbolismo de la calavera. La teoría más aceptada es que la robó el pintor Dionisio Fierros, que la tuvo en su estudio (y la pintó) hasta que uno de sus hijos la destruyó.
En cualquier caso, no hay nada que confirme si el cráneo que albergó la mente precursora del impresionismo sigue dando vueltas por el mundo, y en ese caso, donde está. Continúa la búsqueda para resolver uno de los misterios patrios más grandes de todos los tiempos. Hasta entonces, solo quedan las suposiciones.
Oliver Cromwell, atracción itinerante
El líder de la Revuelta Parlamentaria que destronó a Carlos I de Inglaterra en 1649 murió en 1658, después de haber gobernado el país como dictador durante casi una década. Su fallecimiento implicó la vuelta de la monarquía, y a su regreso, Carlos II ordenó un acto simbólico: mandó desenterrar a Cromwell, ejecutarle como a un criminal y exhibir su cabeza en lo alto de un poste a las puertas de la Abadía de Westminster, como advertencia para aquellos que intentarán derrocar a la monarquía (Que irónico ¿verdad?)
Pero 24 años después, cuando reinaba ya Jacobo II, un vendaval se llevó la cabeza de Cromwell del palo, que seguía por allí. La calavera fue recogida por un guardia que pasaba por allí y desde entonces comenzó un curioso peregrinaje: Formó parte de colecciones privadas, espectáculos y exposiciones. Cuando fue, por fin, recuperada en 1960, dos profesores de la Universidad de Sidney Sussex decidieron enterrarla en un lugar solo conocido por ambos. Y allí, dondequiera que la enterrasen, acabó el viaje de este ilustre cráneo: en paradero desconocido, pero en paz.
Francisco Hernández de Córdoba, el farol perdido
Francisco Hernández de Córdoba fue uno de aquellos hombres de pasado incierto que se hizo un nombre por su participación en la conquista del territorio sudamericano. En concreto, Córdoba es uno de los principales fundadores de Nicaragua, país cuya moneda le rinde homenaje.
Pero en una época donde saber moverse entre aguas políticas era tan importante como el coraje, la de Hernández de Córdoba, más conocido por sus escarceos amorosos con sus subalternos que por su pericia, no fue el personaje más astuto de la época. Acabó en medio de una guerra entre el Capitán General, Cortés, y otro líder expedicionario, Pedrarias Dávila. Sospechando su traición, Dávila mandó decapitar a su compañero y, quizá para congraciarse con la sociedad indígena a la que trataba de imponer su mandato, en lugar de enterrar el cuerpo completo, dio permiso para que su cráneo fuese usado como farol para iluminar una calle. Cinco años después, a la muerte del gobernador, fue enterrado en la misma cripta que Hernández de Córdoba, cuya cabeza, para entonces, se encontraba perdida desde hace tiempo.