Bien sabía lo que hacía el escultor flamenco Giovanni Da Bologna cuando desafió a la censura eclesiástica del cuerpo desnudo de la fuente de Neptuno de Bolonia con un efecto óptico: el dedo pulgar del Dios de las Aguas emerge bajo su vientre de tal manera que, desde cierto ángulo, da la sensación de ser un miembro viril en imponente erección. Por eso, aunque el artista accedió a los deseos de la Iglesia suavizando el tamaño de los genitales, la escultura, 500 años después, no ha dejado de escandalizar o divertir.
La leyenda cuenta que durante un tiempo Neptuno fue cubierto con pantalones de bronce para evitar el azoramiento de las damas puritanas de la ciudad italiana. Y, si por Facebook fuese, Neptuno luciría aún sus calzas. Sutil o zafio, artístico o real, el desnudo sufre continuamente la condena de esta red social, como demostró hace unas semanas cuando notificó a la escritora Elisa Barbari la censura de una imagen que ella empleó para hablar de los atractivos de la plaza de San Petronio. Es cierto que luego rectificó y envió una nota a la autora lamentando el error, pero el incidente deja una pregunta en el aire: Al margen de Facebook, ¿qué hace que una escultura sea erótica? ¿Simplemente la desnudez?
Hemos consultado a artistas y críticos de arte y, aunque no hay consenso, sus respuestas se acercan a una de las reflexiones que nos dejó el pensador francés Georges Bataille: “El erotismo deja entrever el reverso de una fachada en la que se revelan cuerpos y maneras de ser que nos avergüenzan”. Neptuno destila erotismo se mire como se mire.
Tomás Paredes, presidente de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA), nos remite a la obra del escultor Andrés Alcántara como uno de los máximos exponentes del arte erótico actual. Este artista rechaza la exhibición obscena y habla de sutileza, de sensualidad, de seducción, de crear un efecto.
Y como muestra, nos traslada a la escultura de la Grecia clásica. “Sus cuerpos envueltos en delicadas cortinas y pliegues simbolizan la sexualidad en casi todas sus formas posibles. Es la desnudez ausente”, matiza Alcántara. Recuerda, por ejemplo, a Afrodita Cnidia, una estatua desnuda que representa a Venus saliendo del baño cubierta con un paño. La vestimenta insinúa unas curvas muy sensuales.
Son esculturas con un elevado grado de belleza idealizada, pero el erotismo se consigue también desde la anatomía imperfecta. Ahí están las esculturas voluminosas de Fernando Botero, de cuerpos rollizos y curvas firmes y redondas. En su tesis, la colombiana Nubia Janeth González Ruiz analizó la sensualidad de la redondez en las esculturas del artista colombiano: “No son producto de un acto únicamente visual, sino el resultado de sensaciones táctiles, gustativas, auditivas y olfativas experimentadas por el artista y transmitidas al observador a través del tratamiento de las texturas, cromatismo, sensualidad de la redondez y monumentalidad de cada uno de los detalles”.
Si, como decía Bataille, todo erotismo tiene algo de transgresor, es inevitable mencionar los relieves de los templos de Khajuraho, en la India. Sus escenas de sexo explícito y cuerpos voluptuosos están consideradas obras maestras del arte mundial. O al veneciano Antonio Canova. En Eros y Psique (1787-1793), este artista recubre el mármol con una capa de hollín para aumentar el erotismo de la materia satinada. Además, las líneas de unos cuerpos casi adolescentes simbolizan un erotismo perverso de caricias sutiles.
Fernando Castro Flórez, crítico de arte y profesor de Estética en la UAM, cita al filósofo Spinoza: “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”. Piensa que, tal vez, la historia de la escultura sea la de los prodigios y placeres del cuerpo habitualmente desnudo. La frialdad del mármol o el bronce han tenido que transmitir la temperatura de la piel y la seducción que el cuerpo ejerce sobre la mirada ajena. “Desde el cuerpo canónico (aquella cuadratura del círculo que describen Vitruvio y Leonardo da Vinci) hasta el presente, se han ido produciendo mutaciones históricas de lo que consideramos excitante, sensual o erótico”.
Para Silvia Tena Beltrán, doctora en Historia del Arte y comisaria independiente, “el mundo del arte se mueve en la frágil frontera entre un universo poblado por obras frecuentemente aclamadas por su componente transgresor, irreverente o tabú, y una eterna lucha por la libertad de expresión”.
No le extraña que ese espíritu transgresor se haya visto frecuentemente acompañado de oscuras motivaciones censoras. “El ataque contra la revista satírica Charlie Hebdo en París no es más que un ejemplo de una constante que nos viene acompañando desde hace siglos”. Las motivaciones censoras resurgen o se adaptan a los nuevos tiempos. En la Edad Media y el Renacimiento era el dogma religioso el baremo que dictaminaba si una obra era o no pecaminosa.
Tena Beltrán recuerda que Daniele da Volterra, por encargo del papa Pío V, tuvo que cubrir con telas las partes impúdicas de las magníficas figuras de Miguel Ángel en el Juicio Final de la Capilla Sixtina. En general, el cuerpo, su carnalidad y las partes genitales y sexuadas siempre han provocado los más encendidos postulados a favor o en contra de lo sexual en el arte. Pero, según Silvia Tena, mucho más dañina resulta la utilización de criterios de propaganda morbosa parapetados detrás de oscuras operaciones censoras en nombre de ciertos tabúes sociales, ideológicos o políticos como arma arrojadiza.
Piensa en la controvertida representación Exhibit B, donde Brett Bailey recreaba lo que él llamó los “zoos humanos”. Actores de raza negra enjaulados y encadenados representaban el momento atroz del racismo. “Como dijo recientemente Bailey a The Guardian, la intención del arte no debería ser tanto la denigración, el morbo o el aparato propagandístico tras un caso de censura, sino la capacidad de desafiar las percepciones y el llamamiento de conciencias. Y para eso ningún lenguaje como el arte en mayúsculas”, concluye.
Castro Flórez termina con un llamamiento: “En una época con una singular pulsión pornográfica, es urgente encontrar o fabricar nuevas perversiones, buscar el placer erótico más allá del debate de lo canónico y saber si podemos gozar de nuestro síntoma”.
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Igual es mejor que hagáis una encuesta para saber cuales son las esculturas más sexys de la historia, porque de las que habéis enumerado, sólo la del éxtasis de Santa Teresa es conocida por semejante cosa. Del Resto, ninguna de ellas. Para la escultura de polivinilo de John de Andrea, os sugiero aquella en la que se ha inspirado: "El gálata herido" es mucho más sugerente que su imitación moderna. En la lista no publicada, habéis ignorado al "Genio del mal" de Joseph Geef, tan tentadora que perturbaba a las jovencitas y a los monjes (diría que más a los monjes que a las jovencitas) y hubo que retirarla de la iglesia y encargar una versión menos perversa a su hermano, que tampoco solucionó mucho, porque resultó menos puber pero igualmente seductora... y no hablemos de la colección de "Davides" incitadores a la pederastia más descarada, como el de Donatello o el de Verrochio, el uno con los cabellos derramados sobre los hombros, vestido solo con un sombrero profusamente adornado, el otro marcando pezones en contraposto y con sonrisa giocondina... Los raptos y etc de Bernini, el escultor que mejor ha magreado la carne de mármol... o cualquiera de las esculturas a medio surgir de la piedra de Rodin. Si queríais iros al arte moderno, sin duda, Giger, más underground, friki, y menos pretencioso por cultureta que todo esto, es mil veces más erótico que todo esto. Y Louise Burgeois puede ser inquietante, siniestra, y una de las escultoras e instaladoras más fascinantes que existen, pero sus cuerpos mutilados y esqueléticos distan mucho de incitar al sexo, como no se mire desde los ojos de un apasionado por la necrofilia.