Puede que John Barrymore haya sido el mejor actor shakespeareano de todos los tiempos, pero no pudo finalizar su Hamlet en color, en 1933, por sus frecuentes lapsus de memoria. También Justin Bieber se quedó recientemente en blanco en pleno concierto, mientras interpretaba el dueto Love me Harder con Ariana Grande. Barrymore tenía 51 años en ese momento. 21 tiene Justin.
Pero hay algo que comparten nuestros olvidadizos de turno: su condición masculina. Esto les hace especialmente vulnerables a la pérdida de memoria. Un estudio publicado en la revista JAMA Neurology por el investigador canadiense Stephen D. Weigand, entre otros autores, sugiere que los hombres se encuentran más desvalidos frente a estos fallos, teniendo en cuenta que las habilidades de memoria y el volumen cerebral de los humanos declinan con la edad, independientemente del sexo. Al menos, será un consuelo conocer que, de acuerdo con las conclusiones de los investigadores, este tipo de olvido guarda poca relación con la acumulación de placas de proteína amiloide en el cerebro, tan características en la enfermedad de Alzheimer.
Vivimos una edad dorada en el estudio de la memoria y su manipulación
Para la investigación, los autores escogieron a 1.246 adultos de 30 a 95 años sin síntomas de demencia. Les sometieron a pruebas estandarizadas de memoria mientras se les medía el volumen del hipocampo mediante resonancia magnética y se estudiaba la acumulación de placas amiloides. Tanto la memoria como el volumen cerebral menguaron de forma gradual hasta aproximadamente los 65 años, pero pocas personas mostraron acumulación de proteína amiloide antes de los 70 años.
Hormona favorable a la mujer
En los participantes masculinos sí se comprobó que tenían de forma constante peor memoria y un hipocampo algo más pequeño a todas las edades. Tal observación hace suponer a los científicos que la tasa mayor en hombres de factores de riesgo cardiovascular, vinculada con el desarrollo de problemas de memoria, podría explicar en parte sus lapsus. Por otra parte, los autores creen, además, que los niveles de estrógenos femeninos podrían constituir para la mujer un factor protector frente al olvido.
Investigadores de la clínica Mayo (EEUU), liderados por Ronald Petersen, han observado también este avance más rápido del deterioro cognitivo leve en los hombres más jóvenes que en las mujeres más jóvenes. En edades avanzadas, sin embargo, el riesgo se revierte y es mayor en la población femenina. Eso sin perder de vista los agravantes que en uno u otro sexo pueden acelerar la pérdida de memoria y el desarrollo de demencia: menos años de educación, cantidad de fármacos ingeridos, accidente cerebrovascular, diabetes, tabaquismo y depresión.
¿Cómo te llamas?
De repente, una palabra se queda en la punta de la lengua. Sabes que la conoces. Intentas que salga, pero se resiste. Tal vez recuerdas que empieza o termina por determinada sílaba, se acentúa de tal forma, se parece a algo así como… Estás a punto de decirla, pero no arrancas. Es una anomalía del recuerdo muy frecuente, más en los varones, que el neurólogo Rafael González Maldonado trata de clarificar: “Ocurre sobre todo con un nombre propio –¿cómo se llama alguien?– Y es característica en ella la paradoja de la intención: cuanto más se intenta dar con la palabra, más se esconde. Al cabo de unos segundos o minutos, cuando la persona se distrae y relaja, surge normalmente el dichoso vocablo de forma espontánea”.
Un adulto perezoso multiplica por cuatro el riesgo de deterioro de su memoria
Mientras, el sujeto habrá tenido tiempo suficiente para elucubrar y caer en la cuenta de que, aunque todavía ronde los 40 o 50, desde hace unos meses se nota también algo duro de oído. ¿Serán ya los achaques de la edad? El neurólogo responde: “El lapsus indica que se ha producido un fallo selectivo en la recuperación del vocablo desde la memoria semántica, la que afecta a los significados y conceptos. Es decir, tiene alterado el proceso de selección y producción de palabras”.
Dejar las cosas en la punta de la lengua podría quedarse en algo normal y cotidiano, pero con el matiz que añade González Maldonado: “Este olvido refleja cierta dificultad para acceder a esas zonas de la memoria que incluyen la representación fonológica de las palabras. Naturalmente, el problema no es de la lengua, sino de nuestras redes de neuronas en todo el cerebro, y especialmente en el hipocampo. La memoria consiste principalmente en circuitos de células nerviosas que se organizan y conectan. Y cuanto más se usan estas conexiones, más fuertes y estables se hacen. En el caso de las palabras, será más fácil recordar las que se usan más”.
Aunque escasas, hay diferencias entre hombres y mujeres a la hora de olvidar o de memorizar, y en la forma en que evoluciona una demencia. “El sexo determina claras diferencias cerebrales, anatómicas, de neurotransmisores y hormonales desde las primeras semanas de la gestación. Estas diferencias se corresponden con diferencias en la forma de recordar. Por ejemplo, en la mujer son más abundantes las conexiones neuronales entre ambos hemisferios, y en el hombre predominan, dentro de cada hemisferio, de delante hacia atrás. Así, las mujeres sanas tienen más memoria, atención e inteligencia social, mientras que los hombres destacan en matemáticas y orientación visuoespacial”, explica González Maldonado.
El profesor Javier de Felipe, del Laboratorio Cajal de Circuitos Corticales, de la Universidad Politécnica de Madrid, carga el peso de tales diferencias de memoria entre ambos sexos en la educación y en el diferente modo de
formar esos recuerdos en niños y niñas a través de cuentos, canciones y horas de conversación.
Aniversarios y fechas señaladas
Al parecer, olvidar cumpleaños y otras cuestiones similares se relaciona más con la carga emocional que se vierte sobre cada suceso. Así, todo el mundo recuerda qué hacía y dónde estaba durante el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. El neurólogo Dick Swaab dice que sucede porque la amígdala, que está justo delante del hipocampo, pone su sello a un recuerdo con una fuerte carga emocional. La amígdala marca un suceso angustiante con tal fuerza que será almacenada para siempre en la memoria.
Este mismo fenómeno psicológico explicaría por qué somos incapaces de grabar algunos rostros, a pesar de resultarnos atractivos.
Los feos dejan huella
Esto lo constató un equipo de la Universidad Friedrich Schiller de Jena, en Alemania. Los rostros atractivos sin ninguna peculiaridad apenas dejan huella. Por eso tendemos a recordar mejor rostros más feos si tienen algún rasgo distintivo. Ocurre porque la memoria ensambla recuerdos con emociones. Borramos los recuerdos insulsos frente a los relevantes, los detalles insignificantes frente a los necesarios. Este borrado nos permite mayor capacidad cognitiva para mantener los importantes.
Es el fenómeno de la neurogénesis, que hace que el hipocampo, responsable de la producción de neuronas, actúe como papelera de reciclaje limpiando los recuerdos viejos para dejar más espacio para guardar otros nuevos.
Para García Maldonado, los despistes cotidianos son preocupantes cuando se repiten y aumentan progresivamente. “Son más frecuentes conforme aumenta la edad, algo lógico. Pero en una persona sana no alteran su vida. Por eso, la edad no vale como diagnóstico, pues impide tratar un problema de memoria o de otra índole”.
La insistencia de los neurólogos es que la memoria disminuye si no se ejercita. ¿Cómo tener fuerza en las piernas si no se anda? Si el niño poco estudioso se hizo un adulto ajeno a tareas intelectuales, multiplicará sus posibilidades de desarrollar un deterioro cognitivo.
Y además, ya lo dijo Shakespeare por boca de lady Macbeth: la memoria, ese centinela del cerebro. Sin ella, se desvanece la personalidad, se diluye el individuo. Por eso nos entra el pánico ante un olvido insignificante y nos preguntamos si nos llevará a ese callejón ocluido donde la memoria empieza a quedar atrás, cerrándole el acceso a nuestro pasado.
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