Cuenta la mitología elvisiana que Elvis Presley no pudo resistir las ganas de volver a probar un bocadillo que degustó meses antes, y que una noche de 1977, dominado por el capricho, subió a toda su cohorte a su avión privado para volar dos horas hasta Denver solo por repetir ese placer. Procurarse aquellos cinco minutos de felicidad le costó unos 38.000 litros de combustible y una cuenta de 149 dólares (actuales) por barba. A esas alturas de su carrera, al rey del rock ya le sobraban 20 kilos, así que lo que le pudo no fue un afán alimenticio, sino más bien hedonista.
Si te has reído con la anécdota, igual ahora se te corta la digestión, porque comer por simple impulso inmediato de saborear algo, y no por necesidades calóricas, puede crear mecanismos peligrosos en el cerebro. Palmiero Monteleone, médico e investigador de la Universidad de Nápoles (Italia), publicó en 2012 en el Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism que el tipo de recompensa cerebral que se desata al comer por gusto y sin hambre (secreción de ghrelina y el cannabinoide 2-araquidonil-glicerol, o 2-AG) es demasiado parecida a la que recibimos por alimentarnos, y que esa es una confusión poco saludable. Es más, algunos de los ocho adultos que participaron en su experimento solo creían sentir saciedad si incluían algunos de sus caprichos, aunque ya hubieran comido suficientes calorías.
El placer de evolucionar
En cambio, si les daban todo platos no especialmente apetecibles para ellos, la señal cerebral de estar llenos llegaba antes. El médico italiano concluía que esa confusión era un camino peligrosamente fácil hacia la obesidad. Lo que ocurre es que en el fondo de este mecanismo subyace el más básico instinto del hombre: “La evolución está basada en la búsqueda del placer. Comer y copular son actividades fundamentales para la supervivencia y progresión de la especie (de cualquiera, en realidad). Ambas actividades causan placer, y es precisamente por hacerlas placenteras por lo que la naturaleza asegura la continuidad de la especie”, comenta a Quo Juan Lerma, director del Instituto de Neurociencias de Alicante, dependiente del CSIC.
Aunque empieza por confesar el misterio que rodea al tema: “De cómo se genera la sensación de placer en el cerebro se sabe algo, pero no todo”. Algunos de esos mecanismos los ha estudiado Manuel Martín-Loeches, profesor de Psicobiología de la Universidad Complutense de Madrid y coordinador del Área de Neurociencia Cognitiva del Centro de Evolución y Comportamiento Humanos (que dirige Juan Luis Arsuaga). El investigador nos detalla diferencias entre la satisfacción que produce un objetivo largamente buscado y quizá no tan intenso, respecto a otro rápido, breve, irresistible: “Los circuitos sí son los mismos, con sus nodos principales, si bien esos nodos o núcleos más activados variarían de una situación a otra”.
Rápido, rápido… y con paciencia
Según la experiencia de este psicólogo, “las recompensas y placeres más intelectuales (ese puesto de trabajo, un comportamiento moral, aspectos sociales, etcétera) activan más intensamente el córtex orbitofrontal medial; y los placeres más mundanos e inmediatos, como comer dulce, una calada de un cigarrillo en fumadores, el sexo…, activan más el núcleo accumbens, en los ganglios basales”.
En esa misma distinción de zonas del cerebro que se “alegran”, digamos, encontramos que el cíngulo anterior también se activa con placeres más avanzados, y que la amígdala, tradicionalmente asociada con el miedo y la furia, “también se sabe ahora que está ligada al placer más inmediato”, añade Martín-Loeches.
Lo asombroso es que esa euforia instantánea que desatan los pequeños vicios tiene unas respuestas fisiológicas casi visibles. A los amantes del chocolate se les puede pillar con solo mostrarles una tableta y hacerles una electroretinografía, según demostró Jennifer Nasser en la revista Obesity. El torrente de dopamina (la hormona del placer) es tal que empaña los ojos cuando ven que van a probar una onza. Eso demuestra cómo “la simple expectativa del disfrute produce placer por sí misma”, según cuenta el neurocientífico Lerma. Pero también apunta que “la experiencia previa, la memoria, influye mucho” porque determina si ya sabemos que lo que viene después nos va a causar placer o no.
La opinión del director del Instituto de Neurociencias es que “la sensación placentera es intrínsecamente transitoria, no dura eternamente”. Eso, unido a otra idea de Martín-Loeches, nos hace pensar que el verdadero gran “fiestón” es el inmediato. Porque, aun cuando la sesión de disfrute sea prolongada (unas vacaciones paradisíacas de tres días), “se valora más el placer si muestra algunos picos relativamente intensos a lo largo de la experiencia”, cuenta el madrileño. O, dicho de otro modo: si te acostumbras a los grandes y buenos momentos, ya no los aprecias.
El psicólogo añade que “se sabe que se aprovecha más si el placer está distribuido”, cosa que confirma Lerma: “Esto seguramente se debe a la característica de los circuitos cerebrales conocidos como habituación, y de los sistemas de neurotransmisión que presentan una desensibilización ante el estímulo continuado”.
Eso sí, quienes están acostumbrados a darse todos los gustos inmediatamente, y de modo continuado, van conformando un cerebro más feliz, según el neurocientífico: “La huella que el disfrute puede dejar en nuestro comportamiento futuro seguro que tiene que ver más con la ausencia de estrés, que puede determinar incluso la estructura de tus circuitos cerebrales, que con el placer en sí mismo”, cuenta el neurocientífico a Quo. Y añade que hasta puede que afecte a nuestra inteligencia futura: “Ahora sabemos que el estrés crónico durante la infancia afecta a la expresión de los genes, y marca profundamente incluso la capacidad intelectual en el adulto”.
La música no me dice nada
Quizá lo que también nos hace humanos es que no nos domina solo el instinto, y por lo tanto, no todos encontramos un placer inmediato en las mismos estímulos. Para comprobarlo, Josep Marco-Pallarés, de la Universidad de Barcelona, publicó en marzo una investigación en Current Biology donde desmentía que todos seamos intrínsecamente sensibles a los encantos de la música, con una breve frase: “A algunos, sencillamente, no les gusta la música”. Y no por ello padecen ninguna disfunción, porque, según comprobó, eran perfectamente propensos a otros placeres. Eso sí, por descarte, definir cómo son sus mecanismos de placer puede “ayudar a entender la base neurológica de la música”, comentó el investigador.
¿Y ganar dinero deprisa? ¿No es estimulante para cualquiera? Y tanto. De hecho, cuanto más impulsivos somos para darnos caprichos comiendo, fumando e incluso buscando sexo infiel, más manirrotos somos con el dinero. Esa asociación de características la descubrió en 2009 Stian Reimers, del Centre for Economic Learning and Social Evolution (Londres), que ofreció a 40.000 participantes, a través de una web, ganar 45 libras en tres días, o 75 en tres meses. Y ganaron por abrumadora mayoría los primeros. Reimers dedujo que estos adictos a la satisfacción inmediata “ignoran el futuro en todos los sentidos”. Dicho de modo más coloquial: que hay quien busca el placer como si no hubiera un mañana.
La clave está en cuánto somos capaces de predecir de la pieza, y hasta qué…
Un nuevo estudio prevé un fuerte aumento de la mortalidad relacionada con la temperatura y…
Los investigadores ha descubierto un compuesto llamado BHB-Phe, producido por el organismo, que regula el…
Un nuevo estudio sobre la gran mancha de basura del Pacífico Norte indica un rápido…
Una nueva teoría que explica cómo interactúan la luz y la materia a nivel cuántico…
Pasar dos horas semanales en un entorno natural puede reducir el malestar emocional en niños…