Una investigación sugiere que conocer los hechos íntimos de nuestras historias familiares, incluso los más negativos, nos hace más saludables emocionalmente.
¿Cuánto importan las raíces en nuestro desarrollo emocional? ¿Acaso importa que el abuelo fuera minero, submarinista o carnicero? O que la abuela inmigrara a Alemania, que tocara el violín del niño rico del pueblo, o viera por primera vez el mar cumplidos los 30? ¿Es importante contar a nuestras hijas e hijos las historias familiares?
A finales de los 90, los psicólogos Marshall Duke y Robyn Fivush de la Universidad de Emory en Atlanta, Georgia, encuestaron a 48 familias sobre su historia familiar . Descubrieron que cuanto más sabían los niños sobre la vida de los abuelos, tíos y allegados, mayor era la seguridad en sí mismos y mejor su autoestima. Sobre todas las cosas, puntuaban mucho mejor en sentimientos tan subjetivos como el de tener un lugar en el mundo.
Los investigadores sugerían rellenar espacios vacíos en la memoria familiar, sin obviar relatos que podrían parecer tristes, porque incluso esos fortalecen la resilencia de niños y adultos.
El relato de lo que vivieron los abuelos, los tíos, incluso los padres antes de que nacieran, quedará en la memoria de los hijos para toda la vida, y constituirá su propia historia.
Marshall Duke y Robyn Fivush establecieron 20 preguntas que los niños deberían saber contestar. Estas son diez de ellas.
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