SER HUMANO

Los Goonies y otras 9 grandes películas para ver con tus hijos

Se cumplen 30 años del estreno de Los Goonies, la mítica película dirigida por Richard Donner y producida por Steven Spielberg, que marcó a toda una generación de críos ochenteros. Por ese motivo, hemos seleccionado nueve grandes películas que tratan el tema de la infancia, aunque originalmente iban dirigidas al público adulto, pero que pueden ser la herramienta perfecta para enseñarles a los más pequeños de la casa a a amar el cine. En la lista hay pelis de aventuras, comedias y hasta una pizca de cine neorrealista. Y las disfrutarán tanto los mayores como los más pequeños.

Viento en las velas (1964)

Esta obra maestra de Alexander McKendrick tal vez sea la mejor película de piratas de toda la historia del cine. Y está ambientada, curiosamente, a finales del siglo XIX, cuando los filibusteros prácticamente habían desaparecido de los mares.

Cuenta la historia de un grupo de niños que viven con sus padres en una plantación de Jamaica. Cuando viajan de regreso a Londres, son secuestrados por un grupo de desastrosos piratas colombianos. El capitán Chavez (soberbio Anthony Quinn) quiere pedir un rescate por ellos, pero acaba encariñándose demasiado con los críos. Y la forzosa convivencia entre ambos alterará para siempre (y de forma trágica) la vida de los bucaneros.

Viento en las velas es una película triste y melancólica, alejada de cualquier tipo de blandenguería. En ocasiones se ha dicho que es un retrato de la perversidad infantil, pero eso no es del todo cierto. Los niños de este filme no son perversos, al contrario. Lo que ocurre es que su despreocupada inocencia altera sin desearlo el mundo de los adultos. Y, como ejemplo, sirve esa maravillosa escena en la que los supersticiosos piratas, aterrados por el mal fario que supone que la cabeza de madera de la figura del mascarón de proa se haya desprendido, observan con pavor como la niña más pequeña juega con ella, desafiando al destino e invocando un futuro calamitoso.

No les cuento mucho más. Solo les diré que la muerte accidental de uno de los niños (interpretado, por cierto, por el hoy famosísimo escritor Philip Roth) provocará un final duro y desesperanzado que corrobora ese mensaje vital que toda generación tiene que asumir: los adultos tienen que sacrificarse y morir para que los niños ocupen su lugar.

Mi tío Jacinto (1956)

Al cineasta húngaro afincado en España, Ladislao Vajda, se le sigue recordando por ese megaéxito que fue Marcelino pan y vino. Pero probablemente, las obras maestras de su carrera sean El cebo, Carne de horca y la que aquí nos ocupa.

Mi tío Jacinto es una de las pocas muestras de cine neorralista que se hicieron en España. De hecho, está claramente inspirada en Ladrón de bicicletas, aunque el tono del filme de Vajda sea más amable.

Pablito Calvo, el niño de Marcelino, interpeta a un crío huéfano que sobrevive en el extrarradio de Madrid con su tío Jacinto (Antonio Vico), un alcohólico que fracasó en sus sueños de convertirse en torero. Ambos se ganan la vida recogiendo cartones y colillas en los alrededores de Las Ventas.

Y un día llega inesperadamente la oportunidad con la que Jacinto ha soñado toda su vida. Participar como diestro en un festival taurino que se va a celebrar en la plaza madrileña. A partir de ahí todo es una carrera para no dejar escapar esa oportunidad, lo que implica reunir el dinero para alquilar un traje de luces, y hacer frente a todas las dificultades que van surgiendo.

Quedan para la posteriddad escenas tan memorables como la de Jacinto, viajando en el metro vestido de torero,  y el retrato fiel del Madrid de la época, con todas sus miserias, pero también con  el reflejo de las esperanzas de la gente que trataba de labrarse un futuro mejor.

Mi tío Jacinto es una película deliciosa, con su punto justo de ternura, en la que la comedia y el drama se van alternando de forma prodigiosa. Una de las joyas del cine español de la época.

Los contrabandistas de Moonfleet (1955)

Otra de las mejores películas de aventuras de todos los tiempos, dirigida por el maestro Fritz Lang e inspirada vagamente en La isla del tesoro.

John es un niño de corta edad que es enviado por su madre moribunda a  Moonfleet, una localidad de la costa británica, dominada por escarpados acantilados y fantasmagóricas cuevas, que resulta ser un nido de contrabandistas y pájaros de la peor calaña. Allí conocerá a Jeremy Fox, un individuo enigmático (interpretado por Stewart Granger), que le tomará bajo su protección. Con el tiempo descubrirá que Fox, además de haber sido amante de su madre (¿y puede que también sea su padre?) es el mayor contrabandista de la región.

Moonfleet, es una pelícual sombría y espectral, donde todas las perversioens y maldades de los que son capaces los adultos, están contempladas y filtradas a través de los ojos de un niño, que recibe las más duras lecciones vitales, y aprende que nadie es lo que parece y que, a veces, el que parece el personaje menos recomendables es el mejor de todos.

La película destaca por su tono casi terrorífico, que recuerda al relato gótico. Y, sorprende además que, siendo un filme de aventuras apasionante desde el primer al último fotograma, la acción puramente física quede reducida a tres breves pero intensas escenas.

Los Goonies (1985)

A estas alturas, esta película ya no necesita presentación. Ha marcado a toda una generación, aunque reconozco que yo nunca fui muy pro-Goonies. A mi me pilló adolescente y en esa época me tiraban más cosas como Scarface o Acorralado. Además, tuve que llevar a mi hermano menor a verla tres veces, y eso me hizo cogerle un poco de manía.

Tuve que esperar más de una década para volver a verla y apreciar las virtudes de este entrañable filme que bebía en parte de Los Cinco de Enid Blyton.

Como se que Los Goonies tiene centenares de fans, y para celebrar su treinta aniversario, les dejo como regalo una de las escenas que fueron cortadas y que nunca llegaron a proyectarse en los cines, la de la lucha contra el pulpo gigante.

Kiseki (Milagro) (2012)

Con esta maravillosa película, el gran cineasta japonés Hirokazu Kore-eda dio una lección de como se puede construir un cuento infantil contemporáneo lleno de sensibilidad, humor y ternura, sin caer nunca en la blandenguería.

Koki y Ryu son dos niños japoneses cuyos padres se han separado. El mayor vie en una ciudad con su madre, y el pequeño en otra con su padre. Mientras el menor de ellos lleva una vida jovial y despreocupada con su padre, un músico bohemio que sueña con triunfar con su banda de rock, el hermano mayor no acaba de superar la ruptura de sus progenitores y sueña con que toda la familia vuelva a reunirse.

Un día, Koki, el mayor, se entera de que las dos ciudades van a quedar unidas por una nueva línea del tren bala. En Japón existe una leyenda urbana según la cual, la primera vez, que dos Shinkashen (trenes bala) se cruzan, se libera tanta energía que se produce una alteración en el tiempo y en el espacio que provoca que, si en dicho momento se pide un deseo, se cumpla. Por eso, el niño convence a su hermano de que se las apañen para viajar el día de la inauguración cada uno en una dirección hasta el lugar en el que se crucen los trenes, y pedir el deseo de que sus padres vuelvan a vivir juntos.

Lo que ocurre es que los respectivos amigos de cada uno de ellos se enteran de sus planes y se suman a la aventura. Cada uno y cada una con su propio deseo que pedir (convertirse en actriz, que un padre abandone la bebida, llegar a ser una estrella del beisbol….)

Kiseki (Milagro) es un filme prodigioso. Un canto a la esperanza y a la alegría, repleto de una energía contagiosa (los niños se pasan el tercio final del filme corriendo, en el sentido más literal), pero también una soberbia lección que demuestra que los sueños no siempre se cumplen,  y que el mayor milagor tal vez sea la aventura que esos críos viven con sus amigos lejos de sus casas.

La película es tierna y encantadora, pero nunca blanda. Y está repleta de un soberbio sentido del humor, aunque en sus planos finales se tiñe de melancolía. No quiero hacer un spoiler demasiado grande, por eso, diré tan solo que, al final, de todos los milagros que los niños piden al paso de los trenes, solo se cumplirá uno. ¿Cuál? Tendrán que ver la película para saberlo.

La guerra de los botones (1962)

Un gran clásico del cine francés. El odio se masca en el ambiente en la delgada línea roja que separa el pueblecito de Longeverne y el de Velran. Mientras medio mundo sufre los estragos de la Segunda Guerra Mundial, en este pequeño territorio francés se libra otra contienda, ya que los niños de ambos pueblos viven enfrentados desde hace años. Un chico llamado Lebrac es el artífice de una idea que crea el inicio de la «guerra de los botones». Se le ocurre quitarle a los enemigos prisioneros los botones para que vuelvan humillados a sus casas. A partir de entonces, aquel pueblo que consiga arrebatar el mayor número de botones ganará la guerra.

Los 5.000 dedos del doctor T (1953)

Una joya del cine fantástico, y uno de los más sugerentes retratos que ha hecho el cine sobre los miedos infantiles.

El protagonista vive obsesionado con su profesor de música, un hombre estricto y sin aparente compasión. Una noche, el niño sueña que es raptado por el maligno profesor que, además quiere casarse con madre, y que le conduce a un mundo subterráneo donde tiene a miles de críos esclavizados para que toquen un gigantesco piano.

Surrealista, mágica, fascinante… Los 5.000 dedos del doctor T es uno de los filmes más inclasificables que se han realizado.

El hijo de Rambow (2007)

A principios de los años 80, dos críos de una pequeña localidad británica, quedan fascinados tras ver Acorralado, la primera película de la saga de Rambo, y deciden rodar su propia segunda parte. Pero, poco a poco, sus compañeros dle colegio y del barrio se van sumando al proyecto y lo que empezó siendo una película modesta, acaba convertida en una auténtica superproducción repleta de extras.

Una película francamente divertida y emocionante. Un canto a la amistad y a la fantasía, con un toque social heredado directamente de los filmes de Ken Loach. Personalmente, confieso que en las escenas finales con la proyección de la película que han rodado los niños en un cine local, se me saltarón las lágrimas de la emoción. ¿Me estaré volviendo blando?

El globo rojo (1955)

Un poético mediometraje francés de poco más de media hora de duración que, inesperadamente, ganó el Oscar al mejor guión.

Rodado solo con música y sin diálogos, cuenta como un niño, camino del colegio, se encuentra (¿o es al revés?) con un globo de color rojo, y comienza a seguirlo por las calles de París. El crío vivirá situaciones humorísticas y otras peligrosas (enfrentándose a una banda de gamberros que pretenden destruir el globo). Se tropezará además con una niña que porta un globo azul que también parece tener vida propia.

El pequeño salvaje (1970)

Un filme perfecto para que los niños tengan su primer contacto con la Nouvelle Vague.

François  Truffaut cuenta la historia de Víctor de Aveyron, un niño que en 1780 fue encontrado viviendo en estado salvaje en los bosques de Francia donde, supuestamente, había sido criado por una manada de lobos. Y relata los esfuerzos del doctor Jean Itard (encarnado por el propio truffaut) para enseñarle a hablar.

Un bonito canto a la educación, y una de las películas más emotivas del gran director francés.

Redacción QUO

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