A ver, Jaimito, cuánto es uno y uno? “Sesenta y nueve, señora maestra…”. Tan brillante ecuación pertenece al escritor surrealista francés Raymond Queneau. El grafismo no puede estar más claro: dos personas enlazadas la una sobre el sexo de la otra… Resulta tan palmario, que el 69 se ha convertido en el número erótico por excelencia.
¿Gozaron nuestros abuelos del 69? Sin duda, porque no hay nada nuevo bajo el sol. Aunque, desde luego, no disfrutaron de él con la intensidad con que lo hicieron nuestros padres que, en este terreno, se llevaron la palma, pues los hijos han reculado al toparse con la amenaza del SIDA.
Todas las expresiones que hacen fortuna han dormido previamente en la antesala de la lengua, es decir, en la jerga de las clases marginales. Fue en Francia donde se acuñó tan ilustrativa metáfora, que debió de vivir previamente muchos años en el argot de los garitos, prostíbulos y ‘peep-shows’ de Pigalle. Un buen día, la revolución sexual que se inició en los años sesenta se adueñó de la palabra y la extendió a todas las capas de la sociedad francesa. El entusiasmo iconoclasta de mayo del 68 hace de ella su bandera: ‘¡La imaginación al poder! ¡El 69 al poder!’. Tanto monta, monta tanto.
¡El año erótico!
Al año siguiente, el dúo formado por Serge Gainsborough y Jane Birkin –famosos ya por su ‘Je t’aime moi non plus’– proclaman al tiempo que cantan: ‘¡69: año erótico!’. Es entonces cuando la expresión se extiende como la pólvora por todo el mundo y entra, como si hubiera existido siempre –es lo que ocurre con los términos que definen una época– en todos los idiomas. ‘Le soixante-neuf’. ‘The sixty-nine’. ‘El sesenta y nueve’. ‘Il sessanta nove’…
Tanto el nombre como su práctica van ligados a la revolución sexual de los sesenta y, dentro de ella, a la liberación de la mujer y a su equiparación con el hombre. No hay una postura que suponga mayor igualdad. Lo que está arriba, está abajo; lo que está abajo, está arriba.
Parece que el verdadero erotismo comienza con el proclamado año erótico. Es, pues, normal que el 69, como expresión y como práctica, haya estado borrado de la historia de Occidente hasta tiempos relativamente modernos. ¿De qué nos extrañamos si en pleno siglo XIX pedir en un lupanar que una prostituta se desnudara por completo era visto como una aberración?
Habrá que esperar hasta mediados del siglo XIX, cuando surgen las primeras teorías sobre la igualdad de los géneros, para encontrar testimonios del ejercicio de tan placentera postura. De 1848 es una deliciosa litografía atribuida a Achille Debería que representa a los protagonistas de ‘Gamiani’ en pleno 69. Pero entonces la postura aún no tenía nombre.
Tampoco aparece el término en ninguno de los dieciocho números de la revista ‘La Perla’, que comenzó a editarse en Londres en 1879, lo que significa que, si existía, a finales del siglo XIX la metáfora dormía aún el más recóndito de los sueños. Simultáneamente, Doré dibuja la postura en 1869 –otro año erótico, aunque éste no lo proclamase nadie–. En 1880, el 69 reaparece con un aura libidinosa y romántica en un relieve de bronce alemán, pero… ¡entre dos chicas! Se ve que el hombre aún lo consideraba un rebajamiento.
A partir del siglo XX, los testimonios comienzan a multiplicarse y en la década de los sesenta el término entra con todos sus honores en la literatura. Otra cosa es que comience a practicarse con frecuencia, que no lo parece, al menos en el mundo occidental. Es significativo que, en todo el revolucionario informe de Shere Hite (1976), donde se reivindica la sexualidad femenina, se le conceda un papel modestísimo –media página entre quinientas– y casi denigratorio. Esto es lo mejor que dice una de las mujeres que lo practican: “Me gusta estar encima en el sesenta y nueve, porque así puedo controlar todo lo que se mete en mi boca. Debajo, siempre me atraganto o estoy al borde de la sofocación”. ¡Vaya, hombre!
Es el momento de aproximarnos a Oriente, donde hacía ya dos mil años que la postura se practicaba y, además, ¡tenía un nombre! En el templo Laksmana de Khajurabo (India), construido en el siglo X a. de C., contemplamos apasionadas esculturas en lo que Vatsyayana denominaría en los ‘Kama Sutra’ ‘kalila’ o ‘postura del cuervo’, tal vez por la costumbre de estos pájaros de entrelazar las cabezas, que no es otra que el 69.
Debía de ser tan practicada que el mismo Vatsyayana afirma que “algunas cortesanas están tan obsesionadas por esta forma de placer físico que abandonan a amantes ricos, honestos e inteligentes por hombres pobres y vulgares, tales como esclavos o conductores de elefantes, que se avienen a esta práctica”. En este momento en Europa se desarrollaba la Edad Media, donde esta postura resultaba simplemente inconcebible. Sin embargo, constituyó y sigue constituyendo una de las prácticas fundamentales del taoísmo.
Bien visto, el 69 es un ‘taichí’ –símbolo taoísta– donde fluyen armónicamente el yin y el yang. Para los tantrikas –monjes que siguen el camino religioso taoísta a través del sexo–, la práctica oral recíproca crea una progresiva corriente de energía que nivela, integra y regenera tanto el cuerpo como la mente. La pareja se convierte en el dios Ganesh holgando con su ‘partenaire’ en un estado de paradisíaco nirvana. Quizá por ello, representan continuamente la postura en libros y templos. En Bundi (India) se conserva una bellísima ilustración del siglo XVIII donde una pareja real goza del ‘kalila’ o 69. Pero podemos ir más lejos y así, vemos una detallada representación en uno de los paneles que tapizan una mansión persa del siglo XIX: entre arabescos y decorativos tallos florales, dos estilizados amantes se lamen regocijadamente los sexos.
La flauta de Jade
La cifra del 69 es idéntica a los caracteres que los astrólogos utilizan para el signo de cáncer, un signo de agua, como de agua es todo en una postura donde las bocas se derraman como ríos sobre los sexos. El 69 se convierte en la postura de los poetas del sexo, de quienes aman el cuerpo que es diferente y desean abismarse en los secretos del otro. Nadie que no esté dispuesto a dar algo de sí practicará esta postura. Así, la ‘fellatio’ se convierte en tocar la flauta de jade. Y el ‘cunnilinguus’, en beber en la fuente de jade. Y todo, en el juego del viento y la luna. Y los amantes son dos dioses dando nuevo origen a la creación. ¡No es posible un erotismo mayor!
Las tres posturas del 69
Para el refinamiento oriental no hay una sola forma de 69 sino, al menos, tres. La primera, la clásica: la mujer tendida de espaldas sobre el lecho y el hombre, encima. En la segunda posición, el hombre está de pie mientras la mujer, con los muslos anudados a su cuello, posa la cabeza en su sexo. En la tercera, ambos amantes reposan de costado en sentido inverso; esta es la posición descrita por Xaviera Hollander, la alegre ‘madame’ que dirigió durante años el consultorio sexológico de la revista ‘Penthouse’, como su favorita: “Me gusta la posición del 69 estilo francés, en la que los amantes se complacen el uno al otro oralmente. El hombre se tiende sobre el lado izquierdo con la cabeza frente a la vagina y la mujer se tiende del lado derecho con la boca frente al miembro del hombre. Se trata de un juego preliminar antes del acto, pero durante estos juegos se puede alcanzar el orgasmo, y con mucha intensidad, por cierto. El acto sexual en la posición 69 me proporciona satisfacción absoluta tanto psicológica como física”. Esta posición resulta, sin duda, la más igualitaria de todas, ya que ningún miembro de la pareja se sostiene sobre el otro.
Redacción QUO