Pero el nombre de este turinés nacido en 1913 es algo más que una denominación rotulada en una zaga. Cuarto de siete hermanos, a los once años ya trabajaba para el carrocero Pininfarina, donde cosechó a los pocos años el reconocimiento de clientes como Lancia, Ferrari y Maserati. Aclamado, en 1946 montó su propia empresa en una nave de 1.000 m2, que pronto tuvo que ser sustituida por otra de 40.000 m2.
Su manera artesanal de trabajar, sin embargo, sufrió un serio embate con los vientos industrializadores de los sesenta. Incapaz de asumir el reto tecnológico, en 1969 recibió una oferta de compra por parte de Industrias Rowan, partner de Alejandro de Tomaso, que también controlaba la empresa de automóviles Ghia.
De Tomaso, acompañado por Maserati, se presentó en el taller de Vignale para conocer las instalaciones. Cuando preguntó por el departamento técnico, Vignale, vestido con mono de trabajo, sacó una tiza de su bolsillo y dijo: “Este es”. Vignale murió días después, el 16 de noviembre de 1969, antes de firmar el contrato. Conducía un Fiat 1500 y, en plena recta, se estrelló contra un semáforo, un accidente que muchos calificaron de “oscuro”. Semanas después, sus herederos firmaban un acuerdo de venta con Rowan para, en 1973, vender Ghia y Vignale a Ford, dos nombres que hoy la firma americana utiliza para identificar las líneas más exclusivas de su gama.
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