“No eres tú quien piensa”
Se realizaba un ataque sistemático a la identidad de la persona y sus creencias: “No eres un soldado”, “No eres un hombre”. Durante semanas se mantenía esta constante hasta que la víctima estaba exhausta y confusa, y su escala de valores se tambaleaba.
“Eres malo”
Mientras la crisis de identidad se instalaba en el prisionero, el torturador creaba un gran sentimiento de culpa basado en cualquier “pecado” cometido por la víctima, quien empezaba a sentir la vergüenza de su comportamiento como si todo lo que hubiera hecho fuera erróneo.
“Y sabes que lo eres”
Una vez que el sujeto está abrumado por la culpa, su torturador le fuerza a denunciar a su familia, a sus amigos y a cualquiera que comparta su “erróneo” sistema de valores. La traición hacia su círculo personal hace que la culpa sea aún mayor.
“¿Dónde estoy?
¿Quién soy y qué se supone que debo hacer?” Es el punto de ruptura. Una vez que ha traicionado a su gente y con un sentimiento de culpa extremo, la víctima sufre una ruptura: pierde su contacto con la realidad y siente que se encuentra completamente perdido y solo.
“Yo puedo ayudarte”
El torturador le ofrece una pequeña muestra de amabilidad: un vaso de agua o le pregunta algo sobre su pasado. Al venir de un estado de tensión total, el prisionero siente que ese pequeño gesto es enorme y experimenta gratitud y alivio, como si le hubiera salvado la vida.
“Ayúdate a ti mismo”
Por primera vez en todo el proceso de lavado cerebral, la víctima se enfrenta al contraste entre la culpa y el repentino sentimiento de compasión. En ese momento tiene la necesidad de ser recíproco con la amabilidad que han tenido hacia él. Y confiesa.
“Por esto sientes dolor”
Tras semanas de continuo asalto, la víctima no sabe qué es lo que ha hecho mal. Solo sabe que está equivocado. La situación hace que haya muchos vacíos en su mente. El torturador se encargará de llenarlos culpando al enemigo adecuado: gobierno, familia, religión…