SER HUMANO

El robo de las joyas de la corona sueca. Y otros 7 tesoros reales que desaparecieron en extrañas circunstancias

Con motivo del robo de parte de las joyas de la corona sueca, repasamos otros casos famosos de ladrones que se llevaron valiosas piezas pertenecientes a las monarquías de varios países.

Las joyas de la corona sueca

Según ha informado la policía, el pasado martes dos hombres penetraron en la catedral de Strängnäs, donde reposan los restos del rey Carlos IX de Suecia y su esposa.

Los ladrones se llevaron las dos coronas funerarias de los monarcas, y la figura de un globo terráqueo, fabricada en oro, y rematada con una cruz.

Según testigos presenciales, los delincuentes se alejaron tranquilamente del lugar en un bote de remos.

 

Las cuatro coronas del rey de África que gobierna por Skype

Céphas Bansah es una persona de lo más singular: mecánico de día, rey por la noche

Bansah es rey de los Gbi de Hohoe (Ghana), pero se fue a vivir a Alemania como estudiante de intercambio. Allí comenzó a trabajar en un taller como mecánico y conoció a su esposa. Dada la imposibilidad de volver con su tribú, decidió gobernar por Skype a sus 200.000 súbditos.

En 2014, sus cuatro coronas desaparecieron sin dejar rastro. Aunque sólo están valoradas en 20.000 euros, él aseguró que «tenían un valor emocional irreemplazable».

La corona del monarca alegre de Hawái

Kalākaua, más conocido como el monarca alegre, fue el penúltimo Rey de Hawái. Celebró su coronación cuando llevaba ocho años en el reinado junto a su mujer, la reina Kapiolani.

Para la ocasión, se diseñaron dos coronas de oro y piedras preciosas por las que se pagó una fortuna. Se dice que una de las piezas contenía 521 diamantes, 54 perlas, 20 rubíes, 20 ópalos y ocho esmeraldas (entre otras joyas).

La coronación se celebró el 12 de febrero de 1883, único momento en el que la impresionante corona reposaría sobre la cabeza del monarca. Murió de una enfermedad renal en 1891 y su hermana Liliuokalani heredó el trono, aunque duró poco. En 1893 un golpe militar dirigido por Estados Unidos le arrebató el poder.

Fue entonces cuando uno de los responsables del gobierno provisional ordenó hacer un inventario de las joyas de la corona y otras posesiones reales. Cuando el personal fue a buscar la bonita caja forrada de satén en el palacio de Iolani, lo único que encontraron fue su armazón. Todas las joyas habían sido robadas individualmente.

Ordenaron investigar el caso y, en poco tiempo, encontraron en la chaqueta de uno de los guardias varios diamantes. Aunque fue encarcelado durante tres años, el resto de las joyas no han podido recuperarse. 

La corona de la reina Kapiolani se mantuvo intacta gracias a que se almacenó en otro lugar.

Las joyas de la Corona Irlandesa: un misterio aún sin resolver

En el caso de las joyas de la Corona Irlandesa, no existió ninguna corona, aunque sí otras piezas de gran valor que consistían en insignias de la Más Ilustre Orden de San Patricio.

Dichas joyas eran utilizadas por el monarca en la sede de los caballeros de la orden, hasta que un día un ladrón decidió poner fin a esta costumbre.

En 1903, las joyas se trasladaron en una caja fuerte al Castillo de Dublín, donde se suponían que iban a ser custodiadas en una cámara acorazada que acababa de ser reforzada. Sin embargo, cuando el personal llegó al castillo se dieron cuenta de que la caja donde se transportaban las joyas no entraba por la puerta.

Dadas las circunstancias, el oficial de armas Arthur Vicars decidió esconder las joyas fuera de la cámara acorazada, concretamente, en la biblioteca.

En 1907, el rey Eduardo VII y la reina Alejandra, visitaron el castillo de Dublín con la intención de usar las joyas para un acto oficial. Pero cuando abrieron la caja fuerte… ¡sorpresa! las joyas ya no estaban allí. Todos sospecharon entonces de Vicars, puesto que era la persona responsable de su custodia. Pero todos clamaron por su inocencia y culparon a su ayudante, Francis Shackleton. Finalmente, tras ser investigados por una comisión real, ambos quedaron absueltos.

A día de hoy, las joyas aún no han sido encontradas.

Juan sin Tierra, sin valor y… sin joyas

El rey Juan I de Inglaterra, más conocido como Juan sin Tierra, reinó Inglaterra e Irlanda desde el 6 de abril de 1199 hasta su muerte en 1216.

En octubre de 1216, justo un año después de la famosa firma de la Carta Magna, el rey Juan estaba tratando de reprimir una rebelión «a su manera» (pasó a la historia por su ineptitud militar). Para ello, cargó todos sus carruajes y se largó, algo que estuvo motivado no solo por su pasotismo, sino por sus problemas de salud.

Emprendió un viaje con su gran séquito a través de los pantanos cenagosos del este de Inglaterra. Un montón de carros cargados de suministros seguían al monarca. Entre ellos, uno que incluía la totalidad de las joyas de la corona.

Las crónicas contemporáneas aseguran que la dificultad del viaje provocó que los carros cayeran al cieno, perdiéndose todo el contenido que transportaban, incluidas las joyas. Algo que, dada la naturaleza de las aguas, nunca ha podido comprobarse. Por supuesto, las joyas no aparecieron nunca.

Unos días más tarde, Juan sin Tierra moría de disentería.

Los olvidados Honores de Escocia

Las joyas de la corona escocesa son conocidas como Honores de Escocia. Se componen de tres elementos principales: corona, cetro y la Espada del Estado. Datan de los siglos XV y XVI, lo que las convierte en las joyas de la corona más antiguas de Inglaterra.

Se usaron entre 1543 y 1651 para coronar a todos los reyes escoceses. Pero llegó la guerra civil y Oliver Cromwell mató al monarca y eliminó cualquier rastro de su reinado

Aunque se ordenó la destrucción de los Honores, estos fueron primero guardados en el Castillo de Dunnottar y, después, bajo el suelo de la parroquia de Kinneff. En 1707, con la disolución del Parlamento escocés y desprovistos de todo valor simbólico, fueron almacenados bajo llave en el Castillo de Edimburgo.

Las Joyas de la Corona escocesa se creían perdidas hasta que en 1818 Walter Scott y su equipo de investigadores se las encotraron escondidas en un viejo baúl y las expusieron para que los ciudadanos pudieran admirarlas.

Aunque la Corona se sigue utilizando, las otras dos piezas permanecen guardadas por su gran fragilidad.

Las joyas perdidas de los Romanov

La familia Romanov gobernó Rusia durante más de 300 años: desde 1613 hasta que fueron derrocados durante la Revolución Rusa de 1917. 

Los zares habían acumulado una impresionante colección de joyas de la corona y, con el caos de su huida, no es sorprendente que muchas de ellas se perdiesen en el camino. Las otras, a pesar del clamor popular (que preferían venderlas ya que representaban la opresión a la que habían sometido al pueblo), se guardaron y a día de hoy pueden verse en el Kremlin.

Pero tras un inventario en 2012, los investigadores descubrieron que faltaban al menos cuatro piezas, incluyendo un broche de zafiro que localizaron que se había vendido en una subasta en Londres en 1927.

Las otras tres piezas son una diadema, una pulsar y un collar que hasta el momento no han sido localizados.

 

Joyas de la Corona francesa

Otro país con poca simpatía a los monarcas: Francia. Las impresionantes joyas de la corona francesa se utilizaron por última vez en la coronación de Luis XVI en 1775.

Algunas piezas, como la Corona Imperial de Carlomagno, o el cetro de oro medieval de Carlos V, tienen un valor incalculable.

Tras la Revolución Francesa, se acordó que las joyas reales fuesen vendidas, argumentando que mantenerlas podría alentar los intentos de restaurar la monarquía. Aunque tardaron mucho en poner el plan en marcha, en 1887 se pusieron a la venta muchas de las piezas (por suerte las más históricas fueron preservadas y aún pueden contemplarse en el Louvre).

La subasta acaparó la atención de todos los joyeros, coleccionistas y aficionados, que acudieron en masa a tratar de llevarse un pedazo de la historia de Francia. Los ingresos de la venta fueron integramente a las arcas del estado.

En 2008, una de las joyas que se adquirieron en la subasta de 1887 fue vendida de nuevo. Se trataba de un impresionante broche de diamamantes que había sido diseñado para Eugenia de Montijo en 1855. Por supuesto, fue el Louvre quién se hizo con él.

 

Redacción QUO

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