El ginecólogo William Masters simplemente quería respuesta a una pregunta: “¿Qué ocurre en nuestro cuerpo durante el sexo?” Y dado su carácter obsesivo y exigente, era de esperar que su curiosidad llegase muy lejos. Necesitaba observar en directo el acto sexual: registrar cada pulsación, cada respiración, empuje y estremecimiento. Además, quiso saberlo en la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando todavía los americanos lo practicaban con la puerta cerrada a cal y canto, con sigilo y demasiado miramiento como para permitir la presencia de un fisgón, por mucha bata blanca y título que le adornasen. Insistió en hablar de sexo cuando apenas se podía practicar.

Coito al microscopio

En el verano de 1954, Masters consideró que había llegado el momento de exponer su plan. Tenía casi 40 años y llevaba una década ejerciendo como erudito profesor en la Facultad de Medicina en la Universidad de Washington. Sus trabajos sobre hormonas e infertilidad eran notorios; y como cirujano, intachable. Así que trató de convencer a su rector mencionando como referente el éxito de los recientes trabajos de Alfred Kinsey en la Universidad de Indiana. Kinsey había reunido mediante un cuestionario 18.000 testimonios sobre el comportamiento y las actitudes personales. Pero lo que Masters exigía era un conocimiento más exhaustivo, no le bastaba con encuestas. Quería un asiento en primera fila, y sus requerimientos eran firmes.

Ante tal terquedad, su colega y director del departamento, Willard Allen, no pudo hacer más que advertirle: “Estás decidido y no pienso impedírtelo, pero los dos sabemos que puedes estar ante un suicidio profesional si te metes en esto”. La Universidad de Washington dio luz verde, aunque con reservas. Aun sin conocer mucho detalle, una parte de la cúpula no creyó en el carácter exclusivamente científico que trató de dar Masters a sus observaciones, y calificó su proyecto de morboso y pornográfico. Así que tuvo que buscar su propia financiación y mantener sus trabajos en secreto.

Masters partía de cero. “No hallé ni un solo libro, artículo científico o disertación que pudiese tomar como base”, confesó años más tarde. Y según señala su biógrafo Thomas Maier, autor del best-seller Masters of Sex, y a quien hoy debemos parte de todos estos detalles, al revisar el campo de la Obstetricia y la Ginecología fue encontrando una particular aversión a los asuntos del sexo. “Como si los médicos prefiriesen el final feliz del nacimiento de bebés más que el indiscreto proceso que lo provocaba”. Si en las primeras investigaciones médicas el primer territorio prohibido fue el cerebro y luego el corazón, ahora le tocaba al sexo. Y así trató de resignarse en momentos de desaliento.

Prostitutas de Indias

Mientras tanto, empezó a merodear burdeles y a buscar prostitutas. “Son las únicas expertas en materia de sexo que soy capaz de identificar”, le explicó a su rector, dejándole “pálido como la leche” y sin una palabra con que rebatirle. Ya imparable, tuvo la genial idea de enrolar a un comisario de policía como aliado secreto, quien concedió una suerte de inmunidad a las prostitutas que las eximía de cárcel y redadas policiales durante el estudio. Así es como los burdeles, con sus mujeres y clientes, se convirtieron en el primer laboratorio de Masters. De ellos extrajo jugosos detalles sobre la complejidad de la copulación. Observaba desde una mirilla, colocando el globo ocular justo en el agujero, desde rincones disimulados y casi sin aire. Masters registraba el tiempo del encuentro, los puntos de entrada y de salida, el grado de rebote y, con ayuda de monitores y otros equipos médicos bastante rudimentarios, las reacciones en el cuerpo.

Ya en sus primeras entrevistas descubrió que los hombres dedicados a la prostitución exageran sus proezas más allá de lo creíble y que las prostitutas fingen sus orgasmos con el fin de acelerar la eyaculación del cliente, cobrar y deshacerse de él. Enseguida supo que tenía que dejar los lupanares. Con prostitutas, la muestra era atípica. No podían representar a la mujer media estadounidense; además, enfermaban y sufrían congestión pélvica crónica.

Aun así, le proporcionaron una información nada desdeñable.Veinte meses después de las primeras investigaciones, Masters encontró una asistente que cambiaría el rumbo de la investigación, la incombustible Virginia Johnson. “La señora Johnson parecía otra secretaria anónima más, contratada para ordenar el interminable papeleo y con ganas de licenciarse en Sociología. Pero Bill Masters vio algo en ella que nadie más veía”, relata Thomas Maier.

Tensión sexual resuelta

Divorciada y con dos hijos, en su mundo hacía tiempo que el sexo se había separado del amor. Su ausencia de prejuicios y la posibilidad de que Masters pudiese pulirla a su gusto, convirtieron a la joven en candidata idónea. Dice Maier que la engatusó para que trabajara durante horas interminables, un día sí y el otro también. “Ella reunió incontables historias personales y observó copulación tras copulación entre extraños. Y lo hizo sin pestañear, como si hubiese encontrado la vocación de su vida”. Gini, así se la conocía, convenció a enfermeras, estudiantes, médicos y esposas de miembros de la facultad para ofrecerse como voluntarios en la investigación de las intimidades humanas. “Si Masters proporcionaba la teoría y el marco intelectual, Johnson aportaba el sentido común y las habilidades de comunicación necesarias para tener éxito”, explica Maier. Nacía así la pareja que revolucionó el sexo en pareja.

Su compromiso trascendía lo profesional: Gini debía tener sexo con él. Masters pensó que esto ayudaría a superar la tensión sexual que, irremediablemente, ocurriría al trabajar con un asunto tan eróticamente estimulante. Y juntos formaron el tándem perfecto. “La presencia de los dos sexos en el equipo de laboratorio marcó la diferencia”, reconocía Gini años más tarde. “Los voluntarios se sienten cómodos y no albergan sospechas sobre nuestras motivaciones”.

Primeros consejeros de la libido

Todavía hoy, los profesionales reconocen que este fue un gran acierto. “Fue un factor positivo de cara a la terapia, pues posibilitaba que hombre y mujer se sintiesen identificados con el sexo del terapeuta”, explica el psicólogo y sexólogo granadino Pedro Lucas Bustos, quien asegura que una de las muchas lecciones que toma de ellos es “trabajar sin miedo a equivocarse”.

Con sus métodos, Masters y Johnson marcaron un punto de inflexión indiscutible. “Por vez primera, clasificaron las disfunciones sexuales e introdujeron tratamientos para cada una. Ninguno de los dos tenía una formación terapéutica sólida, lo que les permitió experimentar con libertad”, dice Lucas Bustos.

Hoy, la biografía escrita por Thomas Maier ha resucitado el interés por esta pareja tanto que sus páginas han inspirado la serie Masters of Sex, dirigida por Michelle Ashford. La serie, que emite Canal+ en España, fue el mejor estreno de 2013 en EEUU. El furor es el mismo que provocaron los propios Masters y Johnson cuando empezaron a desvelar los pormenores de sus investigaciones en libros que siguen siendo auténticos best-sellers.

Se estrenaron con La respuesta sexual humana en 1966, donde, además de dibujar una sexualidad femenina impetuosa y muy potente, despertaron el interés de la población por la sexualidad y la terapia. A este les siguieron Insuficiencia sexual humana y Más allá del placer. Todos ellos son solo una muestra de su vasta labor en la fundación del Instituto Masters y Johnson, donde observaron, trataron y mejoraron las relaciones de miles de parejas.

Hacia una nueva terapia

Con ellos nació, además, una generación de profesionales que todavía hoy toma como base en la atención a parejas el asesoramiento sexológico ideado por ellos.

Ana Belén Carmona Rubio, sexóloga y psicóloga en Lasexologia.com, además de profesora en el Máster Oficial de Sexología de la Universidad Camilo José Cela, reconoce su paternidad en lo que actualmente conocemos como terapia sexual: “Antes, las dificultades en el terreno de la vida sexual no tenían en cuenta el hecho sexual humano, y el éxito era escaso. La gran innovación de esta pareja fue cambiar el foco de atención. Bajo su punto de vista, cuando había problemas sexuales lo que estaba deteriorada era la relación sexual y, por tanto, la intervención había que centrarla en la propia dinámica sexual. Ha pasado mucho tiempo, pero en nuestro centro seguimos esta metodología, aunque adaptada y mejorada”.

Y ¿dejaron algo por hacer? “Quizá se echan de menos aportaciones más sociológicas o antropológicas. Incluso ampliar los criterios de inclusión en las muestras de estudios, introduciendo la discapacidad y la pareja homosexual. Pero no se trata de echar nada en cara, pues hay que entender el contexto en el que vivían y que el campo de investigación sexológica es tan amplio que siempre habrá cosas por hacer”, responde Lucas Bustos.

Masters no pretendía hacer amantes perfectos. “Me basta con que aprendan que un hombre no es menos que una mujer: desea creer que su pareja le valora y le necesita y le desea. Incluso quienes suelen reservarse en el sexo aprenden que si no das lo suficiente, tampoco recibes”, confesaba en una entrevista.

¿Por qué su trabajo supuso tal revolución?
Demolieron mitos demasiado enraizados en la sociedad, despertaron interés por un tema tabú y consiguieron mejorar la vida sexual de las personas. El trabajo de su antecesor, Alfred Kinsey, fue un comienzo, pero se basó exclusivamente en entrevistas, y no en trabajo de campo.

¿Cómo abordaron la homosexualidad?
Analizaron la conducta sexual de 300 homosexuales y comprobaron que no existe ninguna peculiaridad, ni física ni biológica, en su respuesta sexual. Concluyeron que no hay patologías ni desorden genético relacionados.

¿Nadie antes había estudiado las relaciones sexuales?
Hubo algún tanteo, pero fortuito y fragmentario. Por ejemplo, durante unas investigaciones en 1932 en el Hospital Monte Sinaí de Nueva York, los doctores Ernst Philip Boas y Ernst Friedrich Goldschmidt registraron con un cardiotacómetro las pulsaciones de una pareja durante el coito.

Los verdaderos Masters y Jonhson en una de sus reuniones de terapia con una pareja. En la época fueron celebridades y hasta portada de la revista Time.

La serie

La crítica ha hablado de esta serie como un Mad Men, pero en la Universidad y sobre sexo. Tanto por la estética de finales de los años 50 como por la sutileza de su guión. Basada en la novela de Thomas Maier Masters of Sex, la serie que emite Canal+ en España reivindica la importancia del trabajo de este equipo de científicos y la complejidad de sus relaciones.

Los actores Michael Sheen y Lizzy Caplan bordan el carisma y la personalidad obstinada de Masters y la inteligencia sensual de Johnson.

El hecho de que el equipo de investigación incluyera a ambos sexos enriqueció el resultado.

382 mujeres y 312 hombres se sometieron a los experimentos de Masters de sexo en directo.

Masters y Johnson estudiaron la pornografía, que a finales de los años 50 era solo cosa de hombres.

La mirada de Ulises

Masters ideó un falo de plexiglás accionado por un motor al que llamó Ulises. Un mecanismo cilíndrico unido a una cámara, similar a un rodillo de panadero, con un objetivo óptico de vidrio. El fin era fotografiar el interior de la mujer durante la masturbación. “Los hombres odian esta máquina. Ninguno podría seguir su ritmo”, bromeaba Masters.

Procesando datos

El doctor Kinsey utilizó un ordenador de la época para almacenar y procesar todos los datos de sus más de 18.000 encuestas

Orgasmo y experiencia

Demostraron dos grandes paradigmas que han mejorado las relaciones posteriores: ellos no son los expertos y ellas tienen orgasmos, incluso múltiples

Ellas
Desbancaron la teoría del orgasmo vaginal que popularizó Freud y, en su lugar, alzaron el clítoris como epicentro del placer.

Probaron algo que muchos creían un mito: la naturaleza multiorgásmica femenina.

No existe periodo refractario para volver a experimentar un orgasmo.

De nada sirve su naturaleza multiorgásmica si antes no se desinhiben por completo y propician ciertas condiciones ambientales y personales

Ellos
Una vez identificadas la eyaculación precoz, la impotencia y otras formas de disfunción, la terapia puede ayudar a resolverlas.

Desmontaron la idea de que el hombre es el experto, el que tiene mayor capacidad o un funcionamiento más eficaz.

Necesitan un período refractario impreciso antes de volver a tener otro orgasmo.

Proponen la masturbación, hasta ahora mal vista, como un modo más para mantener una vida sexual activa, sobre todo en los hombres maduros.

La curva de la respuesta sexual humana

Femenina

Excitación. Previa a la activación del deseo. Entre 10 y 30 segundos después del estímulo sexual, la vagina se lubrica y el clítoris aumenta de tamaño. Los pechos se hinchan y los genitales se oscurecen.

Meseta. Los cambios anteriores se enfatizan. Mayor lubricación y espasmos por todo el cuerpo. Los labios menores se engrosan.

Orgasmo. Contracciones del útero, de la vagina y del músculo pubococcígeo que se inician a un ritmo de 0,8 segundos y luego declinan. El cerebro sufre un auténtico torrente hormonal y emocional.

Resolución. Los órganos vuelven a su posición inicial de reposo. Si hay más estímulo sexual, puede continuar con uno o más orgasmos.

La curva de la respuesta sexual humana

Masculina

Excitación. El cerebro envía la señal de excitación a los genitales. El pene se endurece y los testículos cambian de tamaño.

Meseta. Los signos anteriores se agudizan y el glande se vuelve azulado. Aumenta la respiración, la presión arterial y el ritmo cardíaco.

Orgasmo. El semen se dispara al exterior con unas pocas contracciones a un ritmo de 0,8 segundos.

Resolución. El pene pierde su erección, y los testículos y el escroto recuperan su tamaño.