Sha la la la la, ¡oh, oh, oh! Hasta en las aldeas de Finisterre cantaron ese año el rayo de sol “que me trajo tu amor”, de los Diablos. Eran los esplendorosos años 70, con el bum de “guiris” tomando el sol en las playas y el advenimiento del destape. The Beatles capearon ese año su desbarajuste económico gracias a aquel Here comes the sun, que aún es hoy emblema sonoro de “buen rollito”; solo un año después, en 1971, apareció en el mercado la Barbie Malibú, de plástico tostado, que venía con toalla y bronceador; y Hollywood dio a luz, a finales de esa década, la sorpresa del primer conde Drácula de tez morena. George Hamilton, en Amor al primer mordisco, asustaba sin la piel paliducha de los vampiros al uso. El sol había triunfado al fin en una histórica batalla contra la lividez.
El día en que se puso de moda
Hay un Día D para el comienzo del éxito del sol. Antes, el moreno era de pobres. Las altas clases sociales se embadurnaban el rostro con polvos de arroz y paseaban las costas bajo ridículas sombrillas de mano. Pero la hija de una campesina y un vendedor ambulante lo cambió todo, y elevó las bondades de tomar el sol al cénit de la moda: Coco Chanel. La única diseñadora que figura en la lista de las 100 personas más influyentes del siglo XX según la revista Time fue quien arrancó el bronceado de la piel curtida de los hombres y mujeres de campo, y se lo trajo puesto.
En el siglo IX, los nobles sostenían en alto el brazo de su espada para mostrar las venas azuladas bajo la piel pálida. De ahí lo de la ‘sangre azul’
Era el año 1923 cuando la prensa de la época publicó una foto de Coco en la cubierta de un lujoso yate, en el que había disfrutado de un crucero por la Riviera francesa. En esa foto, la gurú del estilo lucía la osadía de una piel tostada. Y así fue como tomar el sol, un sol gratis, se convirtió en anhelo de las damas de élite. Adiós a la palidez romántica.
La inocencia de la salud
Mademoiselle Chanel había dado, además, impulso a un consejo prioritario en aquel momento para la ciencia de la salud: tomar el sol es sano. El 19 de julio de 1922 The Times publicó un popular artículo en el que recogía las investigaciones de un famoso bioquímico, el Dr. E. V. McCollum, quien había demostrado en experimentos con animales (en concreto, había encerrado a perros en jaula oscuras) que solo sintetizamos vitamina C si el sol nos roza, incluso aunque la incluyamos en la dieta. Aquello explicaba la “plaga” de raquitismo que molía los esqueletos de niños que vivían hacinados en ciudades, y abrió paso a la industria de soles de mentira. La helioterapia se impuso para tratar de todo: anemias, tuberculosis, enfermedades de la piel y hasta algunos trastornos mentales figuraban en la lista de males para los que el remedio venía directamente del rayo de sol de lámpara. Y así, el moreno se hizo cool y sano. El 7 de julio de 1936, Francia inauguró las primeras vacaciones pagadas de la historia, les congés payés, y arrancó el turismo de playa. Ese mismo año salió al mercado una pócima pringosa del color del ámbar, Ambré Solaire, el primer bronceador que protegía de quemaduras, y solo poco después estalló la bomba moral del biquini. Brigitte Bardot lució el descocado dos piezas ante ojos públicos en Saint-Tropez, y los ombligos perdieron la vergüenza.
Una revista publicó en los años 30 el método perfecto, según la ciencia, para tomar el sol
A España el biquini llegó con retraso: una normativa de la Dirección General de Seguridad de 1941 obligaba a tomar el sol con albornoz, y los pocos españoles libertinos tenían que huir de la policía saltando las olas. Los bañadores se hacían en casa: muchos, de tela de muselina que sacaban de los sacos de azúcar. Hasta que el tiempo, las suecas y las divisas del turismo relajaron la moral. Y así fue como en los años 70, tarareando el “sha la la la la”, las costas se inundaron de cuerpos como iguanas, gozando del triunfo de aquel sol inocente.