Si quieres que hagan caso a tus predicciones zodiacales, no uses tu clarividencia para dar malas noticias. Y ten cuidado con las buenas. Piensa que, según un estudio publicado en la revista Psychological Review en marzo, los españoles no quieren saber su futuro. Al menos, no todo su futuro. Casi todos odian que les desvelen las calamidades por venir, pero es que la gran mayoría también huye de los spoilers que hurtan la sorpresa a las buenas nuevas: siete de cada diez personas prefieren no saber el resultado de los partidos de fútbol (70,4 %) ni qué les regalarán en Navidad (69,2 %). Si quieres que tus vaticinios lleguen a la gente, lo mejor es que te mantengas rigurosamente ambiguo y que te centres en levantarles el ánimo. Todo apunta a que ese es el único beneficio que obtienen los lectores de horóscopos.
El primer empresario circense en comprar un tren para trasladar su compañía fue un canalla llamado Phineas Taylor Barnum. Destacó como uno de los primeros grandes showmen de Estados Unidos por su capacidad para persuadir a miles de personas para que viajaran a su museo neoyorquino de curiosidades. Les prometía un gabinete de maravillas en el que todos tendrían algo que admirar. Y hacían el viaje aunque otros ya hubieran comprobado que eran tan falsas como su sirena de Fiji, un engendro mitad pez, mitad mono. El mundo académico fijó su atención en la estrategia de Barnum para mantener vivas sus falsedades a mediados del siglo XX, 50 años después de su muerte. Y vieron una relación con la creencia en el horóscopo.
El profesor Bertram Forer entregó a sus alumnos un test de personalidad con el que, supuestamente, escribió un perfil de cada uno. En opinión de sus pupilos, el resultado fue muy preciso. Pero todos habían recibido la misma descripción, que había sido confeccionada con retales de horóscopos, compuesta a base de generalidades del estilo de tiendes a ser disciplinado y controlado por el exterior pero preocupado e inseguro por dentro. Así se acuñó el efecto Forer, que también se conoce como efecto Barnum por la capacidad para engatusar del empresario y que sostiene los cimientos de la creencia en el horóscopo. Y también de sus rituales. “Sentir que lo han hecho específicamente para nosotros es muy importante”, subraya la psicóloga experimental de la Universidad de Barcelona (UB) Itxaso Barberia. En esencia, el efecto Barnum se basa en un sesgo cognitivo, un atajo de la mente para detectar patrones donde no los hay.
“Las ilusiones quizá sean buenas para sentir que tenemos control cuando no es así, pero es peligroso cerrar la puerta a otras fuentes de información que sean más críticas”
Además, cuando se combina con el sesgo de confirmación, “la madre de todos los sesgos”, puede generar sensación de control sobre situaciones en las que la incertidumbre es muy alta.“Tenemos tendencia a dar importancia a las coincidencias que encajan con nuestras creencias previas y las recordamos bien, mientras que cuando ocurren cosas que no encajan las olvidamos más rápido”, explica la psicóloga. Es decir, que los lectores de horóscopos dan credibilidad a las predicciones si alguna acierta remotamente, y se olvidan del resto.
Algunos psicólogos piensan que la evolución ha propiciado estos sesgos porque pueden servirnos de ayuda: si unos matorrales se mueven es mejor relacionar el ruido con una amenaza y correr que pensar que es el viento y, finalmente, morir, razonan.
Pero otros piensan que estos mecanismos pueden proteger la autoestima. Esta teoría se apoya en hechos como que las personas con depresión moderada, cuya autoestima tiende a ser inferior, experimentan menos ilusiones de que existe una relación causa-efecto cuando, objetivamente, no la hay. “Quizá sea bueno desarrollar ilusiones para sentir que tenemos el control de ciertas situaciones en las que no lo tenemos”, reflexiona Barberia. Y esa es la razón de ser del horóscopo.
Los niños de Ashanti, un pueblo de Ghana, suelen comportarse mejor si nacieron un lunes que si llegaron al mundo un miércoles. Y no es por casualidad. A los primeros se les llama Kwadwo, un nombre que en su cultura se considera propio de personas tranquilas; los segundos son bautizados como Kwaku, un nombre asociado a la mala conducta. Estas atribuciones influyen en el trato de los adultos hacia los pequeños, y por eso son más propensos a ser tranquilos si se llaman Kwadwo y más inquietos cuando se llaman Kwaku.
El desarrollo de los niños de Ashanti está condicionado por el efecto de la profecía autocumplida, un fenómeno que puede trasladarse al reino de los horóscopos y que habitualmente se explica con el mito de Pigmalión. Según la leyenda, quien fue rey de Chipre se enamoró de Galatea, una estatua que él mismo había esculpido. La amaba tanto que Afrodita, conmovida, dio vida a su creación y, por tanto, a su amor.
Astrónomos de la talla de Johannes Kepler financiaron sus investigaciones con trabajos relacionados con el horóscopo
“Lo que tú crees que va a ocurrir afecta a muchos factores y lo puedes acabar convirtiendo en realidad” porque actúas en consonancia a las expectativas, explica la psicóloga y coach Elisa Sánchez. Así que leer el horóscopo “es un placebo que te puede motivar”. Pero es un arma a corto plazo y de doble filo: igual que un nombre puede ser beneficioso para los nacidos un lunes, puede tornarse perjudicial para quienes lo hayan hecho dos días después. “Si crees que conseguir unos resultados u otros depende de cosas externas nunca vas a desarrollar tus habilidades”, advierte Sánchez. Por su parte, Itxaso Barberia, la psicóloga de la UB, añade que “en el horóscopo hay un daño indirecto porque dejamos de atender a fuentes de información más críticas”. Ambas profesionales ven en esta práctica más desventajas que ventajas. Pero, por muy sorprendente que parezca, a la ciencia le ha costado siglos rechazarla con tanta unanimidad.
Desde que la idea del zodíaco comenzó a forjarse, hacia el año 2.000 a. de C., ha superado sorprendentemente bien las adversidades que han puesto a prueba su fiabilidad: ha estado compuesto por 18, 11, 12 signos zodiacales…; a nadie ha importando que convivan la astrología tropical y la sidérea, que observa la posición real de los astros en el cielo y que da resultados distintos para una misma persona; el descubrimiento de nuevos objetos celestes, como Plutón, ha encajado sin problemas…
El motivo es que los astrólogos no tuvieron rival hasta pasado el siglo XVII –por entonces, la Universidad de Salamanca todavía tenía una cátedra de Astrología–. Astrónomo y astrólogo eran sinónimos, y ni reputados científicos como Johannes Kepler, uno de los gigantes a cuyos hombros Newton vio más lejos que los demás científicos, se libraron de hacer predicciones. Como tantos colegas, Kepler financió sus estudios sobre los movimientos de los planetas, entre otras cosas, con trabajos astrológicos y llegó a estudiar detenidamente las posiciones de los astros en el momento de su nacimiento. No era una rara avis. Los médicos también relacionaban las enfermedades con los animales del zodíaco cuando las demás teorías, frecuentemente erróneas,
no ayudaban en el diagnóstico. Y todo porque incluso tú, escéptico lector, puedes ceder a la superstición. No olvides que sesgos, como las meigas, haberlos, haylos.
El origen de todos los horóscopos se remonta a Mesopotamia, pero han evolucionado versiones muy diferentes: el wuykü (budista) solo tiene 4 signos, el maya consta de 13 y el celta, de 23. El druida forma parte de los horóscopos lunares y en el chino cada signo dura un año. El único que no es fiel a una cultura es el alquimista, que cuenta con diez signos caracterizados como elementos. Armonizar las previsiones de todos ellos es una tarea imposible.
Los signos del zodíaco occidental se corresponden con 12 constelaciones que los babilonios definieron para orientar sus observaciones astronómicas. Hoy sabemos que pasaron por alto Ofiuco…. aunque resulta muy cómodo dividir los 360 grados de la bóveda celeste en 12 partes de 30 grados. Situada entre Escorpio y Sagitario, su incorporación trastocaría todo el esquema y se convertiría en el signo de los nacidos entre el 30 de noviembre y el 17 de diciembre.
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