Adrià: Volviendo al placer de lo nuevo, mi línea vital para hacer cocina es esta: lo creativo; mezclar lo que se hace por primera vez con cosas que existen des­de hace siglos.
Wagensberg: Cualquier órgano de nuestro cuerpo necesita un fluido para funcionar. La boca, saliva; el corazón, sangre; los pulmones, aire… El cerebro necesita cambio. La tortura del prisionero es que sabe exactamente lo que va a ocurrir cada segundo del día.
Quo: Entonces, ¿es recomendable cambiar de pareja?
Adrià: Hay que cambiar de hábitos con ella. No hace falta cambiar de pareja, sino cambiar con la pareja. Volviendo al placer creativo, cuando voy a un restaurante, el placer de probar lo que no he comido nunca no tiene precio.
Quo: ¿No os parece un logro conceptual del cristianismo comerse el cuerpo de Cristo?
Adrià: Esta pregunta no me la han hecho nunca. Pero una de las cosas mágicas de la cocina es la comunión entre la obra y el hombre. Te introduces la obra en tu cuerpo. Y es la comunión más absoluta. En una comida te metes toda la historia que hay alrededor de El Bulli, 250 ingredientes, de dónde vienen… Pienso en la concentración. Por qué mientras se come muchas veces no se exige.
Wagensberg: A mi pa­dre, cuando comías, no podías dirigirle la palabra. Y recuerdo a mi madre quejándose.
Adrià: Una cena en El Bulli dura 3 horas, al margen de la sobremesa. Hay que ver las fases del placer por las que pasa un comensal en ese tiempo, y aquí el alcohol es importante. Si de verdad tienes placer mientras comes, conforme llega el alcohol estás más eufórico. Otra cosa importante es la saturación del placer, hasta dónde puedes llegar.
Quo: ¿Hay personas con más capacidad de placer que otras?
Wagensberg: Es algo que se entrena. Para sentir gozo intelectual tienes que haber creado un clima previo para que ocurra.
Adrià: Sin duda. Yo a los 20 años solo comía bistec con patatas, y me he ido entrenando hasta que hoy mi capacidad de placer es ilimitada. El único límite es el físico, lo que mi cuerpo aguanta. Yo podría irme con vosotros a China 20 días seguidos, cada día comer en cuatro restaurantes… La pena es que mi cuerpo no podría soportarlo.
Wagensberg: El que presume de que no disfruta de la comida presume de ig­norancia, como quien dice que no le gusta Shakespeare. Yo creo que no hay incapacitados para el placer, igual que no hay un gen que impida entender las matemáticas. Tu capacidad para la inteligencia puede ser mayor o menor, pero la cultura es algo que no se transmite genéticamente.
Adrià: Es una actitud.
Quo: ¿El placer es cultura?
Wagensberg: Existen hechos fisiológicos, biológicos, que son los componentes del placer en sí. Sin embargo, la manera de tener placer, las vías por las que llega, son culturales. Cada uno gozamos de lo que hemos aprendido a gozar.
Adrià: Aún nadie se atreve a poner cocina en las secciones de Cultura de los periódicos. Y tiene una explicación, porque hasta los años 30 ha sido una necesidad vital. En Europa, hasta hace 40 años el hambre ha sido motivo de guerra… En África nadie se atrevería a afrontarlo como un hecho cultural.

Redacción QUO